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Criar animales y cultivar la tierra en casa, el 'súper' del confinamiento

santiso

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Ana Martínez (Efe)

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Cultivan lechugas, cebollas y judías, crían conejos, cerdos y gallinas... La casa es el súper del confinamiento para tres familias de las localidades coruñesas de Santiso y Noia, y de Ourense, cuyas despensas siempre están a rebosar.

María tiene 83 años. En su aldea, Casares, en el ayuntamiento de Santiso (A Coruña), solamente hay dos casas habitadas, la de sus vecinos y la suya. No hay muchas personas con las que hablar pero todas las horas de cada día ella las ocupa, porque cultiva y cría.

Sus rutinas son las mismas que antes de la emergencia sanitaria. Así que enclaustramiento total. Lo que hace le permite rebajar el importe anual de la cesta de la compra y además estar en forma.

"Esto del Covid-19 debe pegar duro en ciudades. Aquí por ahora como siempre. Pero echo de menos a mis bisnietos", cuenta a Efe.

Tiene cuatro. Con dos chiquillos, que son hermanos, Pablo y Manuel, ha convivido un mes, el que sus padres han estado aislados por coronavirus. A los otros dos, Paloma y Héctor, lleva ese tiempo sin verlos, y el que falta, porque los padres de ellos son médicos.

Hasta hace no tanto, María ordeñaba vacas. En 2019 tuvo tres, pero este año no tiene porque lo que ocurre es que se compran en esta época y se van cebando entre abril y diciembre. Matan, igualmente, un ternero cada año.

Con ella vive su hijo Manuel, de 62 años, docente jubilado. Él es el marido de Ana, maestra de niños con necesidades especiales y la otra pata de este hogar con una finca de 6.000 metros cuadrados.

"Como se ve, aquí hay abastecimiento alimentario. Urgencias no. Nada que envidiar a las estanterías de una gran superficie", cuenta la entrañable anciana mientras hace una visita al invernadero libre "de sulfatos", -su pasión-, y recoge huevos.

Manuel añade: "Tenemos carne de cerdo, de ternera, de conejo, de pollo y huevos". Por lo tanto, solamente compran productos de higiene, Colacao, pescado y aceite. Y cuentan con provisiones más que suficientes.

En Noia, Primitivo, haciendo honor a su propio nombre, mantiene al día prácticas que algunos denominan como ancestrales. Su edad es menor que la de María: 55. "Tengo en mi tierra de todo", confiesa.

Él trabaja de eso además, de arar, de cooperar en la siembra. Sus clientes son fieles, aunque "Tivo", diminutivo por el que se le conoce, se queja de que "ya nadie echa nada, la costumbre se está perdiendo, cuando antes bien que se plantaba. Desaparece todo".

Recluido en su casa, la crisis sanitaria hace que le dé más vueltas a la cabeza.

"La salud va marchando. Ya había ido al médico. Los abusos se pagan", cuenta Primitivo, que en los últimos tiempos ha aprendido a medir un poco. Por ejemplo, ya no tiene ganado vacuno. Pero sí porcino, avícola y de cunicultura.

Su lista es similar a la de María. Primitivo piensa todavía en pesetas. Y aprecia carestía. "Antes de todo esto, compré un tornillo y me pidieron tres euros. Quinientas pesetaaaaaaas", se escandaliza.

A su terreno va con cestas de mimbre que él mismo confecciona. Las tiene de todos los tamaños y formas, cuadradas, alargadas y redondas. ¿Y cuánto invierte en estas canastas? "La materia prima. Y la luz, cuando se hace ya de noche".

Conchita, de 72 años, y Luis, dos más, están en un apartamento de 43 metros cuadrados en Ourense. Son población de riesgo, él por un serio problema cardiovascular y ella por hepatitis autoinmune.

Su casa de aldea pertenece a la parroquia de Santiago de Amoroce, en el vecino municipio de Celanova. Allí está Roberto Álvarez, uno de los cuatro hijos de este matrimonio -uno de los cuales ha fallecido-, que regresó de Madrid y se inició en esta profesión a los 33 años. Todos le conocen como "el ganadero optimista", que no abunda tanto.

"Tenemos proveedores maravillosos", asegura a Efe Conchita, que en este encierro "total" practica Reiki, para canalizar su energía vital, y Mindfulness, la técnica de concentración en el presente.

A ella le gusta coser. Tenía máquina, tela y gomas y se puso manos a la obra: a hacer mascarillas, que luego entregó vía ascensor. Ahora está Conchita con una blusa para Olivia, una de sus nietas. Tienen cuatro. Nuno es el mayor. Antón y Carlos, los otros.

No los ven ahora, pero sí han conocido a dos pequeños vecinos, Airas y Breixo, con los que han forjado un estrecho lazo. Unos y otros, ni siquiera sabían que vivían ahí.

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