Diario de León

Un metro y medio de vida

En esta alargada cola no se sabe quién da la vez

La obligación de guardar distancia en las tiendas convierte la espera del turno en una imagen habitual en las calles de la ciudad, donde se mantiene el trajín de las obras de construcción de interior y exterior

Compras de primera necesidad.

Compras de primera necesidad.

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León

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La cola llega hasta la calle. No una sola cola, sino varias. Se cuentan cinco en apenas tres manzanas de la avenida Reyes Leoneses, frente al Musac: una para sellar el boleto en la administración de lotería, una para el cajero del banco, una para coger una cajina de fresas en la frutería, una para comprar el periódico en el quiosco... Todo un catálogo de colas disciplinadas, con su cacha y media de distancia, que es la medida aconsejada en León para evitar el golpe. Un poco más allá, en el horizonte por el que Eras de Renueva se engrana en la ciudad, asoma otra: la cola del Mercadona que recorre todo el pasillo interior del centro comercial León Plaza y desemboca en el paso de peatones. «Hay de todo», como tranquiliza Severiano Pellitero, quien detalla que los mayores no tienen que guardar el turno porque cuentan con «preferencia». «Yo salgo cada segundo día a comprar», aclara.

Con la marca temporal se diferencia de ese grupo que ha convertido hacer la compra en una yincana por etapas en las que cada producto tiene el valor de un salvoconducto para salir a la calle. «Hay una señora que viene por lo menos tres veces al día. Le hemos llamado la atención, pero ni por esas», se lamenta una de las cajeras, después de una semana en la que han pasado de las avalanchas para asaltar las bandejas del pollo a una cola educada.

Zona de servicios

En Eras de Renueva, la sucesión de comercios abiertos hace que el movimiento no pare

Se nota que la cuarentena empieza a hacerse larga. «¿Qué día es hoy?», pregunta María Jesús Álvarez. Pasa por delante del Musac con una mascarilla casera que se ha confeccionado con «el lazo de un vestido que estaba fatal». «Fíjate, yo, que soy enfermera jubilada del centro de salud, y no tengo otra», apunta, antes de confesar que le gustaría «estar trabajando» porque se encuentra «bien, salvo la cabeza», que la tienen «agobiada con tanto móvil y tantas noticias». «Pero, además, tengo en casa a mi marido enfermo y a mi madre de 90 años», apostilla sin apenas pausa para explicar que vive «en un sexto» y que le ha dado por «subir y bajar las escaleras tres o cuatro veces al día». «Tengo unas agujetas terribles», bromea, antes de reseñar que «esta es una zona de servicios», pero en la que ya «hay poquísimo movimiento».

Una vecina de Eras de Renueva cruza, ayer, delante de una sucursal bancaria. FERNANDO OTERO

No tiene que hacer cola porque no va a la compra Procopio Bueno. Va «más o menos cada dos días a arrancar el coche». El mercedes, «con 19 años y 200.000 kilómetros, como nuevo», está estacionado en el aparcamiento de la Junta, donde un tercio de las plazas se encuentran vacías». A sus 86 años, el estado de alarma le ha pilado en León porque les toca cuidar a su suegra, que «tiene 101 años». «Nos turnamos con mis cuñadas. Ya tendríamos que habernos marchado para Madrid, pero mi hijo nos ha dicho que estamos mejor aquí», concede, mientras a lo lejos se oye la música que sale por la ventana de Isabel Cimadevilla, Diego Pardo y su hija Olivia, que se han sumado a la iniciativa del Ampa del colegio Ponce de León para poner animar a los pequeños a mediodía.

Grupo de riesgo

En una ciudad como León, los mayores se mantienen como el principal colectivo con presencia en las calles

Desde la explanada se ve la obra de San Marcos, parada desde el martes, aunque eso no sea noticia. Por la acera contraria avanza Belén Bartolomé con dos bolsas a rebosar, el carro colmado y un paquete de Amazon en equilibrio. «Somos cuatro en casa. La idea es no salir más en una semana», calcula, no sin avisar de que «hay mucha gente en la calle». Entre el movimiento, incide en que abundan «las obras, que se mantienen porque no se ha decretado que sean de riesgo». «Pero están trabajando codo con codo con los compañeros. ¿Cómo colocan una puerta o cómo ponen los llamadores?», pregunta, antes de revelar que es técnico de prevención de riesgos laborales.

Procopio Bueno. FERNANDO OTERO

Hay muchas más obras abiertas. En la avenida de Roma dos de los obreros que reforman la casa achaflanada del cruce con Cardenal Lorenzana se asoman a Cafeteando. «Dos cafés con leche», piden desde la puerta, bloqueada por una mesa desde la que se sirve para llevar, a la vez que se venden el resto de productos. Les atiende Romina González, quien estima que «hay más gente» que otros días de la semana «porque al ser viernes se hace compra para el fin de semana». Los albañiles vuelven al tajo, que abunda en toda la ciudad, como confirma Alfonso, autónomo, al que no paran de llegar encargos. «Parece que ahora todo el mundo quiere aprovechar, como si fuera verano», detalla para evidenciar que en su sector, aunque no se haga de manera disciplinada y hasta la calle, también hay cola por la cuarentena.

Donde no hay que guardar cola, al contrario de lo que sucedía la semana pasada, es en la tienda de Movistar de Padre Isla. Aunque Cristina y Susana, que atienden la oficina, mantienen que la bajada ha sido sólo «del 50%». La mayoría de los que acuden tienen como motivación que «se les estropean los móviles» o necesitan adecuar sus prestaciones y contratos «para el teletrabajo». «Se dan facilidades para ampliar los planes de televisión y telefonía», resuelven, tras publicitar las ventajas que su empresa ha dado para quienes pagan la factura todos los meses. Pero, más allá de estas atenciones, señalan que no ha dejado de acudir «gente mayor» a la que tienen que «mandar para casa porque vienen a cosas como que no les funciona el whatsapp o quieren comprar una funda. «Estamos de servicios mínimos», apuntan. El resto lo resuelven por teléfono. En esa cola no se sabe quién da la vez, como en el Covid-19.

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