Diario de León

PÍO ÁLVAREZ: ALGO MÁS QUE UN NOMBRE

AUXILIAR DESDE 1925 Y BIBLIOTECARIO DE 1932 A SU ASESINATO

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León

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San Marcos es uno de los lugares que mejor simbolizan el horror de la Guerra Civil en León. La ocultación, cuando no el maquillaje o la utilización, de aquella realidad, no borra ni borrará la memoria de cuantas personas, atrapadas por la represión, vivieron allí sus últimos pasos. La condición de campo de concentración de presos republicanos que durante la Guerra Civil y el principio de la dictadura tuvo el hoy parador, antaño hospital de peregrinos, prisión, parada de sementales, entre otros usos, se configura en la vida de todas esas personas que lo sufrieron. Más precisamente, en la vida anterior a cruzar la puerta para convertirse en una sombra en ese lugar de sombras. Tras todos sus nombres, tras cada nombre, hay una historia –al menos una–, aunque en muchos casos solo se conozca ese nombre y todo se ciña a él como si en eso se pudiera sintetizar, motivar o ceñir una vida. Esos han sido, paradójicamente, los afortunados; de la gran mayoría ni siquiera se conoce o recuerda su nombre.

Uno de tantos fue Pío Álvarez Rodríguez. Distintas publicaciones alumbradas con mayor o menor fortuna citan su nombre, su faceta de bibliotecario de la Biblioteca Azcárate, a veces su condición de masón, y siempre su triste final como paseado en 1936. En su propia familia –no se casó ni tuvo hijos, y los que quedan son ya sobrinos que no le conocieron– todo es ya posmemoria. No abundan, por lo demás, testimonios sobre él, al menos conocidos. Manuel Fanjul, también preso en San Marcos, lo recuerda en sus memorias como «una persona excelente», entusiasta de su trabajo de bibliotecario y republicano de convicción.

Esa carencia de información, la búsqueda de respuestas a preguntas esenciales para alumbrar una semblanza, obliga al diálogo con los documentos, único elemento ya para hilvanar algunos pasos vitales de Pío Álvarez con una mínima garantía de veracidad. Quien, aunque parezca una obviedad decirlo, fue mucho más que un bibliotecario, un masón, un paseado, aunque también fuera esas tres cosas.

Fue hijo de Segundo Álvarez, profesor y director de la Escuela Industrial de Obreros de Sierra Pambley de León. Nació en la ciudad en 1903, el mismo año de la apertura de ese centro al que su padre dedicó gran parte de su vida y en el que tuvieron la oportunidad de recibir extraordinarias enseñanzas teórica y práctica –equivalentes a la actual formación profesional– generaciones de leoneses y leonesas. La familia vivió en la casa de la propia escuela hasta la muerte del padre, en 1923, en que se trasladó a la Avenida Padre Isla, 49. La habitual vecindad en la capital se alternaba con sus idas a Babia, donde estaban las raíces paternas y maternas, y a donde buena parte de la familia continúa muy unida.

Una vez obtenido el título de bachiller en el Instituto General Técnico, Pío Álvarez cursó entre 1918 y 1922 el grado de perito mercantil en la Escuela Pericial de Comercio de León. Lo hizo con excelentes calificaciones. Trabajó luego y hasta el final de su vida como agente de negocios. Y, desde 1925, también fue auxiliar de la Biblioteca Azcárate, en la que a finales de 1932 pasaría a ser bibliotecario a la marcha del que lo era, Vicente Valls. Este profesor tuvo una gran influencia sobre él, en su pensamiento y sus lecturas.

Por algunos escritos suyos que se conservan, pocos, sabemos que era un hombre culto, buen lector. De su trabajo en la Biblioteca Azcárate también hablan los documentos, o nos habla él a través de esos documentos. Un informe de su mano, fechado en enero de 1936, da cuenta de que durante el año anterior (1935) el movimiento de libros leídos entre la biblioteca fija y la circulante fue de 30.000 volúmenes: 12.845 en la fija y 17.135 en la circulante. Una cifra que, por similar al censo en que se situaba entonces la población de la ciudad, da prueba de la implantación y la aceptación social que tuvo la Biblioteca Azcárate. Sus socios y el préstamo de libros estuvieron en continuo crecimiento a lo largo de la República, alcanzando a todos los estratos de la sociedad.

Pío Álvarez fue además un gran aficionado a la montaña. Fue uno de los fundadores de la Sociedad Peñalba, la filial leonesa de la Sociedad Española de Alpinismo Peñalara. En el plano político, estuvo entre los fundadores en 1930 de la Juventud Republicana de León, y en 1931 pasó a formar parte de la Agrupación al Servicio de la República; fundada por Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala para «movilizar a todos los españoles de oficio intelectual para que formen un copioso contingente de propagandistas y defensores» republicanos, tuvo una vida efímera, pero en León consiguió en las Cortes Constituyentes tres de los trece diputados que tuvo en toda España: el propio Ortega, Publio Suárez Uriarte y Justino de Azcárate. Luego, con la configuración de los distintos partidos, Pío Álvarez terminó afiliado a Unión Republicana, donde se integraron a partir de 1934 los muchos seguidores que en su patria chica tuvo Félix Gordón Ordás.

No es un dato menor que Pío Álvarez formara parte de la Liga de los Derechos del Hombre, aunque el lugar común haya sido apuntar su pertenencia a la masonería. En efecto, era masón, iniciado en 1927 en Gijón con el simbólico «Bécquer» y que en 1928 constituyó junto a otros en aquella ciudad el Triángulo Libertad nº 3. Y más tarde, en León, la Logia Emilio Menéndez Pallarés. Según los informes del bando sublevado, «presidía las tenidas que celebraba [la masonería leonesa] en el Café Central y en la Biblioteca de la Fundación Sierra-Pambley, titulada Azcárate, con el cargo de maestre local». En uno de los interrogatorios a que fue sometido tras su detención, preguntado por los lugares de las reuniones de la masonería en Gijón y León, respondió no poder «hacer estas revelaciones en atención a una promesa hecha».

Se desconoce con certeza la fecha y los pormenores de su asesinato. Según algunas fuentes, fue paseado en el campo de Fresno, a las afueras de La Virgen del Camino, entre septiembre y octubre de 1936. Según otras (pseudónimo «Prometeo», agosto 1938), él, el maestro Julio Marcos y el contable Ángel Arroyo fueron «terriblemente martirizados, pereciendo horriblemente quemados el 4 de septiembre [de 1936]. Estos tres compañeros, atados con una cuerda por el pescuezo y quemados en vida en el monte de San Isidro, por ser masones».

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