Diario de León
Volver a la naturaleza es volver al lugar donde el Hombre se hizo sabio, y paseantes y ciclistas pueden darse un chapuzón de verdor y murmullos de agua en la senda fluvial y carril bici de Villaquilambre, que enlaza Villaobispo con Villanueva. Además, el Ayuntamiento expone dos curiosos monolitos con los 200 kilos de piedras pintadas por los niños que abrieron Caminos de Felicidad en la pandemia.

Volver a la naturaleza es volver al lugar donde el Hombre se hizo sabio, y paseantes y ciclistas pueden darse un chapuzón de verdor y murmullos de agua en la senda fluvial y carril bici de Villaquilambre, que enlaza Villaobispo con Villanueva. Además, el Ayuntamiento expone dos curiosos monolitos con los 200 kilos de piedras pintadas por los niños que abrieron Caminos de Felicidad en la pandemia.

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En una época en la que el divino ejercicio de respirar se convierte en algo sagrado, salir al campo representa un alivio y es factible a sólo cinco minutos de León capital, donde el municipio de Villaquilambre abraza con un manto de robles melojos, pinos, fresnos y brezos a los paseantes, llenando de aire puro sus pulmones, de verdor sus ojos y de trinos y melodías de agua sus oídos.

Los 16 kilómetros de carril bici y senda que discurren entre Villaobispo de las Regueras y Villanueva del Árbol serpentean junto al Torío en medio de una desbordante naturaleza para reconectar con la Tierra y confiar todavía en su magia. Los botánicos y los amantes de los animales se pueden poner las botas en ese entorno, donde abundan los bosques de ribera y las sebes que compartimentan el praderío y los cultivos convirtiendo cada paso adelante y cada pedalada en uno de los recorridos más vistosos de la provincia.

La senda fluvial marca el límite entre la región mediterránea y la eurosiberiana, la España seca y la húmeda. Por eso se escuchan los cánticos de especies africanas como el abejaruco, la oropéndola y el elanio azul, junto con los de aves de ambientes frescos como el zorzal, el ruiseñor o el milano negro. Además, este corredor verde se prolonga hacia la capital, cruzando un pequeño tramo de carretera hacia el parque de La Candamia en busca del nudo donde el Torío vierte sus aguas al Bernesga. El carril bici continúa hacia La Lastra hasta girar al paseo inferior de Papalaguinda y su prolongación hacia La Condesa y concluye en San Marcos. En total, los ciclistas pueden recorrer desde el famoso Parador hasta Villanueva 27 kilómetros si realizan ida y vuelta. A lo largo del recorrido se encuentran lugares con bancos para descansar y miradores sobre el río, desde donde se pueden observar la vegetación de ribera y también las típicas cárcavas. Montar en bicicleta se ha vuelto una moda ecológica, económica y amena que preserva la salud, mejora el sistema inmunológico, libera del estrés y quema calorías.

Esta senda y ciclovía funciona al completo desde 2010, tras la inversión de 700.000 euros en varias etapas. Villaquilambre ofrece otros 8,5 kilómetros de carriles bici que gozan de muchísimo uso en su vertiente recreativa, pero también, cada vez más, como vías de desplazamiento interior entre las localidades del municipio. Junto a la carretera de Santander, el tramo para bicicletas enlaza Villaobispo con Robledo de Torío.

El paisaje de Villaquilambre inspiró a los más pequeños varios Caminos de la Felicidad delineados con piedras personalizadas cuando pudieron salir a pasear el año pasado al relajarse el confinamiento. Su esfuerzo se puede ver en dos monolitos ubicados en el parque del Cardadal de Navatejera y junto a la casa de cultura de Villaobispo, porque el Ayuntamiento recogió esos más de 200 kilos de obras artísticas que depositaron de forma espontánea durante los momentos más duros de la pandemia para exhibir las frases de ánimo y los dibujos sobre planchas de hormigón.

El municipio es también zona de molinos y presas, como la famosa de San Isidro. Por eso el Ayuntamiento ofrece otras rutas verdes. Desde Villaobispo se llega a la presa Blanca, en honor a la imagen del pórtico de la Catedral cuyas aguas originaron numerosos pleitos en la Edad Media. En los 56 kilómetros cuadrados del municipio también hay lugar para las leyendas y la historia, de la mano de la cueva de San Martín, conocida como del Moro, de la Villa Romana de Navatejera y de las iglesias de sus pueblos. La ermita rupestre posee una curiosa nave, un arco de herradura y un ábside con bóveda semiesférica, y fue tallada, probablemente, hace quince siglos en el escarpe de la margen izquierda del río Torío. Se trata de una estructura subterránea arañada en las arcillas que aún mantiene fuera varios árboles frutales que, supuestamente, plantó el eremita para abastecerse de comida.

Aunque más antigua es la gran Villa Romana de Navatejera, construida hacia el siglo I a.C., que dispone de una parte habitacional (donde se encontraron interesantes mosaicos), termas y una zona destinada a funciones de campo. El horno de cocción de los materiales de construcción de la propia hacienda destaca por su peculiaridad y los restos de una edificación en forma de cruz que se relacionan con el acercamiento de los romanos al cristianismo. Fue descubierta por unas lluvias que lavaron el terreno en el siglo XIX. El Ayuntamiento ofrece, además de esos atractivos, una amplia oferta cultural.

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