Diario de León

Barrido histórico

Traidores de todos los colores

Los cambios de chaqueta y las deslealtades han afectado a izquierda y a derecha del tablero político desde la Transición

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Publicado por
María Eugenia Alonso
León

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Son mayores y jóvenes, hombres y mujeres, los encontramos a la derecha y a la izquierda, siempre han existido, pero en los momentos convulsos es donde emergen como setas después de una buena lluvia. Los traidores en política, como las meigas, haberlos haylos. Que se lo digan a Inés Arimadas que ha visto esta semana como la moción de censura que había promovido en Murcia para descabalgar al PP del Gobierno se ha ido al traste después de que tres diputados de Ciudadanos decidieran cambiar de chaqueta. Pero antes de que Isabel Franco, Francisco Álvarez y Valle Miguélez -los tránsfugas naranjas- conspiraran para mantener en el cargo a Fernando López Miras a cambio de una vicepresidencia y dos consejerías, los parlamentos y salones de plenos de toda España han sido escenarios desde la Transición de otras cuchilladas por la espalda.

En 1987 fue el gallego Xosé Luis Barreiro quien entregó el Gobierno de la Xunta al PSOE tras dar la espalda a Alianza Popular y marcharse con otros cuatro diputados de la formación de la que era secretario regional. En apenas once meses, fue vicepresidente con AP y con el PSOE mediante un pacto que tejió con los socialistas desde Coalición Galega, a la que había llegado tras fundar un partido de corta vida, la Unión Demócrata Galega. La jugada de descabalgar a Xerardo Fernández Albor y al PP de la Xunta le valió a Barreiro el apelativo de ‘El Felón’, acuñado por un Manuel Fraga fuera de sí al conocer la traición de quien era uno de sus hombres de máxima confianza.

Sus antiguos compañeros le pagaron la deslealtad con una denuncia por haber adjudicado una lotería instantánea a una empresa antes de que la sociedad fuera constituida y el Tribunal Supremo le condenó por prevaricación a seis años y un día de inhabilitación.

Dos años después se produjo en Madrid un movimiento similar al pergeñado por Ciudadanos en Murcia. El CDS de Adolfo Suárez decidió cambiar de alianzas y pasar de la izquierda a la derecha. El pacto con el PP implicaba una moción de censura que llevaría a Alberto Ruiz Gallardón al Palacio de la Puerta del Sol. Sin embargo, en el momento de presentarse, para sorpresa de muchos, uno de los diputados elegidos en las listas de los populares, Nicolás Piñeiro, que se había pasado al regionalismo, anunció que se abstendría. Gracias a esta maniobra el PSOE y Joaquín Leguina conservaron el Ejecutivo regional.

Fue otro socialista, José Marco, quien consiguió en 1993 hacerse con la Presidencia del Gobierno de Aragón con el voto de otro tránsfuga, Emilio Gomáriz. Un personaje turbio -fue denunciado por acoso por su secretaria- que meses antes de la moción de censura contra el presidente Emilio Eiroa, del PAR, dejó el PP para integrarse en el Grupo Mixto y sobre el que ha sobrevolado durante todos estos años la sombra del soborno.

El ‘tamayazo’

Fue el precedente del ‘tamayazo, otro caso de corrupción y de intrigas, que sigue sin depurarse, y que en 2003 llevó a Esperanza Aguirre a la Presidencia de la Comunidad de Madrid en detrimento del socialista Rafael Simancas. La ausencia de los diputados del PSOE Eduardo Tamayo y Teresa Sáez en la sesión constitutiva de la Asamblea regional impidió un Gobierno de izquierdas.

En la historia política de Madrid están grabadas las palabras que la entonces portavoz del PSOE, Helena Almazán, pronunció mientras Simancas contenía la respiración a su lado: «Tenemos un problema con dos diputados que han tenido un pequeño percance». Sin los votos de Tamayo y Sáez, el PP superaba en uno a los de PSOE e Izquierda Unida. La ventaja permitió además a los populares colocar a Concepción Dancausa como presidenta de la Cámara autonómica.

El escándalo dio lugar a una comisión de investigación y a acusaciones cruzadas. El PSOE acusó a sus exdiputados de haber recibido dinero de una trama inmobiliaria y urbanística afín a los conservadores. El PP lo negó todo y achacó el revolcón a las fracturas en las filas socialistas. Los dos protagonistas de la historia guardaron y guardan silencio. Solo alegaron su disconformidad con un pacto con IU.

Diez años tardó en romper su silencio Susana Bermúdez, la socialista que entregó la Asamblea de Ceuta al ‘gilista’ Antonio Sampietro en 1999. «No lo haría de nuevo», reconoció el año pasado en una entrevista la exdirigente, a la que el mismísimo Jesús Gil acompañó, previo viaje en barco de Málaga a Ceuta, hasta la puerta de la Cámara el día que se votó la moción de censura. Una consejería y un viaje a Eurodisney persuadieron a Bermúdez para dar el paso.

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