Diario de León

El crimen de la santísima Trinidad

La madre asume toda la responsabilidad del asesinato para exculpar a su hija y, por extensión a Gago, mientras que las acusaciones insisten en que fue un plan de tres.

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Álvaro Caballero | león
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«Preferí ella que no mi hija...» Y aún lo prefiere. Apenas una frase dibuja el nudo que enreda el juicio por el asesinato de Isabel Carrasco. Nada más que seis palabras en las que Montserrat González condensa no sólo la motivación del crimen, admitido sin arrepentimiento, sino que también descubre de forma subliminal la principal pulsión que late en el relato construido para enfrentarse al jurado: el sacrificio de una madre por su hija, por encima de todo, incluso de los testimonios de los testigos. Un tejido narrativo en el que, tras las tres primeras sesiones en las que ha han comparecido las acusadas y parte de los testigos principales, aparecen tres desgarros todavía por enmendar si quieren refutar las tesis del fiscal y las acusaciones. No hay disonancias entre las declaraciones de madre e hija, estructuradas por su defensa. Este relato argumenta que en la preparación del crimen Triana apenas tuvo incidencia en unas primeras búsquedas por internet para comprar un arma. Luego fue solo la madre quien continuo con su empeño. «No me lo esperaba. Apunté y no lo valoré, pero a los pocos días hablé con ella y le dije que no podía hacer eso aunque fuera por mí», explicó Triana en el juicio, sin que el fiscal acertara a preguntarla si había avisado de esta situación a su padre, inspector jefe de policía. La compra de la pistola la hizo Montserrat acompañada de «una amiga», sin que haya citado quién, y a un traficante de Gijón que tenía un bar, en la Navidad de 2012. El aludido apareció muerto en el local en enero de 2013 y, según los análisis forenses, llevaba al menos fallecido un mes por causas naturales. Esto hace que no haya manera de corroborar el testimonio. La adquisición se hizo a espaldas de Triana, según sus declaraciones, al igual que defiende que se llevaron a cabo los seguimientos a Carrasco, que se hacían cuando la madre «salía a pasear porque era bueno para sus dolores de espalda». Fuera queda Raquel Gago, a la que Fiscalía había incluido en ta parte de la trama apoyada en un informe de los posicionamiento de su teléfono móvil que la agente se encargó de desmontar ante el jurado por errores de bulto que ahora tendrán que explicar los peritos. No hay diferencias significativas entre los relatos de acusaciones y defensa sobre la manera en que Montserrat abordó a Carrasco por la espalda y la pegó cuatro tiros de los que impactaron tres el cuerpo, al que remató en el suelo. Pero a partir de ahí, sí que se bifurcan. La defensa ha hecho hincapié en que la hora del fallecimiento no fue a las 17.15, como viene en el informe, sino minutos más tarde. Esta insistencia se debe a que hay una llamada de Montserrat a Triana a las 17.18 horas: una llamada que defienden que fue antes del crimen y en la que le dijo «estoy viendo a la Carrasco, hoy se acaba todo». Esto serviría para desmontar que la llamada no se hizo después de los disparos con la intención de avisarla de que iban a juntarse para el intercambio del bolso. «Es fácil asesinar si se tiene sangre fría. Lo difícil es huir y salir impune», razonó Beatriz Llamas, la abogada de la hija de Carrasco. En esa huida están las pruebas sobre cuál fue la participación de Triana y, por extensión, la de Raquel. Madre e hija insisten en que no tenían un plan. En sus testimonios coinciden en que Triana fue hacia la Condesa cuando su madre la llamó para decirla que iba a acabar con Carrasco y que se cruzó con ella cuando ya volvía. La hija vio cómo su madre tiraba el bolso en un garaje de Lucas de Tuy, se acercó a cogerlo y lo metió dentro de su propio bolso «por lo que pudiera tener». La secuencia de hechos se contradice con la que habían declarado en comisaría, donde describieron que se habían traspasado el bolso en el pasadizo que hay entre Colón y Gran Vía de San Marcos. Un relato que, según explican ahora, fue inducido por los policías de Burgos que las convencieron de que así se exculparía a Triana, pero que sin embargo coincide con el que dio el policía jubilado, quien insiste en que Montserrat no tiró el bolso en el garaje, sino que lo llevaba consigo y con la mano dentro hasta que la perdió por un instante en Colón. Ese bolso, que convertiría a Triana en cooperadora necesaria, es el que la hija metió en el coche de Raquel. La policía local defiende que no la esperaba, sino que se encontraba ahí para comprar una pintura y se había detenido más tiempo porque se lo pidió un agente de la ORA, quien declarará esta semana. Raquel insiste en que no vio que dejara el bolso, que quedó «un poco metidín» bajo el asiento del copiloto, aunque una de sus amigas se montó en esa plaza por la noche y asegura que no observó que hubiese nada. Treinta horas después, la agente entregó el bolso, cuando lo halló «al dar para adelante el asiento para meter la bici». Hasta entonces, ni siquiera había dicho a nadie que la tarde antes vio a Triana, aunque uno de sus compañeros la había informado de que estaba detenida junto a su madre acusadas de matar a Carrasco. «No dije nada porque no me lo podía creer», declaró. De que sea o no increíble depende que pueda ser condenada.

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