Diario de León

Un pueblo, tres municipios

El desfase de Puente Villarente

Los ayuntamientos de Valdefresno, Villaturiel y Villasabariego comparten titularidad en el casco urbano, pero sólo el último de ellos pasa a la fase 1, lo que dibuja una raya con normas diferentes pese a tratarse de los mismos vecinos

León

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—Espere que me lo piense.

Mari Ángeles Redondo enjuaga en la fuente el calderín con el que riega las flores, hace una pausa, frunce un poco el ceño para concentrarse, se mira las zapatillas que lleva en los pies y resuelve la duda.

—Aquí, donde estoy pisando, es Villasabariego. Ahí, al otro lado del arroyo, donde están esas paleras, es Villaturiel. La carnicería es de allá. La casa blanca siguiente que hay pegada ya es de acá.

Los cuatro adverbios se enmarcan en un espacio continuo. Pero aquí y ahí, allá y acá, deslindan las fronteras del coronavirus en el territorio de un mismo pueblo: Puente Villarente, cuyo casco urbano se reparten tres municipios: Valdefresno, Villaturiel y Villasabariego. Los dos primeros, pertenecientes al área de salud de León, se quedan en la fase cero; el último, que se agrupa en la demarcación sanitaria de Mansilla de las Mulas, pasará el lunes a fase uno. Más allá de la raya, cambian las normas, aunque los vecinos sean los mismos y hagan vida dentro de una única unidad urbana. Allí no se puede pasear en grupo, ni juntarse en las casas, ni abrir las terrazas; aquí, sí. Las antípodas comparten acera.

El mojón queda apuntado en casa de Severino Alonso y Plácida Suárez, en el número 2 de la carretera general: una casa de planta baja con la fachada encalada en la parte superior y un friso de un metro pintado de gris a modo de zócalo para que no se marquen las huellas de quien apoye la planta del zapato en la pared. El inmueble se apunta en el inventario de Villasabariego, aunque hasta hace apenas media docena de años el corral estaba en Villaturiel. «A nosotros nos da lo mismo estar en una fase que la otra. Aquí a casa no va a venir nadie de momento a meterse en la cocina», aclara la matriarca, que no desaprovecha la ocasión para apostillar que es «más de arriba que de abajo» y cambió al casarse. «Aquí no hay diferencia», secunda la hija, Laura, que vive en Villasabariego, pero tiene que ira a trabajar a Villaturiel: es decir, a la carnicería con la que comparte medianera su hogar, una decena de pasos de una puerta a la otra.

Arturo Martínez, en la senda del Camino. JESÚS F. SALVADORES

En la acera hay más de nueve personas a la cola. «Es que tienen muy buena carne», aclara una de las vecinas. El género lo despacha Tamara Villa dentro de la carnicería que blasona el nombre con el apellido familiar y añade como marca Casa Flora. Atienden aquí, en Villaturiel, pero el cebadero de ganado está en Villasabariego». «Es ridículo porque tendría que ser por zonas. ¿Qué tiene que ver Puente Villarente con el área de salud de León? Es una situación especial que no creo que exista en España. La Guardia Civil entiendo que no se va a meter», desliza desde el mostrador para adelantarse a los casos en los que, sólo con dar un paso, se infringe el estado de alarma al cambiar de municipio.

El debate se enciende en el tiempo de espera en la calle. «¿Cómo lo vamos a llevar? Mal», resuelve María Ausencia Llamazares. La vecina recuerda que «cuando funcionaba la escuela» iban «aquí abajo», a Villasabariego, porque si no tendrían que haberse llegado, «de aquella, andando, a la de Toldanos, que hay unos cuantos kilómetros y encima cuesta arriba». «Con la iglesia hasta que se cayó y la pasaron para aquí pasaba igual y con el cementerio, lo mismo», recuerda para evidenciar el uso común histórico sin diferenciar espacios. «Tendríamos que pasar todos», sentencia Olga Malagón, que no es de aquí, ni de allí, sino de más allá, de Saelices del Payuelo, pero viene «todos los días a por el pan y a desayunar».

El Horno de Eladia no abre. JESÚS F. SALVADORES

Las dos cosas las puede hacer en el «Horno rústico y degustación de café», según se lee en el letrero del establecimiento cuya cola confluye con la formada para la carnicería. La puerta grande está trancada. Por la pequeña, a la izquierda, se accede a la tienda, donde Daniel Lorden despacha el pan, los dulces y los cafés con leche para llevar. Desde dentro se accede al bar, donde se ven las sillas recogidas y la barra vacía. Preferiría «pasar» a la fase uno, lo que le permitiría abrir el lunes parte de la terraza, pero se resigna porque «mandan los de arriba». «Lo mismo nos da, aunque muy lógico no es», zanja, sin más argumento porque hay clientes que atender. La primera es María Fernández, que acaba de cruzar desde la parte de Villasabariego, pero que presenta un caso curioso: vive en Villamoros, pero la asistencia sanitaria la tiene León porque no se ha empadronado todavía. «Para mí es un fastidio porque tengo la familia allí. No va a ser ninguna ventaja, ni puede venir mi familia mi casa ni nada. Prefiero esperar 15 días y que se despeje todo esto un poco», se contenta antes de pasar a comprar. Fuera la calle sigue animada con el ajetreo que da el catálogo de negocios abiertos en la zona de Villaturiel: almacenes de construcción, tiendas de fitosanitarios, de piensos, la armería, el estanco, la frutería, el súper…

GENTE MÁS POBRE

La perspectiva cambia cuando se ve desde allí. Ahora, aquí, en Villasabariego, Mari Ángeles Redondo reseña que «en Villarente, más allá del puente, era donde estaban los ricos porque además tenían la presa de Sandoval».

—Los de aquí éramos gente más pobre. Poco a poco fuimos trabajando y comprando. A la gente no le gusta que le cuentes lo de que éramos pobres pero así era.

El movimiento matinal fue continuo ayer. JESÚS F. SALVADORES

La explicación de la coincidencia de los tres municipios no la desdice el alcalde Villaturiel. Valentín Martínez reconoce que es «un fenómeno muy curioso». «Al principio, eran sólo los mesones de enfrente de la iglesia actual y poco más. El pueblo fue creciendo a la orilla de la carretera, fundamentalmente en Villaturiel, y luego se hicieron las urbanizaciones del Condado y Las Viñas que están en Valdefresno. En todo caso, no tienen ningún sentido que ahora hagan una distinción porque los vecinos de Villasabariego están en idénticas condiciones que los nuestros», se lamenta el regidor leonesista.

Frontera

Los vecinos de Puente Villarente no podrán pasar de una zona a otra dentro del mismo pueblo

El criterio lo comparte la alcaldesa de Villasabariego. Esther García Reguera cita que hace años que los dos ayuntamientos se pudieron de acuerdo para arreglar el tema de la casa de Severino y Plácida en el deslinde, pero también el problema que tenía el chalet de enfrente. «La división de los municipios lo partía a la mitad. Si no se hubiera arreglado ahora sería curioso: en el salón estarían en la fase cero y en la cocina en fase uno», ironiza.

No es la única broma que surge. En los últimos días, «han llamado vecinos para preguntar hasta dónde puede ir en bicicleta» e incluso «pasear». Va a ser «curioso», reconoce la regidora socialista, que sus vecinos «no puedan ir a misa en Puente Villarente, pero sí en Villafañe, por ejemplo, en caso de que abran la iglesia para el domingo de la próxima semana». «Y podrán salir a pasear en grupos de cinco y luego no podrían cruzar. En cambio, los que vengan desde allí a atender el huerto, que se puede al ser municipios contiguos, tendrán que andar separados hasta llegar a la linde y al entrar se podrán juntar», expone para rizar el rizo de la casuística que presenta una situación que «es más locura». «Al final, creo que la Guardia Civil no se va a meter porque no va a tener claro qué hacer», aventura la alcaldesa del Ayuntamiento de Villasabariego, que contestó «afirmativamente» cuando la Junta les planteó cómo veían pasar de fase.

Aunque la aplicación práctica del paso de fase no tendrá resultados en la hostelería de la zona de Villasabariego más allá de la peluquería que ya funciona. El Horno de Eladia no va a abrir, aunque podría para atender la zona de cafetería, al revés del otro establecimiento de estas características del que le separan apenas 20 metros. La terraza es interior, con la obligación de pasar por dentro, y en la acera no dejaría paso. Ni siquiera se lo plantean, ni lo han hecho ahora para despachar pan como hace la competencia. «No sabemos cómo va a reaccionar el personal. Yo mandé a los empleados al Erte y vamos a esperar. Se podrá trabajar algo en julio y agosto pero poco», vaticina Reyes de Prado, recelosa de que «se vuelva para atrás con lo irresponsables que somos». «Si se prepara en las colas para la carnicería, cómo será para los bares. Somos los que peor lo tenemos», señala la propietaria del establecimiento, el primero nada más rebasar la raya de Villasabariego.

Al otro lado del puente, Arturo Martínez abre la puerta del restaurante Casablanca. Vive en el piso de arriba, junto a su madre, con la que montó el negocio en marzo de 2017. El primer año les fue «bien»; el segundo tuvieron «problemas porque los del Ayuntamiento de Mansilla Mayor cambiaron la pintura de las flechas del suelo para que pasara el Camino de Santiago por Villamoros»; el pasado se enfrentaron a «nueve meses con cerrado»; y «éste, el coronavirus». «Lo más seguro es que no abramos, aunque tenemos sitio para la terraza de sobra. Una vez que abres la puerta es para tener beneficios. Hay que calcular si nos va a costar más estar abiertos», afianza el joven. Ni siquiera le sirve que vayan a estar cerrados «los nueve establecimientos que venden cerveza desde el Avellaneda» hasta su puerta. «Nueve en dos kilómetros», repite. «Pero qué más da si la gente de arriba no va a poder bajar aquí a tomar nada», se contesta, al tiempo que asoma la cabecina un gatín negro por la ventana abierta del primer piso.

La tercera de las opciones de abrir en Puente Villarente, en la zona de Villasabariego, también declina la invitación de la fase uno. Inés Robles y su pareja, Abdel Guamil, aprovechan para «limpiar» la obra que empezaron en febrero en el Delfín Verde: un bar, restaurante, albergue, hostal con 15 habitaciones y además piscina. «No vamos abrir porque para estar en la terraza no adelantamos nada. Si estamos en fase uno y ellos en fase cero los del pueblo no van a poder bajar andando hasta allí. Hasta que no se vea color color y que el tiempo nos acompañe para que abrir si no va venir nadie. Es muy complicado y además la gente todavía tiene miedo», explica desde el borde de la pileta, junto a su hija Sofía, mientras empieza a pintear fruto de los nubarrones que se asientan en el cielo a la una de la tarde.

El horizonte no se presenta mejor. El albergue no podrán abrirlo porque «no se permiten los espacios comunes» y no se anuncian valientes camino de Compostela. «Nos han dicho desde las asociaciones de peregrinos que nos olvidemos, que como mucho en otoño y si no que ya pensemos en la primavera del año que viene», expone Inés a la puerta del local, desde donde se ve el cartel de entrada al pueblo. Lo mira a la vez que da su teoría sobre por qué tres ayuntamientos tienen terreno en el mismo casco urbano.

—Yo voy a Iberdrola y me dicen que soy de Villarente. Aquello es Toldanos. Puente Villarente no existe.

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