Diario de León

El valenciano que se inventó Nueva York

l Javier Moro presenta con Espasa la novela ‘A prueba de fuego’

El escritor francés Javier Moro

El escritor francés Javier Moro

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carmen naranjo

El valenciano Rafael Guastavino emigró a Estados Unidos en 1881 y once años después había logrado construir parte de la Biblioteca de Boston, una de las muestras de las innovadoras técnicas de este artista al que, en su necrológica, The New York Times calificó como «el arquitecto de Nueva York». Una figura desconocida casi en España que el escritor Javier Moro ha querido recuperar en su novela A prueba de fuego (Espasa), en la que habla de su aventura americana, su creatividad, sus técnicas y sus edificios más emblemáticos pero en la que también ha reconstruido su tumultuosa vida privada, digna del mejor «folletín».

Según explica Javier Moro a Efe, Guastavino es desconocido también para muchos arquitectos españoles a pesar de ser una figura esencial para entender el modernismo y a Gaudí: «no se entiende Gaudí si no está Guastavino antes», destaca el escritor, que explica que, por el contrario, en Estados Unidos hay incluso grupos de «guastavinistas».

Rafael Guastavino y su hijo, arquitecto del mismo nombre que continuó su labor, son recordados en ese país como «creadores de belleza». Llegaron juntos a Estados Unidos, el padre con cerca de 40 años y el hijo, de 9 años, y convivieron solos cuando la madre y las hermanastras decidieron regresar a España. Rafael Guastavino educó a su hijo en la arquitectura «como un aprendiz de la Edad Media y logró que se convirtiera en un profesional casi mejor que él, de tal forma que se creó una rivalidad artística entre ambos», dice el autor.

Precisamente es el hijo, Rafaelito, el que cuenta en primera persona la historia de su padre y su propia vida en la novela de Moro.

Durante la investigación para escribir esta historia- explica Javier Moro- conoció en Estados Unidos en 2016 a un heredero norteamericano de la familia Guastavino que le entregó un centenar de cartas que le permitieron entrar en la intimidad de su biografía. Lo que descubrió superaba cualquier ficción, recuerda el escritor, pues descubrió que Rafaelito en realidad no era hijo legítimo de la esposa de Guastavino, que había permanecido en España, tal y como constaba en su partida de nacimiento, sino que era de la criada, con la que el arquitecto había viajado a Estados Unidos pero que decidió retornar con sus dos hijas.

Doble vida

Y es que en Barcelona, donde vivía y trabajaba, Guastavino había mantenido una especie de doble vida, con dos familias y dos hogares. Rafael Guastavino, «meticuloso, preciso y serio en su trabajo de arquitecto, era un total «desmadre» en su vida personal y con el dinero, señala Moro.

Pero antes de emigrar a Nueva York, después de arruinarse, Guastavino ya había dejado grandes trabajos en España. A los 19 años se trasladó a Barcelona para estudiar la carrera de Maestro de obras, equivalente a Arquitectura y, a los 24 años, construyó la fábrica Batlló, referencia de la nueva arquitectura industrial, sin haber obtenido todavía el título oficial. Y aunque no fue un inmigrante «al uso», explica Moro, el «sueño americano» le costó mucho. Hasta que pudo dar a conocer sus técnicas y sus ligeras estructuras resistentes al fuego en un país obsesionado por los estragos de los incendios de Chicago (1871) y de Boston (1872).

El arquitecto valenciano supo adaptar a las exigencias de una construcción moderna y sólida los materiales tradicionales del área mediterránea, algunos de ellos heredados de bizantinos y árabes. Experto en morteros, fue el primero que exploró las posibilidades de la unión de los ladrillos cerámicos con cemento Portland, creando unas superficies ligeras y muy sólidas.

También mejoró la fabricación de azulejos para incorporarlos a sus obras; en total, su compañía registró más de ochenta patentes. Creó el «Sistema de arcos de baldosas», que deslumbró a principios del siglo XX, cuando construyó la primera estación del moderno metro de Nueva York, la City Hall Station, que sirvió de modelo para el resto.

Su compañía creó más de mil edificios en Estados Unidos, Canadá y México, de los que 360 estaban en la Gran Manzana. Tras la muerte de su padre, en 1908, Rafael Guastavino Jr. se hizo con la dirección de la compañía, que siguió creciendo hasta que, con la construcción en acero y cristal, comenzó su declive hasta su desaparición en 1962.

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