Diario de León

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Confinados por el confinamiento

Los trabajadores de Aguas de León duermen en autocaravanas en turnos de siete días sin contacto alguno para garantizar el suministro

Diego Rodríguez Marcos, Diego Vicente Llamas, Gabriel Adeva García y Aurelio García Llamas en las caravanas aparcadas en la planta potabilizadora. MARCIANO PÉREZ

Diego Rodríguez Marcos, Diego Vicente Llamas, Gabriel Adeva García y Aurelio García Llamas en las caravanas aparcadas en la planta potabilizadora. MARCIANO PÉREZ

León

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Los legionarios de la Legio VI Victrix localizaron el asentamiento entre dos ríos para garantizar el agua. Más de dos siglos después, León arma el suministro con dos plantas potabilizadoras alzadas al este y el oeste de los restos en los que ha devenido el campamento romano. La herencia la custodian en medio de la crisis una docena de trabajadores de la empresa de aguas que, en turnos de cuatro, se enrocan durante siete días sin salir, ni tener contacto con nadie. No hay casa a la que regresar una semana de cada tres. Sólo una autocaravana como esa en la que Diego Rodríguez Marcos, cada noche a las diez, conecta por videollamada con sus hijos, Damián y Mateo, para leerles el cuento del Antruejo, el Misterio de las Máscaras de Invierno , escrito por Vanesa Díez e ilustrado por Noelia García. «La Tierra era muy joven entonces. Todo parecía nuevo y era hermoso. Los árboles, los ríos, las rocas, hasta el mismo azul del cielo parecía recién estrenado...», se escucha en el silencio de la noche del otero de Las Praderas de Villavente.

El hilo les enlaza con una vida familiar y social de la que quedan excluidos siete días. El sistema «garantiza la salud de los trabajadores» y, como consecuencia, «asegura el servicio a la población», razona el gerente de Aguas de León, Manuel Salas. La estrategia, que suma un incentivo en nómina, se calca de la experiencia que el socio privado de la empresa mixta, Aquona, perteneciente al grupo Suez, ensayó en sus plantas de China. No es un trabajo común, sino especializado, que requiere una formación para la que no hay tiempo en una crisis sanitaria como la actual. «Si el personal se contagia íbamos a tener problemas», resuelve el responsable de un esquema en el que se han adoptado más decisiones organizativas para prevenir los contagios: las oficinas se han cerrado, la atención al público se hace por los «canales no presenciales», el personal de estas dependencias «teletrabaja» y el taller de reparaciones restringe sus intervenciones en la calle, «con dos o tres personas», tan sólo al «mantenimiento correctivo».

En la planta de Villavente, durante las primeras semanas, el contacto no ha pasado del que hubieran podido tener en la navegación por una órbita lunar. La limitación de los movimientos ha hecho que la única presencia cercana haya sido el atisbo de Francisco, el pastor, en el alto del otero, camuflado entre el rebaño de medio millar de ovejas que se deshilacha por la loma arriba. Ni siquiera ven a los que les traen la comida, que queda en una caja a la puerta que desinfectan después para que no entren rastros del virus en el centro. «Hasta que se ha abierto un poco, no se veían pasar ni coches. Estos últimos días, para alguno para coger agua en la fuente y hasta vemos de lejos alguna bicicleta por el monte», relata el operario, cinco metros más allá de la verja, junto a sus tres compañeros de turno: Gabriel Adeva García, Aurelio García Llamas y Diego Vicente Llamas.

Medidas preventivas
Cada vez que entran, tras dos semanas de descanso, pasan el test que certifica que no están contagiados

Pese a la aparición de más agentes animados en el paisaje, los días «cunden bastante». El trabajo se reparte en dos turnos de doce horas, con dos operarios en cada uno de ellos: de siete de la mañana a siete de la tarde y relevo. A quien le toca laborar se encarga del control de la potabilizadora, de los mantenimientos preventivos, de la limpieza de los filtros y, una vez por la mañana y otra por la tarde, de ir hasta la planta de Oteruelo para garantizar el correcto funcionamiento. No hay ninguna parada, ni contacto con nadie. Sólo un traslado en el que mantienen la asepsia más absoluta. Ni la más mínima concesión que pueda derivar en un contagio del que están libres por ahora, como confirman los test que les hacen antes de entrar en su semana de guardia, y que intentan mantener con las mínimas salidas en las dos semanas que les toca en casa.

Fuera de las doce horas de trabajo, los dos que quedan libres aprovechan para «dormir, hablar con la familia, charlar con el compañero y hacer un poco de ejercicio», como «correr alrededor del perímetro de las instalaciones, que tiene cerca de un kilómetro». «Duermo mejor en mi cama, pero si no hacen ruido estos se duerme bien. Viendo lo que hay fuera, al menos hasta ahora que se puede empezar a salir por franjas horarias, al final, entre comillas, somos privilegiados», concede Aurelio, con el toldo abierto, una silla a la sombra y la bandera de León izada sobre el retrovisor derecho de la autocaravana que le ha tocado en este turno. No se ven mal. Una vez por semana les llama el sicólogo del grupo para hacerles las preguntas de rigor. «Llevarnos bien entre nosotros, como sucede, es lo más importante para que no se nos haga tan largo todo», resume Gabriel Adeva, que ha doblado esta vez turno porque los compañeros de más de 60 años quedan fuera de la rotación.

La experiencia les sirve para aprender que «de un día para otro, sin quererlo, se complican las cosas para todo el mundo: da igual alto, bajo, rubio o moreno». «Nuestro papel en esta crisis es un granito más de arena que hemos puesto como tantos trabajadores que han estado al pie del cañón en esta difícil situación. Arrimando el hombro todo el mundo se van consiguiendo las cosas», destacan los cuatro. A ellos les toca garantizar el suministro de agua para 135.000 personas del municipio de León y los pueblos de Villaobispo y La Virgen del Camino, además del polígono de Onzonilla, sin que importe que el consumo se haya reducido casi un 10% por el cierre de servicios e industrias.

Es miércoles. El turno acaba a las siete. Entra el relevo. Esta noche, junto a su mujer, Laura Yunta, Diego no tendrá que tirar de memoria para citar a los Campanones de Pozos en el cuento de los antruejos con el que sueñan Damián y Mateo que su padre duerme en casa.

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