Diario de León

«Hubo gente que no quiso venir y ahora esperan que les llamen»

Personal sanitario contratado por la emergencia sanitaria del coronavirus en el hospital Monte San Isidro. F. Otero Perandones.

Personal sanitario contratado por la emergencia sanitaria del coronavirus en el hospital Monte San Isidro. F. Otero Perandones.

León

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La experiencia vivida ha hecho que personas que no se conocían de nada y nunca habían trabajado juntas se consideren como «amigas de toda la vida». Ahora su miedo es muy diferente al que han pasado por el Covid-19. «Hubo gente que no quiso venir a este frente (el miedo es libre) y ahora esperan que les llamen para las vacaciones. No nos parece justo», apostilla.

A Ana Raneros le llamaron el 20 de marzo para trabajar, fue al pueblo a por la documentación y firmó por la tarde. Deprisa y corriendo. Así fueron los contratos Covid. Había que atender a una emergencia sanitaria a la que el sistema jamás se había enfrentado. Ni les pagan más por la exposición al contagio, ni les garantizan continuidad en los puestos de trabajo. Están al albur de la administración y de las bolsas de trabajo. Y lamentan que no se aproveche la experiencia que han adquirido en previsión de posibles rebrotes.

Para los profesionales también era todo nuevo. La incertidumbre y el miedo les atravesaba el cuerpo mientras caminaban hacia el hospital. «Pasé la primera noche en Virgen Blanca y cuando me dijeron que venía para Monte San Isidro se me cayó el cielo encima», admite. Es el hospital donde, hasta la llegada del Covid-19, estuvo ubicada la unidad de cuidados paliativos y el destino de muchos enfermos respiratorios crónicos.

Otra visión del hospital
«Cuando me mandaron al Monte San Isidro se me cayó el cielo. Ahora su protocolo me gusta más»

La idea de que es un hospital para enfermos desahuciados planea en la mente colectiva de los leoneses. Sin embargo, al cabo de casi dos meses en este hospital donde ya hay más enfermos negativos que positivos y, sobre todo, ha sentido el arropo de compañeros y compañeras».

Además, destaca, «hemos tenido unos supervisores -Javier, Begoña y Laura— que nos han ayudado a crear este equipo de élite».

Después de las primeras semanas sin protección llegaron las epis y los buzos de China que les hacen sudar como pollos y convierte los cuidados a los enfermos en una tarea más lenta y que requiere muchos malabares para desenvolverse entre la rigidez.

«La forma en que han llevado el protocolo me ha gustado más que en el hospital», comenta. En el Hospital Monte San Isidro el personal entra con ropa de calle, se pone el uniforme y unos zuecos ‘limpios’. Cuando llegan a planta se ponen los zuecos y empieza la jornada.

Al terminar se duchan en una habitación habilitada al efecto y hacen el proceso inverso. Se ponen uniforme limpio y zuecos limpios y, finalmente, se cambian para regresar a sus casas. Sólo piden que «no nos ‘floteen’ tanto por las plantas». Consideran que es un riesgo andar de zonas sucias a limpias. Como el resto de sanitarios que no han presentado síntomas están pendientes de que les realicen los test para saber si son portadoras de la enfermedad o incluso si la han pasado sin apreciar síntomas. El día 11 empiezan en el hospital grande. «A ver cuándo nos toca a nosotras», apostillan.

Ana Raneros se confinó en una habitación en su vivienda, come sola y duerme sola. Su preocupación principal una vez que salía del hospital era «no llevar a casa ningún bicho de colores», como llaman familiarmente al Covid-19.

En los ratos libres, convirtió su afición a la costura y al patchwork en una herramienta de protección en el hospital. Con otras compañeras y provistas de retales de sábanas y otras telas que encontró por casa se puso a hacer gorros para proveer a los sanitarios más cercanos. Ahora que ya ha pasado lo peor y que hay epis llegó la tela que necesitaba.

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