Diario de León

«El poder necesita un lenguaje brutal»

l El escritor nigeriano regresa a la novela medio siglo después con una sátira sobre la corrupción

j. l. cerejido

j. l. cerejido

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León

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miguel lorenci

Wole Soyinka, (Abeokuta, Nigeria, 87 años), el primer escritor africano y negro merecedor del Premio Nobel de Literatura, dice que la ironía es fundamental en su obra. Pero sabe también que el poder «no entiende la ironía» y que con los poderosos «hay que utilizar un lenguaje brutal». Y a él recurre para caracterizar a Donald Trump como «un asesino de masas» que «debería pasar en la cárcel el resto de sus días». Soyinka lo aseguró este martes al presentar al lector español la primera novela que publica en 50 años, ‘Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra’ (Alfaguara). Es una sátira mordaz sobre la corrupción, el abuso de poder y la violencia en clave de misterio que Soyinka ha ambientado en una Nigeria imaginaria. «No soy un novelista.

La novela no es mi medio preferido de expresión, pero necesitaba reencontrarme con ella para transmitir mis obsesiones», explica el también poeta, dramaturgo y ensayista para justificar su regreso a la ficción. Fabula sobre un grupo de predicadores, empresarios y políticos inmersos en una trama de tráfico de miembros humanos. Un turbio negocio que desvelará un médico, dejando patente que el enemigo es poderoso y que puede estar en cualquier parte. «Cuando soy irónico y hablo a los poderosos, no lo entienden.

Con el poder y con los extremistas teocráticos hay que usar un lenguaje brutal», asegura Soyinka que para conectar con sus lectores sí recurre a la ironía «como una forma de seducirles». «La autoridad puede ir de la mano de la libertad, pero el poder no. El poder no tolera la libertad», asegura el escritor nigeriano alejándose de cualquier ambigüedad. Academia aventurera No cree Soyinka que la Academia sueca ni quienes mueven los hilos de la cultura en Occidente trataran de enmendar sus errores con la concesión del Nobel a otro africano, Abdulrazak Gurnah, nacido en Zanzíbar hace 73 años. Una estela que han seguido después galardones como el Goncourt y el Booker premiando a autores africanos. «Me sentí muy feliz de que el Nobel volviera a África.

El vivió el Nobel «como un honor y una carga inmensa». «Es una espada de doble filo que te protege de los poderosos pero que también genera rencor en ellos. Escapas a su control, y eso es un riesgo y amenaza tu vida». Lo dice un opositor y activista que acabó huyendo de su país en el asiento trasero de una moto cuando el dictador Sani Abacha le perseguía tras haber ahorcado a uno de sus grandes amigos, Ken Saro-Wiwa, también escritor y candidato al Nobel.

«Ahorcar a un Nobel hubiera sido un blasón en el currículum de Abacha», dice hoy un risueño Soyinka. Encarcelado dos veces por sus críticas al gobierno nigeriano, durante casi dos años de cautiverio escribió sus memorias y muchos poemas en papel higiénico, envoltorios de tabaco y hojas de libros. Repite que conservó la vida y la cordura gracias a la escritura, y que con el Nobel salvó la vida y conservó su libertad a costa de su anonimato. «Hoy mi día a día es tratar de ser un ser humano normal, recuperar ese anonimato que te da libertad de movimientos». Cuando Donald Turmp asumió el poder, Soyinka rompió su ‘green card’, el documento que le permitía trabajar y vivir en Estados Unidos. De vuelta a Nigeria tras años de exilio, califica la maldad de Trump de «diabólica».

Recuerda que el expresidente admitió que supo de la amenaza del covid con mucha anticipación y no hizo nada. «Dijo que no quería alarmar a la población y se calló, como hizo con el asalto al Capitolio. Es responsable, al menos, de la mitad de las muertes por covid en su país». «Es un asesino de masas y ha hecho lo suficiente para estar en la cárcel el resto de su vida», asegura categórico y nada irónico el escritor. Con su retórica de odio, insulto a los negros, al Tercer Mundo y a México, Trump es un estúpido con una inteligencia natural para reconocer la xenofobia, el racismo y el rechazo a la pluralidad latentes en el pensamiento de muchos estadounidenses». «Bastantes de mis colegas le señalaron como un payaso y no lo es».

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