Diario de León

«No tengo el típico cuñado pesado»

l Laura Rojas-Marcos revela en un libro las claves para relacionarse saludablemente con los demás

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arantza furundarena

Bucear en las vivencias de una psicóloga no se antoja tarea fácil, pero Laura Rojas-Marcos allana el camino desde el principio: «Soy un libro abierto», avisa con una pizca de acento andaluz. Esta ‘sevillana de Nueva York’, hija del prestigioso psiquiatra Luis Rojas-Marcos, expresidente del Sistema de Hospitales Públicos de la Gran Manzana, es una apasionada de las relaciones interpersonales, por su profesión y por una curiosidad insaciable hacia la condición humana que le viene desde niña. Acaba de publicar Convivir y compartir. Claves para relacionarte saludablemente con los demás y contigo, un libro que no por casualidad llega tras un confinamiento en el que, como ella dice, «muchos se han visto obligados a compartir espacio durante todo el día con personas no elegidas».

Rojas-Marcos opina que la pandemia ha tenido un impacto «devastador, muy doloroso y difícil», pero que en general «se ha hecho un esfuerzo tremendo, así que yo no pondría un suspenso en convivencia». Sin embargo, sí cateamos en una de las principales claves en el arte de llevarse bien: la paciencia. «La culpa la tiene un deseo de inmediatez y una baja tolerancia a la frustración -observa esta terapeuta-. Ahí, tenemos trabajo pendiente, porque lo queremos todo para ayer. Veo sobre todo en los milenials una actitud caprichosa. Pero en estos casi dos años de pandemia hemos tenido que aprender a aguantarnos y a apechugar. Si la sociedad occidental mostraba un actitud adolescente e inmadura, esto nos ha puesto en nuestro lugar». Nacida en Manhattan en 1970, Laura se siente muy neoyorquina a la hora de trabajar, porque se crió y se formó en la Costa Este americana, pero afectivamente se declara muy española. «Me encantan los besos, los abrazos, estar con mi familia. Soy social, aunque luego también me gusta disponer de tiempo para estar a mi bola, como dirían mis estudiantes». Su padre tenía 25 años y su madre 23 cuando se casaron y se mudaron a Nueva York. En contra de las teorías de Freud, Laura nunca ha sentido la necesidad de ‘matar al padre’. «No, por Dios, que me dure mucho —defiende entre risas—. Discutimos poco, pero debatimos sobre cantidad de temas. Mi padre es un buen aliado. En eso hemos tenido suerte, nos llevamos bien».

A principios de noviembre la psicóloga cruzó el charco para ver correr al doctor Luis Rojas-Marcos en su última maratón de Nueva York. «Fui a animarle con mi hermana, porque le había prometido estar presente el día que decidiera retirarse. Y fue algo muy especial e impresionante, porque él tiene 78 años y lleva 27 corriendo». Laura sin embargo confiesa no correr «ni para coger el autobús» por culpa de un problema de rodillas. Sin embargo, camina largas distancias, «25 kilómetros, si hace falta».

De niña, fue «hiperactiva y curiosa», y aunque no era una estudiante de matrículas, le gustaba ir al colegio. Cuenta también que siempre ha ejercido de hermana mayor. «Soy cuidadora total, mamá gallina. Pero, fíjate, no he tenido hijos», concluye. Su «instinto maternal brutal» lo vuelca en sus sobrinos, a quienes considera «mis niños, mis tesoros». Tanto, que el último libro se lo ha dedicado a ellos. En una familia de psiquiatras cabría esperar irónicamente que las reuniones navideñas fueran ‘una casa de locos’. Laura ríe. «No, con todos los que somos, solo mi padre y yo nos dedicamos a temas de salud mental. Luego está mi tío Alejandro, que fue político —dice en relación al exalcalde de Sevilla—, pero se retiró hace tiempo. En mi casa por Navidad nos juntamos muchos y de todas las generaciones. Nos une el amor por la música... Y por la guasa. Nos encanta reírnos. Contando chistes mi hermano es muy bueno. Y luego tengo la suerte de que en esta vida no me ha tocado un cuñado pesado. Menos mal, porque a mí personalmente los conflictos no me gustan, me incomodan. Esos ya los veo en la consulta».

Al contrario que su padre, Laura no fue testigo directo de la caída de las Torres Gemelas, porque en ese momento estaba en Miami. Sin embargó voló a Manhattan tres días después del atentado. De aquel horror le quedó una fobia a los espacios cerrados. «Durante años, cada vez que entraba en un recinto buscaba inmediatamente la palabra ‘Exit’ para localizar la salida en caso de emergencia». En todo este tiempo solo había ido una vez a la Zona Cero. Pero este noviembre pasado quiso visitar el Memorial 11-S, y comprobó que su angustia se había extinguido.

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