Diario de León

«Nos matamos y culpamos a dios»

juan fernández

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miguel lorenci

Abir, un adolescente árabe, pierde a su familia en el ataque israelí a un campo de refugiados del Líbano. Jacob, recluta judío, participa en la acción que determinará sus vidas. Abir soñaba con ser ingeniero, pero será un terrorista internacional. Cruzará de nuevo su vida con la de Jacob años después en una Europa sacudida por el terror islámico. Ambos protagonizan De ninguna parte (Plaza & Janés), octava novela de Julia Navarro (Madrid, 67 años) que habla de desarraigo, integrismo, odio, terrorismo, y de las presiones del poder en los medios de comunicación. «Es una novela de acción para la reflexión, de aquí y de ahora», dice su autora.

—¿El desarraigo es un mal hoy universal?

—Sí. Es una seña de identidad de nuestra época. Cientos de miles de personas dejan sus lugares de origen para ir a otros por muy diversas razones. Hay inmigrantes con dinero que van a Nueva York, Londres o Singapur, y los hay que huyen de la miseria, la violencia y la guerra en busca de una vida mejor. Estos se juegan la vida huyendo de Siria o Afganistán. Los otros no. Pero les une el desarraigo. Nadie deja su casa si no es por una razón poderosa.

—¿Las circunstancias determinan quiénes somos?

—Todos llevamos una mochila cargada con nuestro origen y a veces las circunstancias pesan más que el yo. Soy bastante ‘orteguiana’, pero creo que la última palabra la tenemos nosotros. Hago el recorrido mental sobre lo que provoca el desarraigo, y el que haya tantas y tantas personas que no son de ninguna parte. No son del lugar del que vienen y nunca serán del lugar al que llegan. Es políticamente incorrecto decirlo, pero hay un claro choque de culturas.

—¿Los políticos son miopes con la inmigración?

—Más que miopes. No saben abordar uno de los grandes problemas de nuestra época. No tengo la solución, pero es un escándalo que en el corazón de Europa haya campos de refugiados. Me temo que no les damos herramientas para integrarse, para que tengan una vida digna, eduquen a sus hijos y progresen.

—¿Sirve de algo alzar muros para frenar esa marea humana?

—De nada. La historia de la humanidad es la de sus migraciones. Puedes poner los muros que quieras, que el ser humano siempre los derribará. No hay muro que pare a quienes huyen de la miseria, la violencia o la guerra.

—¿Afganistán ha sido el penúltimo fracaso?

—Sí. No dejo de pensar en quienes se han quedado allí y perecerán.

La intervención de Estados Unidos ha sido inútil, de una irresponsabilidad absoluta. Occidente debe replantearse sus políticas invasoras e intervencionistas. Pienso en el grito de las afganas que por primera vez habían conseguido educación y trabajo y volverán a la exclusión y a la muerte. Invadir no basta. Hay que ayudar a crear instituciones fuertes y democráticas y combatir la corrupción en lugar de alentarla, como se ha hecho hasta ahora.

—Abir y Jacob, exiliados de sí mismos, ¿son víctimas de la ira y el odio?

—Sí. Sufren el desarraigo de manera diferente. Proceden del mismo lugar pero de entornos y religiones distintas. Son extranjeros permanentes. Gestionar ese ser de ninguna parte determinará su vida.

—No se liberan del peso del pasado, ¿nadie puede hacerlo?

—Es inamovible. Podemos tratar de que no sea una losa sobre el presente, pero todos arrastramos las piedras del pasado.

—¿Justifica a sus personajes?

—Nunca. Me pongo en su piel y reflexiono sobre el ser humano. Les acompaño para explicarles, no para comprenderlos ni justificarlos. Abir ha sido el personaje que más me ha costado de todos los que he creado.

No es fácil meterse en la piel de un terrorista, contar su entrenamiento en Afganistán para convertirse en un asesino lleno de resentimiento y odio que anula el valor de la vida humana. Cómo se deshumaniza a sí mismo para deshumanizar a los demás.

—¿Cuándo alguien mata, se mata a sí mismo?

—Imagino que sí. Nadie puede ser el mismo después de matar a otro. No sé en qué te conviertes, pero supongo que los fantasmas te rondarán el resto de tu vida.

—¿Dejaremos alguna vez de matarnos en nombre de dios?

—Nos matamos en nombre del dinero, el honor, los privilegios... y culpamos a dios. La de la Humanidad es una larga historia de muertes y de excusas para justificarlas. Y una de esas excusas para matar e imponer unos códigos religiosos a los demás, por las buenas o por las malas, es dios. Si dios existe, nunca perdonará que se mate en su nombre.

—¿Los medios deben dar voz a los terroristas?

—Deben contar lo que pasa, contextualizado y con rigor. Contar qué dice el terrorista dejando claro que es un asesino. La novela habla también de cómo el poder económico y político intenta imponer su versión de los hechos y ocultar lo que le interesa. Es terrible que esas presiones, habituales en las dictaduras, aún se den en sociedades democráticas.

—Se lo sigue poniendo muy difícil a los cineastas con sus novelas tan complejas y ambiciosas.

—Nunca escribo pensando si una novela se va a llevar a la pantalla, en si será una serie o una película. No quiero ser guionista. Soy novelista y no tengo la menor intención de que se traduzcan a imágenes. Estoy muy contenta del resultado final de Dime quién soy (Movistar), pero ha sido un proceso muy largo y complicado. Sufrí durante cinco años. La experiencia fue agridulce, pero quizá con momentos más agrios que dulces.

—¿Cómo le ha cambiado el confinamiento y la pandemia?

—Soy más consciente ahora de lo mucho que necesito y necesitamos a los demás. Mi sueño era que me devolvieran mi vida donde la dejé el día que nos confinaron. Hay que tomar conciencia de que sin los demás no somos nadie, de que la soledad elegida a ratos está muy bien, pero qué impuesta es una losa.

—Cómo sociedad ¿no parece que hayamos aprendido mucho?

—Siempre me pareció infantil eso de que saldríamos mejores de esta situación. El ser humano se repite desde el principio de los tiempos y no vamos a ser ni mejores ni peores. Habrá buenas y malas personas, como habrá asesinos y gente que tienda la mano para ayudar a los demás.

Es la esencia del ser humano. Todos nos hemos transformado, pero no para mejor, insisto.

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