Diario de León

Y Vázquez Montalbán resucitó en cómic

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verónica viñas

Manuel Vázquez Montalbán fue un «obrero de la cultura, según definición de su antólogo Francesc Salgado. El prolífico autor explicó que la saga Carvalho «son los libros más serios que saco. Son los que más me cuestan y, a la larga, se descubrirá que a través de ellos se construye, con una precisión casi científica, la historia de lo que nos ha pasado». El escritor berciano Hernán Migoya se dio de bruces con Carvalho, si es que las casualidades existen. Una noche, entre copas, entabló amistad con el hijo de Vázquez Montalbán y comprendió que tenía que convertir en novela gráfica las historias del irrepetible inspector y su corte —el limpiabotas Bromuro, Charo, la novia prostituta de Carvalho o Biscuter, ladrón de coches deportivos—.

Hace un año sorprendió con la adaptación al cómic de Tatuaje, segunda novela que el escritor catalán dedicó a su maniático detective. Nuevamente asociado con el ilustrador Bartolomé Seguí, Norma Editorial publica ahora La soledad del manager, en la que el ‘huelebraguetas’ que quema libros porque no cree en la cultura y su ayudante Biscuter, un ex-presidario conocido de Carvalho cuando éste estuvo en la cárcel por asuntos políticos, se adentran en el corazón del Barrio Chino barcelonés y en las cloacas del poder «a través de unas viñetas que huelen a cuero y pólvora, a barra de zinc, tabaco negro y trago cazallero», según explica Norma Editorial.

En este nuevo caso Carvalho debe remontarse a sus años de agente de la CIA, cuando, en un viaje a Estados Unidos conoció a Antonio Jaumá, mánager de una multinacional.

Vázquez Montalbán, que sufrió un consejo de guerra, describe de forma magistral en La soledad del manager la sociedad de 1977. Carvalho es requerido por la viudad de Jaumá para esclarecer el fallecimiento de su marido en extrañas circunstancias. Ha aparecido muerto con unas bragas en el bolsillo. Las sospechas iniciales de un crimen sexual se desvanecen y cobra cuerpo la tesis de un ajuste de cuentas político. El detective, que no para de recibir advertencias de la policía y de un poderoso ejecutivo para que deje de husmear, guisará un salmis de pato para relajarse.

Vázquez Montalbán –y con él, Migoya y Seguí–, explica la editorial, «brindan una radiografía descarnada del posfranquismo, desde los más bajos estratos sociales a los despachos de los ejecutivos, de los pedigüeños arrojados a las aceras, muchos de ellos los sempiternos perdedores de todas las guerras, al mundo de los ganadores y las corbatas de seda, los habanos y los vinos gran reserva».

Los personajes de Bartolomé Seguí no tienen nada que ver con Eusebio Poncela, Juan Diego o Juanjo Puigcorbé, que dieron vida a Carvalho en la televisión; ni con los actores que lo encarnaron en la gran pantalla: Carlos Ballesteros (Tatuaje); Patxi Andión (Asesinato en el Comité Central); Omero Antonutti (El laberinto griego); Juan Luis Galiardo (Los mares del Sur); y Constantino Romero (Sabotaje Olímpico). Los autores se habían imaginado a Carvalho más parecido al actor Ben Gazzara, pero les ha salido con rasgos de Burt Reynolds.

Para Migoya, Pepe Carvalho conecta, a su modo, con lo mejor y lo peor del país. «Yo subrayaría su afán de rebeldía eterna, de compasión hacia el desposeído y una visión ácrata de la vida». Aquella España de manifestaciones y cargas policiales que quería dejar atrás 40 años de dictadura fue espléndidamente diseccionada por un Vázquez Montalbán que resulta clarividente. Todo es diferente a entonces pero nada ha cambiado, como refleja este esclarecedor diálogo:

—Creas la sensación de que el poder no controla la situación y de que el sistema político no sirve para garantizar el orden.

—Y eso ¿en favor de quién?

—Casi siempre en favor del propio poder, que así tiene coartadas y cheques en blanco para hacer lo que le pasa por los cojones y como le pasa por los cojones.

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