Diario de León

VOLVER AL CAMPO | LA EXPERIENCIA DE VIVIR EN LA URZ

El empeño por repoblar Omaña

Israel Martínez apostó hace una década por rejuvenecer el recóndito pueblo de La Urz, en donde ha logrado invertir las cifras de envejecimiento y despoblación gracias a la llegada de cuatro parejas.

Israel Martínez, de 39 años, en la casa que salvó de la ruina para convertirla en un hogar donde vive con su mujer y sus tres hijos. En invierno, la cocina de leña seca la ropa y da calor a las habitaciones.

Israel Martínez, de 39 años, en la casa que salvó de la ruina para convertirla en un hogar donde vive con su mujer y sus tres hijos. En invierno, la cocina de leña seca la ropa y da calor a las habitaciones.

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pilar infiesta | la urz
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Israel Martínez, un soñador, inventor, albañil y carpintero de 39 años, ha logrado invertir las cifras de la pirámide poblacional de La Urz y rescatar a este pueblo del listado de núcleos envejecidos de Omaña con un plan repoblador puesto en marcha hace una década para atraer a parejas jóvenes. De los 22 habitantes actuales de este núcleo rural perteneciente a Riello, 12 (entre adultos y niños) han llegado de su mano, aunque sus expectativas iniciales eran más optimistas por la belleza de la comarca donde se asienta la localidad, a 1.300 metros de altura, su cercanía a León ciudad (40 minutos en coche) y la vida tranquila y natural que ofrece.

Veraneante desde los 7 años, fue viendo cómo el abandono dejaba caer al suelo casas solariegas de piedra. Adquirió una vivienda junto a su domicilio familiar y, poco después, se le presentó la oportunidad de poder comprar un conjunto de cuatro pesebres de cabras en ruina en el barrio de la Cascariella. Su imaginación voló preñada de visiones de un mundo mejor, donde cada cual ayudaba a los otros según sus conocimientos, se combatían los duros inviernos con buenas charlas y se recuperaba el esplendor de las casas ofreciéndolas a sus amigos para que fijaran su nueva residencia en el campo, como había hecho él mismo con éxito. La idea era «mandar todo a la porra, tener más tiempo y lograr incluso ser autosuficientes con un huerto y ganado menudo, como gallinas, conejos y cabras», indica.

El boca a boca funcionó, los que acudían a visitarle se sorprendían con el proyecto, la belleza de los parajes y sus magníficas casas de piedra, llenas de posibilidades. Muchos probaron y residieron durante algún tiempo en La Urz, pero no superaron la prueba de fuego, la nieve invernal. La idea del cambio sí prendió en otras tres parejas (dos residen todo el año y la tercera busca fórmulas para trasladarse desde Madrid), lo que ha dado vida y juventud a la localidad.

Las calles de La Urz se han vuelto así a llenar con las risas infantiles de cuatro niños (Israel tiene tres hijos de 12, 8 y 4 años, y la pareja formada por Santiago y María, otro pequeño de 3 años). De rebote, esa avalancha de nuevos vecinos para una población pequeña con una media de edad de 70 a 80 años, ha servido para apuntalar la continuidad de la escuela de Riello, condenada hace una década a desaparecer porque sólo impartía clases a siete alumnos.

«Creo que aportamos al pueblo la sangre joven que antaño había. Lo ideal es que el proyecto se hubiera cumplido al 100%, pero me doy por satisfecho con tener ocupadas dos viviendas y una tercera arreglada que puede tentar a alguien más. Además, en mi casa, formada por varias construcciones también, mi hermano tiene idea de restaurar próximamente una parte», explica.

Cuando este leonés se instaló en La Urz, el pueblo que conocía desde niño, estaba convencido de su plan repoblador, tanto que puso un anuncio en la revista Cohabitar de «se cede casa en la montaña leonesa para familia». Hoy ha aprendido que los proyectos llevan su tiempo y que es complicado dedicarse a la agricultura y a la ganadería si no has recogido el testigo por sucesión familiar. «De todos modos, hemos encontrado igualmente nuestro sitio, tenemos un trabajo estable y tiempo. Todos estamos encantados de vivir aquí, aunque existen dificultades como quedarte incomunicado cinco o seis días por la nieve, con niños y en alerta por si surge algún problema», reconoce.

Israel define Omaña como «un lugar de rincones, guiños y estaciones maravillosas, muy íntimo». Por eso sabe que podría explotarse esa tranquilidad, el verdadero oro de la zona, para evitar la muerte de la comarca. Para él es impagable «la libertad de andar por el monte, las aventuras, colarte para ver cómo ordeñan...». También asegura con datos en la mano que hay sitio para más gente y trabajo. «Si me pudiera clonar ahora, atendería un montón de obras. El herrero y el carpintero de Riello se han jubilado, la ganadería está semi abandonada y hay campo, lo que abre un abanico de posibilidades», señala. Martínez echa, sin embargo, en falta ayudas para el cooperativismo, cursos o escuelas taller que dieran el empujón definitivo a una zona rica. Tras años reivindicando mejoras para el colegio, el primer sí para transformar el viejo albergue en escuela lo ha escuchado del nuevo alcalde, Manuel Rodríguez, a quien agradece sus esfuerzos. También faltan actividades extraescolares, pero su mujer, una veterinaria que trabaja a diario en León, no tiene problema en llevar a los niños a la ciudad o a La Robla para que aprendan música, taekwondo o hípica.

La fortaleza de su compañera le ayudó a la hora de decidir asentarse en los noventa en La Urz, al igual que su plan repoblador bebió de las ideas de su padre, que aspiraba a recuperar un pueblo leonés totalmente abandonado, creando un sello de artesanía que avalara los trabajos y la profesionalización de los nuevos habitantes.

Israel admite que de aquellos sueños compartidos con sus amigos para poner en marcha una nueva aldea en la que compartir esfuerzo, trabajo y cultura, queda sólo una parte. «Aprendes que no todo es inminente y que no se puede dar todo gratis, porque algunos se acomodan a lo fácil sin aportar. La idea es, no obstante, buena, a nosotros nos ha servido y recuerdo a un soldador que vino con su familia y que lloraba cuando sus hijos le traían la comida a la obra. Hasta entonces los veía sólo cada quince días. Su mujer no se adaptó y se marcharon. El pueblo no es para todos, hay que tenerlo claro», remarca.

Pero ¿por qué esta tierra privilegiada, cuna de ilustres blasones, ha sido azotada por el abandono?. Parece que el trabajo ha sido determinante para que muchos lugareños optaran por marchar a Barcelona, Madrid y el País Vasco donde se les abría un futuro esperanzador. La agricultura y la ganadería fueron sucumbiendo ante otro tipo de empleos en las ciudades, lo que unido al envejecimiento de la población, ha posibilitado que en los últimos 20 años Riello perdiera 600 habitantes hasta situarse en los 712 actuales. De media, según confirma el Ayuntamiento, muere una persona cada mes y sólo se registra un nacimiento anual. Una tendencia que ha frenado, al menos, en uno de sus 40 pueblos, la ilusión y el empeño de este hombre.

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