Diario de León

La reivindicación de la propia humanidad

la cultura forja la esencia de la humanidad. no hay nada más poderoso. este libro lo demuestra. ‘artistas en los campos nazis’ es la demostración de que el hombre sigue siéndolo incluso en un mundo deshumanizado.

Porada del libro objeto que contiene las obras de los judíos en los campos

Porada del libro objeto que contiene las obras de los judíos en los campos

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León

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mercedes ortuño

Frente a unos captores que ponían todo su empeño en deshumanizarlas, muchas personas confinadas en guetos y campos de concentración y exterminio lucharon, con el arte por bandera, por reivindicar algo tan obvio, y a la vez tan pisoteado, como su propia vida. El experto y crítico de arte Javier Molins lo cuenta en su libro Artistas en los campos nazis, que publica Nagrela Editores. El volumen recoge las historias de casi ochenta personas que documentaron su horror y crearon obras de arte en condiciones infrahumanas.

Del Holocausto, señala Molins en una entrevista con Efe, «conocemos las fotos tomadas por los soldados que liberaron los campos», pero las páginas de su libro relatan, setenta y cinco años después, una realidad más ignota: arte construido por cautivos, muchas veces, «en la antesala de su propia muerte». Artistas en los campos nazis es una recopilación que aborda, sin barreras geográficas, religiosas, étnicas ni sociales, trabajos de «cualquier persona» hechos en guetos y campos de concentración y que llegaron a servir «de prueba en los juicios contra muchos oficiales nazis en distintas ciudades de Europa», explica Molins.

Józef Szajna, que continuó con su labor artística hasta su muerte en 2008, fue uno de los prisioneros que lograron sobrevivir al exterminio y acudir como testigos a los tribunales. Con él, ganaron la batalla a Auschwitz cuatro de sus dibujos esquemáticos, ahora expuestos en el museo del campo de exterminio. Uno de ellos, Nuestras biografías (1944-1945), ilustra la portada cruda y austera de este «libro-objeto» -así lo define la editorial y así es-. Una desindividualización en forma de pijamas de rayas anuncia las duras historias del interior, plasmadas con un diseño impecable de Ana Cortils en el que los juegos con las texturas del papel son los protagonistas.

En el Pompidou

A raíz de una asignatura durante su estancia como estudiante en la London Guildhall University, Javier Molins comenzó a interesarse por cómo «el arte puede seducir a las masas en distintos regímenes» Obras de autores como Leni Riefenstahl o Josef Thorak, que promovían «cuerpos esculturales» y una «idealización del ser humano», sirvieron a los nazis para reafirmar su mundo ideal. Sin embargo, con el horror del Holocausto, las imágenes que causaron fueron todo lo contrario: «Cuerpos esqueléticos de los campos de concentración», expone Molins. Retratos sobrios y apagados, como los firmados por Esther Lurie del gueto de Kaunas, Zoran Mušic del campo de Dachau o Jan Baras-Komski de Auschwitz, se exponen hoy en museos memoriales y en centros de arte moderno como el Centre Pompidou de París.

Muchos de los dibujos que reúne Artistas en los campos nazis se conservaron porque sus autores sobrevivieron al exterminio, pero hubo otros que se encontraron solo cuando se examinaron los campos tras su liberación por parte de las tropas aliadas en 1945. «Un acto heroico de denuncia de esas situaciones» fue, argumenta Molins, el que llevaron a cabo cuatro artistas del gueto de Terezín. Consiguieron difundir sus dibujos «gracias al marchante de arte Leo Strauss» y concienciaron «a la comunidad internacional de su lamentable situación» con la publicación de las ilustraciones en la prensa.

Historias como las de este grupo de Terezín, del que tres de sus integrantes murieron deportados en campos de exterminio, se conjugan con otras con finales más felices en el trabajo de Molins. La polaca Maja Berezowska continuó su carrera como ilustradora en medios como Le Figaro tras su evacuación del campo de concentración de Ravensbrück y el español José Cabrero Arnal logró salir con vida de Mauthausen gracias a los dibujos pornográficos que le encargaban los policías alemanes.

Encargos nazis

Era habitual que los guardias de los campos, «al descubrir que un preso tenía cierto talento artístico», le pidieran «retratos para enviar a su familia o paisajes de su Baviera natal, por ejemplo, para tener en sus dependencias personales».

Estos encargos formaban parte, dentro de la clasificación que hace Molins, del «arte legal», para el que el régimen nazi aportaba los instrumentos necesarios. Por el contrario, el «arte ilegal» era extremadamente precario y dependía del «material que (los prisioneros) solían extraer de las oficinas».

Dentro del «ilegal», Molins señala dos vertientes: el de denuncia de «las atrocidades que se cometían en el campo» y el del «escapismo, mediante el que recordaban cosas de cuando eran libres para intentar evadirse de la cruda realidad». «El ser humano es el único animal capaz de crear imágenes y hacer arte, aun en estas condiciones», reflexiona Molins. Para él, muchas de las obras recopiladas en su libro sirvieron a las víctimas del Holocausto para «reivindicar su humanidad».

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