Diario de León

LA ÚLTIMA GESTA MINERA

«Sois el orgullo de este país». Madrid se puso en pie ante las columnas de mineros que llegaban andando a la capital desde todas las cuencas carboneras de España. El Gobierno de Rajoy había intentado evitar su paso por La Moncloa, pero el pueblo quería fundirse con la dignidad de aquellos hombres y mujeres que luchaban por salvar un sector condenado.

La llegada a Madrid de la III Marcha Negra fue apoteósica. Después de 20 días sobre el asfalto de las carreteras, los mineros llegaron a la Ciudad Universitaria. Por la noche tomaron la puerta del Sol. Familiares y poblaciones fueron su soporte durante todo el viaje. Fue la primera marcha en la que participaron mineras y las Mujeres del Carbón llegaron para quedarse.

La llegada a Madrid de la III Marcha Negra fue apoteósica. Después de 20 días sobre el asfalto de las carreteras, los mineros llegaron a la Ciudad Universitaria. Por la noche tomaron la puerta del Sol. Familiares y poblaciones fueron su soporte durante todo el viaje. Fue la primera marcha en la que participaron mineras y las Mujeres del Carbón llegaron para quedarse.

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Fue la crónica de una muerte anunciada y sin embargo volverían a hacerlo. Los mineros leoneses que caminaron hasta Madrid en la III Marcha Negra están orgullosos de haberse quemado los pies en la lucha por la continuidad del carbón y en defensa de sus puestos de trabajo. Y además creen que el tiempo «nos ha dado la razón».

La crisis energética y los vientos favorables al carbón en Alemania les reafirma en que «era necesario tener una reserva estratégica de carbón», afirma Antonio Fernández, secretario comarcal de UGT en Laciana que vivió la marcha en la retaguardia de su logística.

Fueron 20 días sobre el asfalto. A cielo abierto. El 22 de junio de 2012 una columna de mineros partió de Villablino con trabajadores de Laciana y la cuenca de Gordón; desde Bembibre, la columna berciana se uniría en La Magdalena y desde Mieres, la asturiana, se sumó en La Robla a la serpentina de hombres y mujeres que salvarían a pie los casi 500 kilómetros hasta Madrid. Desde Teruel partían los mineros de Andorra. Y otro puñado desde Puertollano y las cuencas del sur.

Cerca de 250 trabajadores y trabajadoras (las mineras de Hunosa) recorrieron un camino marcado por la épica veinte años atrás por los mineros de la MSP, con las fundas y los casos de trabajo y con calzado deportivo, pero por primera con la suma de todas las fuerzas del sector del carbón. Sólo pedían al Gobierno que cumpliera el Plan del Carbón. Y hasta eso era mucho.

En las camisetas llevaban impresa la profecía: «Quieren acabar con todo». Solo fueron necesarios cuatro o seis años, según las cuencas, para que se cumpliera. Ya no queda apenas nada en la minería privada del carbón y tan solo una plantilla residual de Hunosa enarbola la banderia de la minería del carbón en España.

El 10 de julio entraron en Madrid con los pies cansados y el alma henchida por el compañerismo y las ovaciones que les aguardaban a las puertas de la Ciudad Universitaria. Los mineros fueron recibidos como doctores honoris causa de las luchas obreras. El rector de la Univesidad Complutense, José Carrillo, y el de la Universidad Politécnica, Carlos Conde, acudieron a su llegada: «Sois todo un ejemplo para nosotros».

El 11 de julio fue otro baño de multitudes por la Castellana. Los mineros estaban cansados y esperaban poco. Tenían prisa por ir a liberar a sus compañeros encerrados en el pozo San Cruz, que llevaban ya 53 días sin ver el sol. Sería tres días después.

El espíritu del 11-M planeaba por la capital. «Vosotros sí sois el orgullo de nuestro país, por vuestra dignidad, vuestra honradez y vuestro valor, y no la selección de fútbol», proclamaba una comitiva de Carabanchel que había recogido algo de dinero para la caja de resistencia de los mineros.

Y con orgullo lo recuerdan algunos de aquellos mineros leoneses una década después. Al caer la noche, las columnas salieron de la ciudad universidad con sus lámparas encendidas. La luz de los mineros se desparramó sobre Madrid hasta la Puerta del Sol en una procesión casi religiosa por el fervor con que aquellos hombres y mujeres eran mecidos por la masa.

«Me siento superorgulloso, aunque luego lo hicieron muy mal», dice Sergio Pérez Cruz, un minero de Ciñera que petó las redes sociales, otra novedad que diferencia a la III Marcha Negra de sus predecesoras. «Se prejubiló gente más joven que yo», asegura por teléfono desde el camión que ahora es su puesto de trabajo. «En agosto de 2016 nos despidieron de la Vasco y aunque queríamos quedarnos otro y yo, al final, por miedo, aceptamos» la baja incentivada. «Me tuve que reinventar, de minero a camionero», dice satisfecho, por el presente y por el pasado: «Estuve allí, Eso no me lo va a quitar nadie». Hace diez años luchaba por el pan atravesando Tierra de Campos y Castilla y a sus 45 años se recorre todas las carreteras de Castilla y León con la caja del camión llena de alimentos y productos para los supermercados de Mercadona.

Sergio Pérez Cruz se acuerda, como de «un compañero más» de Norberto, el fotógrafo de Diario de León que se echó a la carretera con los mineros cámara en ristre por tercera vez. Norberto Cabezas Quintanilla, que falleció en 2013, cubrió con orgullo todas las marchas mineras. Era uno más.

«Llevo acordándome todos los días dónde estaba desde el 22 de junio», comenta Sergio Diez, de Villablino. «Yo volvería», asegura a pesar de todas las veces que le han echado a la cara las palabras de desaliento: «¿Para qué fuisteis? No sirvió para nada... Que digan lo que quieran. Hice lo que estaba en mi mano y el tiempo nos ha dado la razón. Tenían que haber dejado un mínimo», lamenta.

Diez trabajaba en la mina La Escondida de Caboalles de Arriba cuando partió con la columna de 60 mineros que salió de Villablino. «Me echaron en 2013 y gracias a los contactos que hice en la marcha me fui a Minertran, que empezó a trabajar para la Hullera Vasco Leonesa», explica. Tres años después llegó el fin. Durante un tiempo se dedicó a las colmenas, pero aquello no daba para vivir y tiró de los carnés de conducir profesionales que había obtenido «cuando empezaron las movidas».

Ahora se pasa la semana en la carretera. Por la mañana cargando en Rivas Vaciamadrid y por la tarde en el polígono industrial de Onzonilla. Cuando descansa vuelve a Villablino, donde reside su mujer y dos hijos. Es de los pocos que no ha dejado el valle a pesar de que el trabajo lo tuvo que buscar fuera.

«La gente se fue prejubilando, los jóvenes se tienen que marchar y las cuencas mineras han caído en el olvido. La población ha sido la peor parada», afirma Toño Fernández. La posición de Villablino en el mapa, apartado de todos los ejes de comunicaciones, no le favorece. Y el golpe se siente en la provincia. «Pese a quien le pese, la minería era el motor de la provincia. Pero a los mineros nos miraban raro, como si tuviéramos rabo. Ahora se ve. Apostaron por cerrar las minas sin alternativas y todos pagamos las consecuencias», añade,

Sin alternativas y arrasando con lo que quedaba en palabras de Juan Jesús Colmenero: «En Alemania abriendo las minas y nosotros tirando las térmicas», critica este minero que vive pendiente del juicio del accidente de la Hullera Vasco Leonesa del 28 de octubre de 2013 en el que fallecieron seis compañeros. La estela más triste del fin de la minería en León cuya herida se ensancha para las familias cada día que pasa sin juicio. «Me prejubilé, me tocó la lotería porque tenía 45 años y a esa edad, y minero, no iba a encontrar trabajo en ningún sitio», asegura. Estuvo 23 años en el tajo, vive a caballo entre La Robla en invierno y el Órbigo en verano y de la marcha el mejor recuerdo que guarda es el compañerismo. De vez en cuando aún quedan a cenar un grupo de aquella columna en la que compartieron 21 días y sus 21 noches.

Arreciaba el calor y se madrugaba mucho. El tema Días de barricá de Spanta la Xente era el despertador de los primeros pasos de la marcha al amanecer. Por delante iba Jorge Vega, uno de los mineros que se ocupaba de la intendencia de cada etapa para las columnas leonesas. Ahora está prejubilado y vive entre Villablino y Oviedo.

Lo peor, a su juicio, es la situación en que ha quedado la comarca. «Tanto dinero como se manejó. ¿Quién se lo llevó? El empresario que se lo metió en el bolsillo, se declaró insolvente y se va librando de todo. Tiene no sé cuántas condenas y no le veremos entrar en la cárcel. Es lo que más me indigna. Está protegido por arriba». Vega también se queja de las cantidades que se invirtieron fuera de las comarcas mineras y señala a Valladolid como una de las principales beneficiarias. Pese a todo cree que la marcha fue útil: «Para algo sirvió, para parchear, para que fuera algo menos drástico».

«La experiencia fue muy bonita», apunta Jonathan González. Era uno de los más jóvenes. Con un 28 años y un niño de seis meses se echó a la carretera para luchar por el trabajo que mamó en casa. «Mi padre, mi abuelo, mi tío y algo también mi hermano fueron mineros», comenta., «A día de hoy —asegura— volvería a hacerlo. Era nuestra forma de vida y volvería a repetirlo. La recompensa fue el apoyo de la gente en todos los sitios a los que llegábamos y la llegada a Madrid»,

Hoy tiene dos hijos, de 10 y siete años, y trabaja en el servicio de mantenimiento de Infusiones Susarón en el polígono de La Magdalena. «Aposté por formarme. Nada más que en el 2016 firmamos la salida, hice un módulo de instalaciones eléctricas en La Robla y antes de terminar ya tenía trabajo». Jonathan consiguió su objetivo de encontrar empleo cerca de casa, aunque siente «pena y rabia al ver cómo está la zona, con todo dejándose caer y olvidada».

«En la marcha cada uno tenía sus intereses. El mío era que la mina durase lo más posible. Para otros el objetivo era poder prejubilarse para irse». La III Marcha Negra fue la última gesta minera. La que era inevitable que sucediera porque no hay dos sin tres. La vencida. Si es que hubo alguna que se ganara.

En la resistencia quedan las Mujeres del Carbón y las cuencas mineras. El espíritu de la mina no se rinde.

Juntos, o en la mayor de las soledades, 200 hombres recorrieron a pie en septiembre de 2010 los 195 kilómetros que separan Villablino de León en un recorrido por las cuencas. Al atravesar estos pueblos plomizos se retrataron imágenes como sacadas de una estampa de otro siglo, con gente muy mayor saliendo a las ventanas para despedir a héroes con una misión: salvar el carbón.

Las crónicas del Casco 201, nombre con el que apodaron al periodista que firma, dibujaron durante nueve días relatos con sus desasosiegos, sus turbaciones y anhelos. Nueve días en los que ha quedado marcada a fuego en la retina del periodista que acompañó a los mineros durante toda su gesta la imagen de pueblos abandonados pero en lucha, de gente agotada pero incombustible. No se puede dejar de mencionar aquel momento en Corbón del Sil, en la primera etapa. Una mujer muy muy anciana, enlutecida, esperaba a los mineros sentada en el porche de su casa, una vivienda alejada del paso de la carretera. No podía articular palabra, pero la fortaleza de su mano alzada y las lágrimas en su rostro expresaban más que cualquier frase, que cualquier silencio.

También se vio salir a todo un pueblo para aplaudir el paso de los mineros. Niños y viejos. Como aquellos centenarios encerrados en una residencia que se levantaron en un esfuerzo sobrehumano para ellos con el único objetivo de soltar un «viva los minerines».

Desde luego, el paso de los mineros se vivió en las cuencas como una auténtica heroicidad. Sólo Santa Bárbara les puso de rodillas. En lo humano aparentaban ser broncos, rudos. Pero llevaban impregnada una disciplina de hombres de bien, sentidos, muy unidos a sus guajes, porque si algo sorprendió en esta marcha es la cantidad de mujeres que acompañaron al cortejo con sus hijos, día a día.

Casi todos -contaban en la ruta- eligieron la mina por tradición o necesidad; es revelador el respeto a los viejos mineros, admirable. No en vano, los gestos que más les ayudaron a no perder el aliento fueron los de aquellos viejos mineros que habían participado en la primera Marcha Minera, la del 92.

La aventura humana culminó en León con un desencuentro con las federaciones sindicales, que se quisieron apropiar de su llegada. Pero no lo consiguieron. Llegaron a León, cruzaron sus bastones y volvieron a prometer lucha. Al día siguiente ya había encerrados en la Catedral de León y en la Diputación.

La experiencia no consiguió su reto, que era dilatar el cierre de las minas más allá de lo que pretendía Europa. Ellos no lo consiguieron. Otros países sí, sin salir a la calle. Aquel día, León supo que la minería volvería a llorar.

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