Diario de León

Pareció una tormenta pero eran lágrimas

La suspensión de la procesión de Los Pasos se clavó en el corazón de la ciudad y llevó silencio y melancolía a los rincones más tradicionales

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León

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A las cinco de la mañana el despertador siguió dormido. El ojo no. Ya llevaba un buen rato abierto musitando los recueros de La Ronda que no fue. En el aire flotaba el olor del almidón de la camisa blanca recién planchada. Sólo era una imaginación. La túnica lo supo bien cuando notó que pasaba la noche sola en el trastero y que no le habían despojado de los hilvanes en toda la semana.

Santa Nonia era un hervidero de corazones a las seis y media. En la imaginación, nada más. En la puerta, un pequeño altar con dos ramos de flores y un retrato del Nazareno, que acababa de dejar caer una furtiva lágrima en la capilla, invisible a los ojos de los mortales.

En el aire flotaba el olor a almidón de la camisa blanca recién planchada; solo era una imaginación

El primer rayo del amanecer metió el sol directo a la frente de Nuestro Padre. En sueños. En la vida real acababa de dejar de llover justo a tiempo de retornar los congojos a su seno, que sin el virus maldito, la procesión hubiera salido. De chiripa. Pero lo hubiera hecho. El virus de la corona, el que lleva grabado a fuego en el alma cada bracero del cuarto paso de la procesión, mutó a pandemia maldita y dejó a los otros doce también en casa. Nunca deja de escampar, también es verdad. Sólo es que a veces tarda más de la cuenta.

Cerraron la puerta los bares y no por exceso de aforo para el desayuno. Y se cumplió la primera premisa que se había propuesto esta abadía: a la hora nona la Dolorosa estaba en su iglesia. Recogida. Y triste. Porque no sonó Orando al cielo en la Plaza Mayor después del Encuentro. Será pronto. Y será.

Cayó poco después un tormentón de impresionar. No era lluvia. Eran las lágrimas del cielo.

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