Diario de León
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León

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josé enrique martínez

De Ángel Fierro, fundador y responsable de las revistas Claraboya y Picogallo, recordamos, entre otras cosas, su novela El contador de vientos (2010) y poemarios como Responde amor (1973), el primero, y Varas de avellano (2013), uno de los últimos. Diáspora resulta, como él escribe, un memorial de pérdidas sobre la «España vaciada». «Diáspora», término generalmente referido al pueblo judío, alude a grupos humanos que abandonan el lugar de origen y se dispersan por el mundo. Fierro, natural de Cármenes, sufrió en carne propia el abandono de su tierra; la experiencia de la diáspora la vierte en el poemario desde la primera composición, que, en cierto modo, plantea todos los asuntos propios de la desbandada reunidos en un sujeto que evoca el pasado sin olvidar la crueldad de la guerra («por los ribazos se pudría la sangre») ni la vida hogareña («en el corral de mi casa bullía un mundo de vidas / familiares y cotidianas»); Fierro se vio obligado a abandonar aquel paraíso (casa, hogar, naturaleza, infancia), para un día regresar, cuando «ya no estaban los míos ni era la misma luz», y experimentar «la noche de las pérdidas» y, desde tal conciencia, intentar salvar los cimientos: «Es lo que tengo. Cuanto sé de mí» termina el poema, recordando acaso el Cuanto sé de mí (1957) de José Hierro.

Son poemas en los que la fluencia temporal es esencial, una fluencia que tiene su correlato en la del río, alegoría de la vida humana, de la niñez (edén), la madurez («la corriente se embarró / y dejó el paraíso») y la ancianidad y muerte («entró en el mar que es el morir»). El río reaparece en otros poemas, un río que también parte, que alza la voz contra el destierro y el abandono, y que sabe que «ningún agua regresa a su memoria», mientras avanza enfangado hacia la mar. En este desarrollo temporal resultan esperables contrastes entre memoria y olvido, infancia y madurez, partida y regreso. A la memoria, al pasado, a la infancia, pertenecen los recuerdos, las pérdidas: «Ahora ya no hay pastores ni rebaños, / ni mastines, ni chozos, ni las palabras que traían». Si todo esto resume una primera parte del poemario, cabe decir que con el mismo tono discurre tanto la segunda, más volcada sobre otra pérdida, la del hermano, participante también de la diáspora, como la tercera, sobre la imposibilidad del retorno, pues «ya no estaban los míos ni era la misma luz». Apenas se atisba un rayo de esperanza, que desprende la propia poesía, un «venablo contra la desmemoria».

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