Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Tras la aparición en 2004 de la Obra poética completa, Antonio Colinas Diez publicó diez años después Canciones para una música silente, libro extenso y heterogéneo. Ahora, seis años después, En los prados sembrados de ojos participa de las dos características antedichas: extensión y variedad, por lo que los poemas se distribuyen en seis secciones diferenciadas.

El título del poemario coincide con el de un poema de la primara sección, en el que el poeta sube hacia una calzada romana oculta por la hierba y siente el bosque lleno de ojos que lo instan a leer en las piedras desnudas para encontrar el secreto que guardan, «la humilde verdad: la del goce / del instante de ser en plenitud». Es la piedra el símbolo más consistente de la primera parte, en la que los poemas emergen de asuntos tan colinianos como el retorno al origen, el gozo de la naturaleza, vivencias, presencias queridas (fray Luis, Teresa de Jesús, Machado, Azorín...) y dualismos turbadores (vida-muerte, ser-no ser...). De la inclinación coliniana hacia las culturas orientales brotan los poemas del segundo grupo, que poetizan el doble anhelo de unidad y de ir más allá como ideal inalcanzable. Sobre asuntos pictóricos se asientan los poemas de la parte titulada «Cuadros-paraíso de Anglada Camarasa»; Colinas avanza de la contemplación a consideraciones acordes con su mundo espiritual y poético. La cuarta parte la componen doce poemas, entre los que destaco, por su vínculo con los anteriores «Laberintos-firmamentos de Teresa Gancedo». Otra serie, «Cuerpos-Microcosmos», brota de la evocación de la isla de la juventud del poeta; son poemas centrados en la mujer, símbolo y arquetipo que expresa aspiraciones profundas del poeta: misterio, infinitud, belleza, amor... La serie última la forman tres «Poemas mayores», es decir, de extensión superior y hondamente reflexivos; «Poema de la eterna dualidad», por ejemplo, plantea interrogantes que confluyen en la gran pregunta: «¿Y si fuesen inútiles nuestros sueños, / nuestras eternas ansias / de infinitud?», atisbando que acaso «la única verdad / sea gozar la plenitud / del instante de oro: respirar / profundo, respirar / en silencio la luz». Como se puede intuir, la poesía de Colinas ha ido virando desde la emoción, nunca ausente, hacia la reflexión, siempre con serenidad expresiva, por más que plantee preguntas inquietantes y preocupaciones no menos turbadoras sobre el destino de la humanidad e incluso del planeta.

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