Diario de León

Paul Auster ilumina la leyenda de Stephen Crane

l El neoyoquino publica ‘La llama inmortal de Stephen Crane’

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miguel lorenci

Cuando Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 74 años) terminó 4 3 2 1 se sumió en la obra de su paisano Stephen Crane (Newark, 1871-Badenweiler, Alemania 1900). Ahíto de ficción, reconstruyó la vida intensa y fugaz del escritor, poeta y corresponsal de guerra en La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral). Recorre los 28 años de vida de Crane, un pionero «que casó poesía y periodismo», vivió deprisa y no dejó un bonito cadáver. Defensor de los desfavorecidos, enamorado del salvaje Oeste y los bajos fondos neoyorquinos, sobrevivió a reyertas, naufragios y batallas. Con él asistimos al nacimiento de una nación que abandona la épica de Billy el Niño y entra en la de Rockefeller para ser la potencia capitalista que dominó el mundo durante el siglo XX.

Mal conocido en Europa, Crane «debía ser una de las mayores glorias de la letras estadounidenses del siglo XIX y estar a la altura de Herman Melville, Mark Twain o Henry James», dice Auster desde su casa en Brooklyn. Se propuso «sacar de las sombras a un genio olvidado por los lectores pero no por los escritores» y de una versatilidad y capacidad de trabajo asombrosas. Cultivó la novela corta, el relato, la poesía, el reportaje, el artículo y la crónica, «y abrió nuevas vías en cada género». «Es un genio entre un millón. Su obra rehuyó las tradiciones de casi todo lo producido antes de él y liberó de grasa a la novela decimonónica.

Fue tan radical para su tiempo que ahora se le puede considerar el primer modernista norteamericano, el principal responsable de cambiar el modo en que vemos el mundo a través de la lente de la palabra escrita», asegura Auster, que rescata la peripecia de Crane en más de un millar de páginas y sin asomo de academicismos. «Aborrezco la crítica académica, que es soporífera, y quiero compartir el placer que supone leer a Crane y comprender que la literatura es mejor que la vida, que los libros son el mejor lugar donde vivir», ilustra el autor de la Trilogía de Nueva York y Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Auster quedó fascinado «por la frenética y contradictoria vida de Crane y por su obra». Desde esa admiración recorre «una vida extraña y singular, llena de riesgos impulsivos y patrañas de sus primeros biógrafos, marcada con frecuencia por una demoledora falta de dinero y una empecinada e incorregible entrega a su vocación de escritor que lo arrojaba de una situación inverosímil y peligrosa a otra». Crane fue corresponsal de guerra en Grecia y en Cuba, donde España se enfrentó a Estados Unidos en 1898. Innovó en todos los géneros que tocó y ya con su primera novela, Maggie, una muchacha de la calle, apostó «por una representación implacable y alucinógena de los barrios bajos de Nueva York que iba tan en contra de la religiosidad de la época que no había editor que quisiera quedársela». Acabó siendo reconocido con 25 años como el más famoso escritor joven de Estados Unidos gracias a La roja insignia del valor, una historia sobre la guerra civil estadounidense muy avanzada para su tiempo, «con recursos narrativos que incorporarán luego los relatos de Joyce y Hemingway», y que es un clásico de la literatura bélica. Auster compara la celebridad que Crane ganó con su novela a la que Francis Scott Fitzgerald obtuvo con A este lado del paraíso.

Trabajó para Hearst y Pulitzer Crane brilló en la dudosa edad de oro —por amarilla— de la prensa neoyorquina. Una época sin fotos, radio ni tele, con las ilustraciones y las tiras de Yellow Kid que bautizaron el periodismo amarillo cuando en Nueva York circulaban 18 periódicos en inglés y otros 19 en un puñado de lenguas extranjeras «mientras que ahora solo tenemos tres». Se disputaron su firma los magnates de la prensa sensacionalista y trabajó para el Journal de William Randolph Hearst y para el World de Joseph Pulitzer «contando verdades a su manera y con una concepción artística del oficio».

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