Diario de León

Al margen

La distancia social aumenta

Con menos gente y más miedo al contagio, los transeúntes que quedan en las calles por falta de espacio en el albergue o decisión personal pasan el día sin apenas limosnas y perseguidos

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León

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Uno de ellos va con una mochila de alpinismo de las que se utilizan para las acampadas, los viajes de Interrail o la peregrinación a Santiago. El otro, cubierto con un sombrero borsalino de los que adornan las postales de playa, arrastra un carrito de la compra en el que le cabe media vida: una maleta rígida de ruedas, otra de las que las aerolíneas llaman equipajes de mano para que los viajeros facturen menos, unas botellas de plástico y, debajo, amarrado con una goma para que no se suelte, una bolsa grande de basura en la que van los sacos y las mantas. Pero ni van a subir una montaña, ni a ganar el jubileo, ni a tomar el sol en un destino de costa. Su único viaje les lleva por la ciudad cada día, sin poder quedarse en casa porque la única casa la llevan a cuestas. «La gente ni se nos acerca. Casi nadie da limosna ya, pero cuando lo hacen nos lo tiran desde lejos», conceden Genaro y su «amigo» para marcar la distancia social que se ha incrementado más aún para los que menos recursos tienen, pese a los recursos de las administraciones y los esfuerzos de los colectivos que trabajan con ellos.

Sin «sitio» ya en el pabellón de San Esteban, donde las 47 plazas llevan ocupadas desde el inicio y sólo ha habido unas pocas vacantes por abandonos, dado que la permanencia es voluntaria, su alternativa pasa por dormir «en los cajeros», donde se meten «cuando se enciende la luz» y se levantan cuando les «dan las palmas», o en «cualquier sitio», como los soportales del palacio de los deportes o el hueco bajo las grandes escaleras del estadio de fútbol. Más de una docena de ellos sobreviven en estas zonas, aunque la policía estima que hay al menos el doble aún por las calles. Apenas hay algunas excepciones que han aguantado en habitaciones «reducidas» que tenían alquiladas, como Enrique, mientras que otros se quedaron fuera al cerrarse las pensiones o ya estaban a la intemperie. Su presencia se hace más visible al acercarse la una de la tarde, cuando cruzan por la calle Ancha al comedor de la Asociación Leonesa de Caridad o a la puerta de las Siervas de Jesús para comer. Sin nadie más apenas en la calle, la fotografía retrata la realidad de un grupo social más numeroso del que parecía. Durante el día van «librando por ahí», en los jardines de Papalaguinda, la estación de autobuses, o en pleno centro, como está el dúo de transeúntes que comparte banco frente a una sucursal bancaria de la esquina de Alcázar de Toledo con San Agustín. No tardan en aparecer los cuerpos y fuerzas de seguridad, que han llegado a mandarles «para la Candamia en alguna ocasión», sobre todo porque cada vez hay «más vecinos que llaman para denunciar», como relatan, de espaldas a la oficina en la que se ofrecen ventajas para un crédito.

Suministros

La farmacia de Santa Clara tiene una lista con más de 200 personas que esperan por mascarillas

Facilidades es lo que necesita Ángel Mármol, que defiende la plaza del histórico quiosco de La Inmaculada. Sin «los bares, ni los restaurantes, ni los comercios, ni las peluquerías» que se apuntaban como clientes habituales, reinventa su modelo de negocio con «el reparto a domicilio». Tiene apuntadas 35 pisos, que abarcan todo el entorno y llegan «hasta donde estaba el antiguo cine Lemy». Empieza «a las seis de la mañana» y, aunque ya no abre por las tardes, no para «de lunes a domingo». Para evitar el contacto, le han dejado «las llaves de los portales» y les deposita el diario «en el felpudo». «La gente está muy agradecida», concede. No evita para que haya quien «tira el dinero desde allí», señala para marcar la distancia de separación que ha aumentado. «Estamos mal, pero aguantaremos», afianza con 21 años de experiencia en el mismo punto de venta de la plaza circulare y otros 11 como repartidor.

Frente a su situación, hay otros como Natalia López, en Gran Vía de San Marcos, que mantiene «los mismos clientes de periódicos y del pan» porque «la gente, sobre todos los mayores, están habituados a llevar la mismo»; o Santiago Fernández, en la esquina de Colón, que aprovecha el rebufo de «la cercanía con el Supercor» para sumar ventas, además de apuntar como incorporaciones «los que antes leían» el diario «en los bares y ahora lo compran». «He subido un poquitín», admite el quiosquero con la puerta abierta para divisar la encrucijada de calles.

 

Al fondo hace cola Patricia Ferrero en la farmacia de la esquina de Santa Clara. Cuida a «una señora mayor» y, en contra de otras familias que han decidido prescindir de los servicios por miedo a contagios, se mantiene porque «los hijos unos están fuera y otros son de riesgo». «Tengo respeto. Cumplo las normas a rajatabla y, nada más acabar, salvo que tenga que comprar algo, me voy directa a casa porque debo proteger no solo a mi familia sino también a quien cuido», reseña a punto de entrar a por «un jarabe para el niño».

Dentro, la farmacéutica, María José Geijo, junto a su ayudante, Maite Elisa Oviedo, hace recuento de los encargos que lleva acumulados por clientes que demandan mascarillas. La lista anota a «más de 200 personas, la mayoría de León capital, pero alguna también de pueblos». Espera que le lleguen «entre el lunes y el martes», una vez que se solucione el problema con «las aduanas», porque ha tenido que reclamar los pedidos a «distribuidoras de Barcelona, Valencia, Madrid, Galicia…». No tiene problemas en cambio con el suministros de los «hidroalcoholes» y con los guantes van «tirando a cuentagotas» e, incluso, han abierto «una caja grande para regalar a los clientes». «Al principio había más libre albedrío, pero ahora la gente es muy respetuosa. Guarda la distancia», traslada.

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