Diario de León

Divinas palabras

El pan nuestro de cada día

Pese a la suspensión del culto, algunas iglesias como las del Mercado y San Martín dieron misa para un reducido grupo dentro de una jornada de domingo con menos peatones pero más controles para los vehículos

Manuel Fláker celebró misa en el Mercado con media docena de feligreses.

Manuel Fláker celebró misa en el Mercado con media docena de feligreses.

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Tocan a misa de domingo. Por La Rúa hay tres transeúntes: dos piden sentados, con el cartel delante y medio escondidos en el entrante de los portales, y el otro, rubio y despeinado, limosnea de pie a los contados peatones con los que se cruza. «Dios se lo pague», agradece, cuando le cae la moneda en el cuenco de la mano. La Palabra hace eco dentro de la iglesia del Mercado. El Obispado ha mandado el cierre de los templos al culto, pero a las parroquias de la plaza del Grano, a las once y media, y de San Martín, a las doce, se les ha concedido la gracia de dar misa «para un pequeño grupo, los más cercanos, como gesto de caridad, oración y plegaria», según el explica el padre Manuel Fláker. Son cinco contados, más el cura y el sacristán, tan separados unos de otros que en el momento de la paz tienen que buscarse para hacer un gesto de cercanía con la cabeza. Comulgan y vuelven al banco cabizbajos hasta que el párroco prologa el rezo de la Salve con el ánimo de «pedir a la Virgen, que fue sacada en rogativa muchas veces, la última de ellas a mediados del siglo pasado por el cólera, y que es abogada, intercesora y muy querida en León, para que sostenga a los médicos, consuele a los enfermos y a los que han perdido a alguien». Amén.

Aunque a puerta cerrada también y con un pequeño grupo, la parroquia se abrirá por un canal de internet para la novena a la Virgen a partir del día 26. La presencia virtual, relata el cura, ya sirvió el sábado para dar misa por youtube desde el Seminario Menor a la que se conectaron «más de 400 personas», entre ellas «los familiares de los nueve seminaristas, de seis nacionalidades distintas, dos de ellos de Italia». «Luego hay feligreses que me piden por whatsapp que les envíe unas palabras de aliento o me llaman. Alguno ha pedido confesar y hemos venido», cuenta Fláker, quien resume que «este año es Cuaresma para todo el mundo». «Va a ser una Cuaresma como la primera que hubo», apostilla José Luis Cabezas, quien porfía en que «es peor el miedo que el virus porque te hace vivir en la angustia». «Me da mucha tristeza», concede Teodora del Blanco a punto de salir por la puerta del templo.

Sin trabajo ni apenas más comercios que los del pan, el movimiento fue el más bajo de la cuarentena

Fuera, crece el verdín entre los cantos rodados del Grano, donde compiten desde los balcones las notas clásicas de «La Primavera» de Vivaldi con la denuncia social del tema «Na de na» de El Barrio. La plaza desemboca, Juan II mediante, en Fernández Cadórniga, donde tiene la puerta abierta el quiosco de Guillermo Gutiérrez. Unos peldaños por debajo de la calle, el local exhibe su pequeño altar de Semana Santa. «Es más necesario que nunca para dar algo de ambiente y engalanar», apunta el quiosquero, quien revela que la gente «no para mucho» cuando va a comprar, pero «se nota que necesita hablar y desahogarse».

A la puerta espera Andrea San Ramón que viene «a por el Diario de León» para sus abuelos. Ya que va, «una vez a la semana», les lleva «unos recados de la compra y unos puzles». «Uno de un barco pirata y otro de 300 piezas. ¡Ellos no tienen Netflix, como nosotros!», bromea. No va entrar en su casa. La bolsa con todo se la dejará «en el felpudo». «Me pongo para atrás y salen al menos hasta la puerta a verme la cara», concede la joven informática, que estos días teletrabaja.

Al otro lado del codo que hace Fernández Cadórniga con La Rúa es escucha la marcha de Semana Santa que silba animado un vecino con vocación frustrada de solo de corneta. Ajena al eco, por la puerta de la panadería Migas sale Loli Casaña. Trae colgada del brazo la bolsina de tela con tres letras bordadas a punto de cruz para que nadie dude de que baja a por el pan. «Desde que empezó esto no salgo de esta calle», confiesa. No es una excepción. La gente anda «asustada y nerviosa». «Y me asustan a mí», apostilla Eloína Seco, quien detalla que ha notado cómo «están viniendo los jóvenes a la compra porque no trabajan y les mandan los mayores». «Las ventas no han bajado mucho aquí, aunque algunos cogen para dos o tres días», señala la responsables del establecimiento.

Los agentes bloquearon Santo Domingo. FERNANDO OTERO PERANDONES

En otras zonas, como el entorno de la Inmaculada, sí que se ha resentido la caja de las panaderías, como admite una de las empleadas de un local que ahora apenas dispensa menos de la mitad de las 250 diarias que vendía antes de la crisis. «Dame seis barras, un pan de molde y unas torrijas», le pide Jorge González, que explica que son para que sus padres no tengan que bajar en toda la semana porque «las congelan y ya está».

En Papalaguinda sólo hay tres coches aparcados en todo el paseo. No hay rastro, ni mercadillo tampoco, pero Ordoño adelante ya se ve el control con el que la Policía Local bloquea el paso por Santo Domingo, donde antes de comer tienen que ayudar a la Nacional para inmovilizar a una persona a pie que se negaba a obedecer el alto. Hay media docena de agentes que atajan a los vehículos que acceden por Independencia. «Llevamos seis o siete ya desde que nos pusimos», concede uno de los agentes. Hace poco más de 10 minutos que empezaron. Uno de los últimos multados argumentó que «llevaba tres días en casa de su madre, pero que se había cansado y marchaba para la suya». «Hay más tontos que ni sé. Este es el pan nuestro de cada día», resumen.

Andrea compró el periódico para sus abuelos. FERNANDO OTERO PERANDONES

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