Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Al otro lado del océano, la poesía en lengua española sorprende por su frescura. La percibimos cuando leemos la del dominicano José Mármol, autor de libros como Torrente sanguíneo (2007) y Lenguaje del mar (2012), además del recientemente publicado, Yo, la isla dividida. A lo largo del tiempo, la isla ha ido adquiriendo diversos significados simbólicos que brotan de la realidad de su aislamiento, que unas veces ha servido de cárcel y otras de paraíso. El título de Mármol lo explica el primer poema: «Yo, como la isla, / rodeado de ti por todas partes, dividido»; otro poema generaliza: «El humano, una isla / rodeado de sí mismo y su otredad por todas partes». Hay que añadir que entre tantos versos más o menos discretos como uno lee, en los de Mármol salta a cada paso el golpe de gracia, tan inesperado como milagroso. Un poema, por ejemplo, habla de la madre e intuimos un momento de lucidez en su memoria averiada; de ella dice el poeta que «conversa despacito, / toca los raíles de su propio laberinto», o bien que «enseñó a mi padre, amorosamente, / la desembocadura de la luz en las palabras»; el poema se titula Paisaje de otoño, una metáfora del decaimiento. En esta reseña quiero referirme brevemente a dos asuntos cardinales del poemario: el amor y la poesía. El primero es un amor carnal en el que el sentido del tacto, por ejemplo, resulta esencial: «el amor se torna fina llovizna con sonido / con sabores salinos en la fruta de los dedos». Pero no todo es solaz y gozo, porque asoma también el desamor, la imposibilidad del acuerdo: «cuando no ves más que niebla / aun si yo te cuelgo auroras en la boca». De ahí que un poema cante la utopía de un amor siempre en presente, sin inquietudes y sin que nada altere «el orden calculado de tus días en los míos». Por otro lado, el tema de la poesía. Un poema precioso al respecto se titula Escritura y lectura: el poeta nos habla de ese momento primero en que el poema empieza a bullir, de la lenta aparición de lo que se va nombrando, del fuego de la palabra que arderá si el lector «coloca, en su faena de asombros, / un trozo adicional de leña en la hoguera». En muchos poemas aparece la búsqueda activa de la urdimbre del sentido. Es el camino de todo buen poeta. Apenas hay espacio para añadir que el poema parte siempre de una realidad, un viaje, una ciudad, un hotel, la mañana de un octubre fatigado. Es una poesía de la vida y para la vida, no para el pensamiento abstracto sobre ella.

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