Diario de León

Junto al asfalto está la huerta

Socios del CCAN montan en una parcela de 2.000 metros cuadrados el primer huerto comunitario de León, una realidad que emerge en toda Europa.

Los aperos, prestados por la propietaria de la finca, facilitan las primeras labores para reconvertir un pasto de vacas en un huerto bien surcado.

Los aperos, prestados por la propietaria de la finca, facilitan las primeras labores para reconvertir un pasto de vacas en un huerto bien surcado.

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marco romero | león
León

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«Lo guapo es lo que estamos aprendiendo», resume en pocas palabras una de las socias del Club Cultural y de Amigos de la Naturaleza (CCAN) mientras pasea entre los surcos del huerto comunitario que ya germina en el entorno periurbano de la capital. Es el primer espacio de León que proyecta una realidad emergente en toda Europa, como es «el cruce de las luchas urbanas por la justicia social, emprendidas por las comunidades locales durante la anterior década, con las movilizaciones y la labor de sensibilización del movimiento ecologista sobre estilos de vida más sostenibles», reflexiona José Luis Ferández Casadevante, responsable de Huertos Urbanos de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid y uno de los primeros analistas de este movimiento naciente en España. «Articulan localmente una pluralidad de sensibilidades, demandas y reivindicaciones ambientales, vecinales y políticas, a la vez que ponen en marcha procesos de autogesión que enfatizan la participación directa y la reconstrucción de identidades».

Y una sutil iniciativa como la desarrollada por los socios del CCAN puede llegar a tener una gran capidad de transformación e incidencia a nivel local. Es domingo por la mañana y una veintena de socios del club han quedado para repartir tareas. Son los primeros días del proyecto. Tras el traumático desalojo de su sede histórica en el casco antiguo de León siguen sin tener un punto de encuentro estable, así que esta parcela de más de 2.000 metros cuadrados cedida por una de sus socios en el área metropolitana de León se ha convertido en un nuevo espacio de convivencia y respiro, y también en un modelo para motivar el sentido de pertenencia. «Es algo que faltaba por hacer; no tener un huerto parcelado y que cada uno trabaje su parte; aquí todo es de todos», explica la propietaria original de la finca.

Entre sebe y vacas

El huerto era un antiguo cercado destinado al pasto de vacas. Todavía hoy sigue rodeado por pastos con vacas y caballos. El recinto se encontraba deteriodo, pero las primeras labores del grupo han reforzado las estacas y, siguiendo los métodos tradicionales para entretejer sebe, han utilizado ramas verdes y construido un cerramiento como se hubiera hecho hace un siglo. Está bordeado por dos regueros y en su entorno tiene extraordinarios ejemplares de sauco, cicuta silvestre, nidos de diferentes especies de aves... Un auténtico aula de la naturaleza a quince-veinte minutos en bicicleta desde la ciudad. También tienen un pozo para abastecer el riego y numerosos aperos que facilitan los trabajos agrícolas. «Esta empresa no la para ni un tren», bromea uno de los promotores mientras ayuda a quitar las malas hierbas de entre los primeros brotes de la huerta. Ya hay hileras de cebolletas y cebollas, maíz, lechuga roja y blanca, calabacín, guisantes, canónicos, acelgas, espinacas, cogollos de tudela... Y una enorme superficie que ya han transformado en un envidiable patatal en el que asoman las primeras hojas. También se han plantado dos nogales, un castaño y un ciruelo. Empiezan a verse ya crecidas las plantas de frambuesa y un semillero tiene a punto la siguiente tanda de hortalizas. «Será lo más ecológico posible», advierte una de las socias. Eso significa que no se utilizarán fertilizantes ni productos químicos para tratar las plantaciones. «Todo lo haremos a base de plantas como hortigas, que son buenas protectoras. Y, llegado el caso, agua con jabón para tratar plagas. Pero no se harán tratamientos preventivos», explica otro de los socios. Aunque se trata de un proyecto autodidacta, una de las colaboradoras, apoyada en la experiencia personal y familiar, dirige las primeras tareas proyectadas a corto plazo. «Es el primer año y hay que ver cómo evoluciona, porque en verano todo el mundo tampoco está», comentan con cierto temor a que la continuidad del huerto se interrumpa por cualquier motivo. Curiosamente, y a pesar de que no es un proyecto comercial, el mayor miedo de los cooperantes es el mismo que el de cualquier agricultor: las inclemencias meteorológicas. «Un problema ahora que empezamos nos fastidiaría todo», comenta quien conduce un moticultor.

Ganando gente

Este ejercicio de microurbanismo, como lo denominan los gurús del movimiento, surgió hace escasas semanas por parte de uno de los socios. Lo comentó en una reunión y, en pocos días, el terreno y las principales necesidades para rehabilitarlo ya estaban resueltas. El club admite que ha ganado socios con la idea del huerto, puesto que para formar parte de este proyecto es necesario ser componente del CCAN. A partir de ahí, sólo será necesario establecer un reparto de tareas equilibrado para que las labores no queden descuidadas y garantizar la continuidad de las plantaciones. «El trabajo esamblado entre todos genera el triple», comentan durante la labor mientras ponen la atención en los carteles, donde todos los nombres de los productos cultivados están en castellano y en latín, «para aprender».

Pero el modelo no es algo nuevo, según explica durante una larga entrevista Fernández Casadevante, autor de artículos y guías sobre el fenómeno de los huertos comunitarios. «La agricultura vinculada a la ciudad y sus bordes es residual, pero en tiempos de crisis —caso de las guerras mundiales o de las grandes depresiones económicas— surge de mantera natural, pero vuelve a ser olvidada cuando se rescata la normalidad». «Tienen más que ver con las relaciones sociales —agrega— porque la dimensión productiva de estos huertos es muy testimonial». Según sus investigaciones, la primera asociación de hortelanos se creó en Leipzig (Alemania) en 1864 para reclamar espacios de juego dentro de la ciudad. Su primer terreno fue cultivado por los niños, pero la dureza de las labores finalmente dejó en manos de los mayores el cuidado del huerto. La iniciativa se extendió rápidamente por otras ciudades. Más cerca en el tiempo, una de las iniciativas de referencia vinculada al mateniento colectivo de huertos y jardines urbanos nacía en Nueva York en los años 70 y se conocería como Green Guerrillas. Primero plagaron varios solares abandonados de semillas. Después los ocuparon para cultivarlos. Tal fue su éxito que el Ayuntamiento tuvo que crear una agencia municipal para gestionar estos espacios. En la actualidad hay más de 700 huertos comunitarios en los diferentes distritos de la ciudad. «Una asociación de barrio puede gestionar un espacio público», anima Fernández Casadevante. Resulta revelador su análisis sobre las circunstancias en las que se ha recurrido a la agricultura urbana. La conclusión es que reaparece cíclicamente en los tiempos de crisis. «Y no hablamos sólo de una crisis económica, sino multidimensional. Si somos capaces de pilotar una salida justa y ambientalmente viable a este momento crítico, estos huertos impulsarán una nueva relación entre asentamientos humanos y terrenos agrícolas».

Más que La Candamia

En España, a mediados de los años 90 se asistió a la consolidación de muchas iniciativas municipales orientadas al ocio, como la desarrollada en los huertos leoneses de La Candamia o el Coto Escolar, o la abanderada por las universidades en huertos experimentales. Pero es ahora cuando movimientos sociales de todo tipo han vuelto a recuperar el modelo, tal y como se desprende de un somero repaso por las referencias que aparecen en Internet. Uno de los primeros del país fue el creado en Sevilla a mediados de los años 80, el huerto de las Moreras. Hoy por hoy, forma parte de la Plataforma de Huertos Urbanos y Sociales, integrada por ocho colectivos vecinales y ecologistas. En los cinco huertos que poseen por toda la provincia participan 500 vecinos y más de 5.000 escolares. En Barcelona, la tradición se remonta a 1986 con la invasión del Hor de l’Avi por parte de un grupo de vecinos y vecinas. Hoy tienen una Red Municipal de Huertos Urbanos. Las Palmas de Gran Canaria y Madrid también gestionan huertos comunitarios. Quizá la penúltima iniciativa más interesante es la que se desarrolla en Elche desde el 2009. La Asociación de Vecinos Barrio Obrero de Altabix consiguió un terreno municipal por diez años en un palmeral histórico, donde se está desarrollando una importante labor social y educativa.

«Es un urbanismo de anticipación», comenta el experto. Y si el proyecto del CCAN se consolida como un proyecto viable a corto plazo será el primero en establecer entre los leoneses una implicación ciudadana activa hacia la sostenibilidad.

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