Diario de León

LEONESAS DE AYER Y HOY. JUSTINA GONZÁLEZ MORILLA

«A una mujer no se la pega, cobarde»

■ Sacó las carreras de Veterinaria y Medicina entre 1922 y 1928
■ Fue dentista de 1930 a 1960 y ofreció revisiones infantiles gratis
■ Paró a un falangista que iba a dar un correazo a una joven.

del libro ‘justina, la primera’

del libro ‘justina, la primera’

León

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A Justina González Morilla la conocieron las miles de personas que se sentaron en su sillón de dentista entre 1930 y 1960, aunque muy pocas repararon en que era la primera que ejercía la odontología en León. Tenía 27 años cuando, tras terminar brillantemente las carreras de Veterinaria y Medicina y especializarse en Odontología y Puericultura, abrió la consulta en Valencia de Don Juan.

Fue la primera mujer en «pisar los claustros y las cátedras» de Veterinaria en España como alumna de la Escuela Superior de León, aunque sería otra estudiante de Córdoba, María de Cerrato, la primera en titularse y ejercer.

La reciente publicación del libro Justina, la primera firmado por su hija María Rosario Barrientos González hace luz sobre una pionera que, sin saberlo, abrió el camino aún inacabado de la igualdad. Su entrada en Veterinaria quedó registrado en los anales de la historia en la Revista de Higiene y Sanidad Pecuaria «rendidos de admiración y de fervorosa simpatía». Con el tono de crónica social usado para la primera estudiante de Medicina en España 40 años antes, se celebró en 1922 la entrada de esta hija y nieta de reputados veterinarios. Su padre, Maximiliano González, ejerció en Matanza de los Oteros, y fue uno de los grandes estudiosos del garañón zamorano-leonés. Su abuelo, José González, lo hizo en Valencia de Don Juan.

En 1928 se licenció en las dos carreras. En la orla de la Facultad de Medicina de Valladolid hay 89 hombres y dos mujeres y la de Veterinaria de León se diseñó de modo que su fotografía quedara en el centro.

Se desconoce por qué Justina no llegó a desarrollar la profesión veterinaria y qué le llevó a elegir la Odontología como campo de trabajo. «Nunca lo comentó», escribe su hija, aunque sospecha que pudo ser el fuerte carácter de Justina y lo celosa que fue de su autonomía lo que la llevara a no conformarse con ser médico titular de su pueblo.

Como dentista fue pionera en programas de atención bucodental a los niños internos del colegio de Agustinos de Valencia de Don Juan. «Visitó el colegio y les propuso dedicarles una tarde a la semana para hacerles la revisión oportuna. Por supuesto, gratis».

Exigió igual trato que a los hombres, por lo que nunca se dejó tutear en la consulta. «El hecho de ser mujer le hizo reforzar el ejercicio de autoridad», cuenta su hija. Y es que Justina era «una mujer que no se dejaba amilanar: sin pelos en la lengua, cortés pero inflexible. Doña Justina».

De su valeroso carácter da cuenta otro episodio le pudo costar caro. Encararse a un falangista que estuvo a punto de arrear un correazo a una joven que se confundió o tropezó en los ejercicios de instrucción que organizaba la Sección Femenina. «Entonces Justina se salió de la fila, agarró al fornido atleta por el brazo y le dijo desde su pequeña estatura con toda la fuerza de que era capaz: «A una mujer no se le pega, cobarde». En ese momento era la sustituta temporal de la jefa de la Sección Femenina, aunque nunca se afilió a Falange. También colaboró en los comedores sociales en Valencia de Don Juan durante la guerra civil.

Como mujer, no cedió, ni tuvo que planteárselo, a los tributos que supuso el matrimonio para muchas tituladas de su época. Se casó tardíamente, con 37 años, con Ignacio Barrientos, pero la boda, ni tampoco la maternidad, —crió a tres hijas— le apartaron de su profesión. De la capital coyantinase traslada en 1941 a la céntrica calle José Antonio —hoy Gran Vía de San Marcos— en León y a partir de 1950 pasó consulta los martes en Mansilla de las Mulas, pueblo de su marido, hasta que se retiró en 1960. No cobró pensión pues «sólo cotizó unos años», dice su hija. Y para más inri, a partir de entonces en su carné en lugar de la profesión de médico-odontóloga le pusieron «Sus labores».

Nada más inapropiado para una mujer que no sólo sacó dos carreras, sino que además fue una gran aficionada a la fotografía. Siendo muy joven compró una cámara y montó en casa su propio laboratorio de revelado. Era una gran aficionada a la radio y aunque tuvo sirvientas aprendió a cocinar a base de coleccionar recetas.

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