Diario de León

Cantan las piedras

La plaza del Grano, último rincón del León empedrado, se rehabilitó hace 25 años reutilizando sus propios guijarros. «Echamos dieciséis medidas de tierra por una de cemento», afirma Pelayo Seoane, el cantero que en 1989 levantó la plaza del Grano y volvió a colacarla, piedra a piedra, hilada a hilada, sobre el solado.

La plaza del Grano, la única que queda en León de cantos rodados sobre tierra, se ha salvado de las «hordas urbanizadoras» por su marginalidad.

La plaza del Grano, la única que queda en León de cantos rodados sobre tierra, se ha salvado de las «hordas urbanizadoras» por su marginalidad.

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ana gaitero | león
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La pugna por la plaza del Grano no tendría lugar si en 1989 la Junta no hubiera ejecutado una obra de salvación. El poético, singular y mágico rincón leonés estaba invadido de coches y se proyectaba su asfaltado.

Pelayo Seoane, cantero, hijo de cantero, y el menor de los hermanos herederos del oficio de las piedras, recuerda que la obra de rehabilitación de la plaza del Mercado duró casi un año. Finalizó a principios de 1990.

«Empezamos por el lado de esa casa —dice señalando al edificio que invade desde el siglo XIX— y hacíamos dos o tres hiladas por día». En su memoria permanece lo que corrobora la prensa: la tensión entre la Consejería de Obras Públicas y Ordenación del Territorio de la Junta y el Gobierno municipal, a cuyo frente estaba Juan Morano.

«El Ayuntamiento no quería la plaza con barro, sino con cemento», comenta. Pagaba la Junta, doce millones de pesetas de las de entonces (72.000 euros), y se impuso el proyecto que firmaron los hermanos Gregorio y José Luis Mateos Torices.

El dinero que se invirtió entonces para levantar toda la plaza es, curiosamente, casi la misma cuantía que se quiere destinar ahora al acerado y reparación de las calvas, unos 77.000 euros. Una intervención que supone menos de una cuarta parte de la ejecución del proyecto ganador del concurso de ideas que convocó el equipo de Emilio Gutiérrez en 2011.

Ramón Cañas, ganador del certamen, calculó una inversión de 344.000 euros en varias campañas continuadas en el tiempo. Han pasado ya dos años desde que se aprobó su proyecto, Fluxus, inspirado en el movimiento artístico del mismo nombre cuya filosofía es «mantener el espíritu de los espacios públicos, su esencia, con la idea de que hay cambios porque todo fluye», explica

El espíritu del Grano, el flavour , como lo llamó el alcalde. O simplemente, el sabor de este rincón genuino de León, un trozo de pueblo en medio de la ciudad, también fue una preocupación en la rehabilitación que se abordó en los 80.

«Sorprende a vecinos y visitantes el acusado carácter y la fuerte personalidad del espacio que, pese a actuaciones puntuales no muy acertadas,ha conseguido esquivar el paso de las sucesivas hordas urbanizadoras», apunta aquel proyecto de ejecución redactado en 1986.

Señas de un pueblo

La filosofía era preservar las «señas de identidad de un pueblo y de la manera de relacionarse con el medio» en la última plaza de León empedrada con cantos rodados sobre tierra. Para ello se planteaba usar una técnica de «arqueología constructiva».

Los cantos rodados fueron arrancados uno a uno, «a mano con un pico» y sólo al final «se metió una máquina con cazo que sacó tierra muy superficialmente», apunta el cantero. La tierra se fue cribando para reutilizarla, al igual que la piedra. Se rehabilitaron también los solados, de cantos más finos, bajo los soportales de las casas que conservan la estructura porticada.

«Las aceras no las tocamos, son las que había», matiza. La intervención de entonces fue «polémica», agrega Seoane, no sólo por la tensión entre Junta y Ayuntamiento, sino también por el cuidado que había que tener para preservar la obra restaurada. La calle El Barranco —ahora rebautizada Virgen de la Amargura— albergaba aún en aquel tiempo burdeles y prostitutas. Pero no eran las mujeres quienes daban problemas. Al contrario, «eran las que más vigilaban para que no se pisara el empedrado por la noche para que asentara bien», afirma. Fue una obra «delicada y minuciosa» que vinieron a ver arquitectos franceses pues querían hacerlo en su país, algún alemán y otros catalanes. «Se hacía una cama de tierra y se colocaban los cantos en seco y lo que se hacía en el día había que lechararlo (mojarlo) en el día», explica el cantero.

Fue entonces cuando se colocó el murete que separa la calle del convento, que se asfaltó, de la plaza del Grano. En el proyecto figuraban unos bolardos, pero vieron que no serían eficaces frente a la presión del tráfico. Todavía hoy cruzan la plaza coches, camiones, desde los basureros hasta los proveedores de bebidas y comidas, y motos.

Se cuelan por la calle Juan II o a través del acceso a los garajes desde la Cuesta de las Carbajalas. Sobre la polémica en torno a la nueva intervención en la plaza los hermanos Andrés y Pelayo Seoane afirman: «Ni entramos, ni salimos pero arreglarla tienen que arreglarla».

La falta de mantenimiento y, sobre todo, las agresiones que sufrió la plaza nada más restaurarse porque no se respetaban las señales de prohibido han sido su perdición. Además, alegan, «se han puesto parches con cemento que hacen efecto de cuña y perjudican más». Pero el «daño mayor» se hizo al poco de finalizar la obra: «Los coches seguían invadiendo la plaza, los vecinos escribieron cartas denunciándolo», subrayan.

La prensa de la época certifica sus recuerdos. En diciembre de 1990 el periodista José Luis Estrada da cuenta en las páginas de DIARIO DE LEÓN de la denuncia de la comisión provincial de Patrimonio al Ayuntamiento de León por el «deterioro de la plaza del Grano». Se había prohibido el tráfico, pero no se respetaba ni la Policía Local lo hacía cumplir.

Subsuelo de cantos

Durante las obras salieron a la luz monedas del reinado de Felipe IV, lo que indica que el solado que se rehabilitó tiene su origen en el siglo XVII, al igual que el palacio —actualmente La Piconera— en el que moraba la marquesa de Inicio.

Apareció también un horno y un muro que podría ser el que tuvo el convento de las Carbajalas. No se hicieron excavaciones arqueológicas como tales, pero en el arañado superficial de la plaza —unos 40-50 centímetros— se descubrió otro suelo empedrado debajo. «Era de cantos más finos, muy parecidos a los que hay en los soportales», asegura Pelayo Seone.

Si se acomete la obra de las aceras, como afirmó el portavoz municipal José María López Benito, es preceptivo un control arqueológico de su cajeado, que alcanzará 40/50 cms de profundidad y una zanja de 60/70 cms, para albergar instalaciones. Entonces se podrá hacer luz sobre el supuesto solado original del que habla el vecindario.

La ampliación de las aceras y la recuperación del pavimento de la plaza forman parte de la primera fase de Fluxus. Ramón Cañas no es partidario de hacer parches en el empedrado: «Eso sería tirar el dinero», afirma. Pero sí de asegurar las zonas donde se han perdido los bolos, las calvas.

El empedrado, si se quiere rehabilitar de nuevo, como plantea el proyecto, tiene que abordarse de manera integral. «Tendría que levantarse de este a oeste o de oeste a este por paños, como se hizo en los 80», afirma. Esta opción está descartada de momento, pero el proyecto presentado incluye la reparación de un trozo de empedrado en la zona sur de la plaza, junto al edificio del siglo XIX —hoy El Grifo— que actualmente sirve de aparcamiento de vehículos.

Peatonalización

Fluxus contempla la peatonalización de las calles Capilla y Mercado, con la renovación de pavimentos e infraestructuras. También prevé «actuaciones de mejora de la escena urbana, con armonización de los frentes de locales y de la accesibilidad a portales». Pero nada de esto se hará, de momento.

Como tampoco se abordarán las «pautas y normas para la intervención en fachadas y actuaciones urbanísticas sobre edificaciones» de la plaza y su entorno, ni la «mejora de la iluminación y el establecimiento de servicios urbanos».

Fluxus está en el aire. Pero no por la polémica suscitada, sino porque hasta la fecha no se ha planteado su ejecución integral. No hay dinero. El arquitecto defiende la actuación parcial del acerado aunque el resalte de las aceras no quedará eliminado hasta que se aborde el empedrado. La polémica ha sacado a la luz una plaza olvidada, que, previsiblemente, ascenderá de categoría, de plaza popular a plaza monumental, si prospera la iniciativa del Ayuntamiento de León de convertirla en Bien de Interés Cultural.

Sin informe de Patrimonio

Y Patrimonio. La Junta de ahora, ¿qué dice? Por ahora, nada. Después de dos años no se ha sometido al dictámen técnico de la comisión.El proyecto de reforma ni siquiera ha sido examinado por la ponencia técnica, aunque se prevé que no tardará mucho. El Ayuntamiento envió unas fotocopias del documento a finales del 2013 con la primera fase de las actuaciones.

Muchas veces marginada, siempre reivindicada, la plaza del Grano salvó una de las últimas casas de soportales en el año 2002, en un pulso que el barrio y la ciudad echaron al Ayuntamiento de León, entonces dirigido por Mario Amilivia.

Agresiones

En la calle Capilla permanece, como si el tiempo no pasara, la fachada inacabada, de ladrillo visto, de una casa que desentona con el espíritu popular y romántico del entorno. A principios de los años 80 se levantó la casona de viviendas cuyo lateral da a la calle del Barranco y el frente principal a la plaza del Grano, que dio pie al paso inevitable de vehículos para el acceso a sus garajes.

En el siglo XIX, la plaza sufrió la que seguramente es su mayor invasión. La construcción de un edificio que «distorsiona de forma muy importante la primitiva configuración de este espacio urbano», subraya Ramón Cañas. En los planos de la ciudad se aprecia el dibujo de los frentes porticados y la alineación de esa fachada de la plaza con la cabecera de la iglesia, antes de la invasión de la plaza.

En 1976 se abordó el rebaje del atrio lateral de la iglesia del Mercado sacando a la luz la topografía medieval de este templo del siglo XII surgido a la orilla del Camino de Santiago y que con el tiempo dio lugar al barrio de los Francos. Y en los ochenta se acomete la rehabilitación del empedrado con el levantamiento total de la plaza, incluida la fuente de 1789 que mandó construir Carlos IV. En París estallaba la revolución francesa y en León la algarabía porque empezaron a funcionar las fuentes de la Catedral y del Mercado.

El pavimento se reasentó sobre una mezcla de tierra mejorada con cemento: dieciséis partes de tierra por una de cemento. Un 5% de cemento sobre el total de tierra. En el proyecto Fluxus el porcentaje de cemento sobre tierra vegetal es del 5,88%.

Si en algo están de acuerdo todas las partes es en su belleza y singularidad. El encanto y su carácter único. Lo que representa en la identidad de la ciudad.

A lo largo del siglo XX, la plaza no ha dejado de recibir alabanzas y loas por parte de los historiadores y cronistas locales. «Es su historia viva», afirma Martín Galindo. «Esta plaza, un poco mortecina hoy, un poco a tras mano de la nueva ciudad que surge, yo me atrevo a decir que es la plaza más típica, más bella y la de más profundo significado que aún conserva León», escribe León Martín-Granizo a principios del siglo XX en el Álbum Gráfico León Artístico Monumental .

La plaza del Mercado del Grano tiene «algo mágico que trasciende las propias consideraciones urbanísticas o históricas del momento presente», señalaban los hermanos Torices en 1986. «Lo poético resulta evidente por la descripción de la sensibilidad de las distintas generaciones, el aluvión cultural de la ciudad en total aceptación».

La plaza del Pan

Una plaza «con resonancias populares y acentuaciones místicas», escribe Galindo, rendido, dice, ante «la desidia y el acortezamiento espiritual de gentes rectoras de la ciudad» que, a su entender, «dejaron caer piedra a piedra, injuriosamente, lo que constituía la más bella de las decoraciones urbanas de la ciudad».

Corrían los años 50 pero podría ser hoy. En su recorrido por la ciudad del siglo XVIII describía «al costado de la bellísima plaza, justamente enfrente de los portalillos cubiertos», «los muros altos y lisos, de tapial encalado, de las monjitas».

La plaza de Santa María del Camino, plaza del Pan, del Mercado o del Grano, originalmente era una cárcava y la calle que luego se llamó del Barranco, recibe este nombre «porque barranca fuera y desagüe tumultuoso de la plaza de Don Gutierre, también escondite y apaño de las raiditas mujercitas» que asombraban a la Pícara Justina con la taberna de El Perrito, de visillos rojo-vino y aposentamientos de madera. El Barranco, como calle de burdeles, desapareció en los años 90 del siglo XX.

Por encima de la plaza estaba la judería. En el siglo XVII, la marquesa de Inicio era una residente excepcional. La mayoría de sus moradores eran obreros y artesanos, zapateros, cabestreros, cuberos, herreros, un aguador, tallistas, arquitectos, sastres... Gente pobre. También residían en la plaza porticada algunas personas de clase media como el médico del Ayuntamiento, don Andrés Meire, cinco notarios apostólicos y un contador y guarda de Rentas de Millones.

Pese a su encanto, historia y a ser la depositaria de la esencia de un León popular, la plaza es una gran desconocida y son pocos los turistas que se acercan a verla a propósito. El vecindario se queja de que el Ayuntamiento de León no la cuida y no la promociona. «A Fitur sólo llevan la Catedral», lamenta la presidenta de la Federación de Asociaciones de Vecinos, Ángeles González Espadas, que se puso esta semana al frente de la brigada que sembró de carteles los balcones y las calles circundantes. «Obras sí», dicen. «Llevamos desde 1996 pidiendo que la arreglen», insiste. «Hay gente que no puede salir de casa», lamenta.

«¿Para qué quieren más aceras?», rebate Cuca, alumna del Centro de Educación de Personas Adultas Faustina Álvarez que pasea por la plaza para «pisar lo que nos quieren quitar». «El empedrado y los árboles deben protegerse», dice Ecologistas en Acción.

Los planos del proyecto se exponen en Don Gutierre y hay copias en los bares, concurridos con partidas de cartas y dominó a las cinco de la tarde. Nadie sabe muy bien lo que se va a hacer. «Sólo las aceras», insiste Alberto, vecino del barrio desde que nació.

Unos turistas extranjeros retratan el ábside de la iglesia del Mercado, ya amenazado por la humedad. Se oye el ruido de una sierra cual eco de los desaparecidos talleres artesanos. Una mujer pasea con dos perros, un policía atraviesa la plaza con su moto y una furgoneta se adentra sobre el empedrado como si fuera asfalto.

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