Diario de León

EL TRIUNFO DE LAS IDEAS DE LOS COMUNEROS

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El título puede sorprender al lector porque los comuneros fueron vencidos el 23 de abril de 1521 en los campos de Villalar. Esa derrota marcó el final del movimiento social de las Comunidades. Pero sus ideas perduraron y reverdecieron treinta y cinco años después. ¿Cómo y cuándo se vieron realizadas algunas de las ideas de los comuneros?

Las Comunidades exigieron un rey reinara en Castilla y León y desde Castilla y León. Es decir, tener un rey que se ocupara de administrar y defender los territorios de la Corona en la Península, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, el Norte de África y las Indias Occidentales, después denominadas América. Esta actitud llevó a los comuneros a oponerse a la dignidad imperial del rey Carlos V y a plantear un gobierno en y desde Castilla que irradiara su influencia hacia los territorios de la monarquía en el Mediterráneo, norte de África y las Indias Occidentales. Esto significó un choque de mentalidades, por un lado, entre el deseo del monarca de ocuparse de su heredad en Europa y de las obligaciones imperiales y, por otro, la exigencia de los castellanos de ocuparse de las posesiones territoriales del Reino de Castilla y León. La contraposición no fue solo personal, sino también ideológica entre dos modelos diferenciados, el de monarquía castellana y el de Imperio Habsburgo.

Una de las discrepancias fundamentales que se aprecia en el movimiento de las Comunidades es cuál sería la posición de Castilla y León dentro de la política carolina. Los castellanos y leoneses habían impulsado y consolidado una monarquía que se puede calificar de universal porque estaba constituida por territorios en Europa, África y las Indias Occidentales. Carlos V tenía la idea de ejercer de emperador en Europa y gobernar sus territorios preferiblemente desde Europa, su imperio debía asentarse y proyectarse desde el continente y, en este conglomerado de reinos, Castilla y León era una pieza más. Este choque de proyectos políticos generó un enfrentamiento que pretendía reclamar el protagonismo de Castilla y León en el proyecto carolino.

Los comuneros lucharon por alcanzar la libertad política y social de los súbditos del rey, y exigían ser gobernados por un monarca que asumiera las responsabilidades y los deberes inherentes a su condición de rey. La libertad para el movimiento comunero consistía en la capacidad del individuo para participar en el gobierno de la Comunidad, decidir sobre los proyectos políticos y formar parte de ellos.

En octubre de 1555 el emperador Carlos V, reunió en Bruselas a la familia Habsburgo, hubo alguna notable ausencia, y ante los Estados Generales abdicó de sus títulos en favor de los dos miembros de la familia que consideraba más capaces para continuar el gran proyecto político que había iniciado: el Imperium mundi. Esta vez la responsabilidad no recayó sobre una sola persona, sino sobre su hijo primogénito Felipe y sobre el hermano menor del emperador Fernando. Uno y otro tenían experiencia de gobierno y habían demostrado suficiente capacidad y resolución para afrontar con éxito los encargos políticos recibidos del emperador, rey, hermano y padre.

Esta división no era casual. Carlos V mostraba de manera evidente que no era posible desarrollar y estabilizar un proyecto político dual en el que estuvieran unidas en una misma persona los títulos de rey de España y emperador de Alemania. Reconocía que la complejidad de los asuntos de la Corona española exigía una dedicación completa y exclusiva de un monarca. En Europa la ruptura de la unidad religiosa demandaba un emperador que se esforzara con dedicación exclusiva a poner orden y armonía entre los estados, los reinos, los principados, los ducados y las facciones religiosas y, además, detuviera el avance del Imperio Otomano. Una sola persona no podía atender de manera adecuada los requerimientos de las dos coronas. Era necesario disociar las tareas de gobierno y encomendarlas a dos personas diferentes separando las jurisdicciones.

Treinta y cinco años después, Carlos I de España y V de Alemania, admitió una de las principales reivindicaciones de los comuneros. El rey de España debía dedicar sus esfuerzos y su tiempo a la monarquía universal que habían constituido los Reyes Católicos y que podríamos llamar, con todas las limitaciones de la expresión, imperio castellano. La experiencia, maestra brutal, había enseñado a Carlos que era necesario separar las dos responsabilidades con el fin de conseguir que ambos titulares se entendieran y se ayudaran mediante alianzas. Este hecho formalizó la división de la Casa de Habsburgo en dos ramas, de un lado la europea o austríaca que siguió llevando el nombre original de la familia; de otro, la española que castellanizó el nombre por Austria. La división no generó conflictos y sí una unión férrea con el fin de dar continuidad al proyecto de Carlos V, resucitar un Sacro Imperio Romano fundado en la unidad religiosa, que ya no existía. Pero, en cambio, había constituido el primer imperio colonial moderno en el que nunca se ponía el sol.

Carlos V, por la manera en que resuelve su abdicación, reconoció en 1555 que la reivindicación de los comuneros tenía sentido y era necesario disociar la Corona de España y la dignidad imperial. Una misma persona no podía gobernar territorios tan diferentes, dispersos y complicados. Fue el reconocimiento de la monarquía universal española que se conocerá como Monarquía Hispánica, que no estuvo diluida ni confundida con el Imperio, pero fue su mejor aliada en todas las circunstancias históricas y políticas que se vivieron en Europa hasta el cambio de dinastía en el siglo XVIII.

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