Diario de León

VIAJE AL PUEBLO QUE SE HIZO MILLONARIO

En Canales, el rastro de millones que dejó el Gordo del Niño se puede seguir aún por sus calles, de chalet en chalet. Dos veces tocó el primer premio de la Lotería Nacional. Un imposible. Por eso, en el pueblo creen que volverá a tocar otra vez. Y se lo juegan todo de nuevo al nueve. Treinta y seis años después

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El rastro de aquellos millones se nota en el tamaño de los chalets. Y en una especie de superstición que circula por el pueblo: que no hay dos sin tres y que la lotería volverá a tocar en Canales.

El bar de la suerte, en donde tocó dos veces el Gordo de la Lotería Nacional, está cerrado a cal y canto. Desde hace años. Como en la mayor parte de la provincia, cuesta encontrar a alguien por la calle. Los pueblos de León cierran en invierno. Es la época de vacío en la España vaciada. Canales, como tantos otros, es más de verano.

Las persianas blancas están echadas a modo de trapa en el bar en el que cayó por dos veces el Gordo. Con apenas dos años de diferencia. Los dos números terminados en 9. Los dos comprados en la misma administración de Lotería, la número 8 de León, en el Crucero. Dos lluvias de millones en un pueblo que ya había hecho rico la construcción de la autopista, la de Asturias. Esa, dicen, fue la gran suerte.

El sábado 13 de agosto de 1983, el Sorteo Extraordinario de Verano de la Lotería Nacional hizo ricos a las 12.30 del mediodía a 26 vecinos de Canales que habían jugado, en peña, el 55719. Lo cogieron en el bar que entonces llevaba José Pérez. Los afortunados se llevaron 20 millones de pesetas (entonces no había aún euros). La fiesta fue grande en el pueblo, pero no tanto como la del 5 de enero de 1985, el día del sorteo del Niño.

EL GORDO DE LA LOTERÍA

DEL NIÑO DE 1985

En Canales se trabajaba aquella mañana con normalidad, ajenos los vecinos a lo que iba a suceder poco después. Las primeras voces llegaron del bar. El hijo de Manuel Robla salió a la calle como loco. «El Gordo, el Gordooooo, nos ha tocado el Gordo», cuentan que chillaba. Y ahí empezó el delirio. No todos los días caen 3.492 millones de pesetas (62 millones y pico de euros en la actualidad). Dieciséis millones de pesetas al décimo o 50 si pertenecía a la cuarta fracción.

Apenas un puñado de vecinos se quedó sin los millones del 87449. Casi todos le compraron a Manuel y Lourdes los décimos terminados en 9 y adquiridos en la administración de Irene Izquierdo, la 8, en el Crucero, que vendió íntegras las 18 series del Gordo.

Casi todos. Porque la mala suerte también tocó en Canales. A Cristina, por ejemplo, que pasea apoyada en un andador acompañada por su hijo.

—¿Que qué nos toco? Nos tocó verlos a ellos.

Y sacude la cabeza como queriendo borrar un mal recuerdo que está vivo 36 años después. Lo explica su hijo: «Mi madrina se puso enferma y ellos marcharon a Madrid a cuidarla». Y ahí se fraguó la mala pata.

Peor fue lo de los tíos de Ángel Álvarez, que vivían a un paso del bar, en la acera de enfrente. Llegó el marido con el décimo, que valía entonces 2.000 pesetas, y la esposa le espetó un «anda a devolverlo, que no estamos para estos dispendios». Y bueno, pues obedeció.

Corrió el cava por Canales como antes había corrido el coñac Magno por los cinco bares del pueblo cuando topógrafos, ingenieros y currantes de la autopista terminaban la jornada «o durante ella», apostilla un vecino con la memoria aún fresca.

LOS CHALETS DE LA SUERTE

El reguero de millones de la Lotería del Niño cambió Canales para siempre. Aquel pueblo de casas mineras, cuadras de piedra y portalones ganaderos se convirtió en una sucesión de chalets, algunos con piscina, ahora cubiertas.

Pero ningún casoplón como el que se hizo Bautista González ‘Marchena’. El chalet de ‘Falcon Crest’ le dicen aún hoy. Cuatro plantas, balcones y una gran escalinata. El emblema de una época, la prueba fehaciente de que allí tocó la lotería.

De uno de esos chalets sale Lourdes, la dueña del bar de la fortuna. Se asoma a la barandilla del primer piso al escuchar tocar el timbre. «Eso pasó hace mucho tiempo», zanja lacónica antes de llamar a su gato para que entre en casa y cerrar la puerta. Ni una palabra más.

Nunca se fueron del pueblo. Traspasaron el bar y siguieron con su vida de siempre. Más o menos. Lourdes y su marido, Manuel, que habían vendido leche casa por casa antes de coger el bar, levantaron chalet, compraron pisos en León e hicieron oídos sordos al runrún del pueblo. Más bien runrunes. Que si uno de los chavales suyos se fue con los amigos y se le pasó devolver la víspera por la tarde los décimos que sobraron, que si en un cajón del bar se encontraron al día siguiente la lotería que no habían vendido, que si... El caso es que nadie sabe a ciencia cierta cuánto tocó a cada uno. Lo que quieran confesar con el paso de los años.

«A ese, lo menos 120 millones de pesetas de la época». «A ese, mínimo 140 (dos millones y medio de euros)». La suerte se va señalando por casas.

«A mi madre, cuatro millones de pesetas», dice Ángel Álvarez. Jugaba a cuartos. Entre cuatro vecinas. «De palabra», cuenta su hijo. No como ahora.

«A unos les jodió la vida y a otros se la arregló», dice Álvarez. «Algunos lo están pasando fatal», apunta Blanca. «Ahora viven de subsidios», explica. «Se metieron en asuntos que no controlaban y están arruinados», añade Ángel. «Se pensaron que el dinero no se acababa», resume Blanca.

Su hermano tuvo el boleto en la mano. Su cuñado, en cambio, lo cogió. «Es listo, nunca dejó de trabajar», cuenta.

LA OTRA LOTERÍA DE CANALES

Un puñado de metros separa el cartel que indica el final de La Magdalena y el principio de Canales. «Que no te engañen, es el mismo pueblo», advierten en el Siete por Siete, el único bar que queda abierto.

No lo parecen. El mismo pueblo. En Canales no hay ni una tienda.

«No se creó riqueza. Hicieron los chalets y nada más», reflexiona Ángel Álvarez.

Él estaba en la panadería cuando lo del Gordo del Niño. Era un chaval. Amasaban las hogazas con los niños de San Ildefonso cantando los números de fondo en la radio cuando salió el primer premio. Su jefe dio un salto. «Ese número lo tengo yo», dijo. Y todo lo que se estaba haciendo quedó sin hacer porque lo importante era encontrar el décimo.

Dieron la voz en la calle pero hubo muchos que nos les creyeron. «Anda ya...». Hasta que se escucharon los gritos de alegría y la gente descorchando botellas de cava. «De champán, decíamos entonces», puntualizan. Luego llegaron los periodistas.

Para cuando estos se marcharon, La Magdalena se llenó de enviados de bancos y concesionarios de coches. Y hasta Caja España logró vender una promoción de viviendas para la que, hasta ese día, no había comprador. Se vieron varios BMW, sobre todo, y algunos lujos más.

De ese rastro de millones sólo queda la huella de las casas. El Canales próspero y bullicioso está ahora en silencio.

«Había cine», dice María Ángeles. «Y un colmado, carnicería, cinco bares, asociación cultural...», enumera. «Hacíamos hasta teatro», añade Ángel Alonso.

A la hora del vermut, se juntan aquellos antiguos millonarios en el Siete por Siete, el bar que atiende Raúl, un chaval joven que escucha detrás de la barra cómo se cuentan aún las historias de aquel Canales de la lotería.

«Aquí vienen muchos de los que les tocó», dice. «Siguen hablando todavía de aquello».

Pero la prosperidad, dicen, la trajo a Canales la construcción de la autopista. «Esa fue la gran lotería», apuntan.

«Eran sueldos estratosféricos», recuerdan. «Pagaban horas extras a veces sin que se hicieran», cuentan. «Un despilfarro», sentencian.

De aquella, el pueblo se llenó de casas de huéspedes, pensiones y hotelitos. «Todo el que tenía una habitación libre en casa, la alquilaba», cuenta Luis. «Los bares hacían caja fuera o no fin de semana», recuerda Javier. «Coñac del bueno, comilonas, buena vida», apunta Julia.

Hasta entonces, en Canales se había vivido de los cielos abiertos a las afueras del pueblo. Sueldos mineros a los que había que ayudar con las vacas de casa y el huerto. «Si no, morías de hambre». Los primeros salarios buenos llegaron con las dos minas de Otero de las Dueñas, a la entrada de La Magdalena. Los de los picadores y barrenistas. «200.000 pesetas al mes». «Pero aún así, el pueblo mantenía sus casas mineras, de planta baja, austeras, todas muy parecidas», dicen Ángel y María Ángeles.

Esa uniformidad de penurias la barrió primero la obra de la autopista a Asturias —«la de Campomanes», remachan, para que no haya duda— y luego las dos loterías.

LA LOTERÍA DETRÁS

DEL MOSTRADOR

Al otro lado del puente del río Luna, en La Magdalena, uno de esos millonarios de 1985 ha abierto un supermercado. A Ángel Mendoza le cayó la lotería cuando tenía 18 años. No tocó el dinero. Tardó varios años en hacerse un buen chalet. Siguió trabajando como si nada. Hace una temporada se quedó en el paro. Por eso abrió el súper. Para seguir cotizando.

«El dinero hay que cuidarlo», accede a contar treinta y seis años después de que le tocara «un pellizco».

En la tienda, en la que hay de todo, está junto a su hijo Adrián. El otro, Javier, anda reponiendo productos en las estanterías.

Es parco en palabras. «No puedes gastar a lo loco. Y menos cuando eres tan joven. Yo era un chaval, jamás me planteé dejar el trabajo. Les tocó a toda mi familia pero no hicimos locuras», cuenta apoyado en el mostrador.

«Algunos de los que trabajaban en la autopista lo dejaron. Dicen que ahora andan fastidiados de dinero», añade.

Mendoza sigue jugando a la lotería, aunque él ya probó lo que es la suerte. «Por aquí hay una auténtica obsesión», apunta un vecino de Canales. Lo corroboran todos en el pueblo. Y los de los pueblos de al lado. Carlos, por ejemplo, el dueño del Hotel Santa Lucía, en Otero de las Dueñas, casi en el entronque con la autopista. Lleva —«por encargo», dice— el número que ahora juegan en Canales, el 44739. Como los otros dos números que han tocado en Canales, termina en 9. Y lo vende, por supuesto, la Administración número 8 de León, en el Crucero.

UNA LOTERA CON FORTUNA

La regenta José Antonio García Quiñones. En la prensa de la época sale en brazos de su abuela, Irene Izquierdo Román, celebrando el Gordo de la Lotería del Niño de 1985.

Irene tenía entonces esa administración, que luego quedó en manos de su hijo y ahora lleva su nieto José Antonio. En 1969 se había quedado viuda de un militar del Ejército de Tierra y con la administración de lotería cambió su suerte. Y con ella, en varias ocasiones, la de muchos leoneses a los que hizo millonarios.

Tampoco su nieto José Antonio anda nada mal de suerte. Ha repartido, entre otros, premio con uno de los raros —el 00053— y con el 10031, que coincide con el día de su boda. «Doble suerte», dice sin dudar.

Él lleva en su administración el número con el que creen en Canales que les volverá a tocar. Porque, dicen, no hay dos sin tres.

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