Diario de León

LEÓN EN LA CABEZA Y EN LA CABECERA

Está escrita la historia y la intrahistoria. Grabados en tinta 115 años que narran la vida de León y sus gentes, el paisaje y el paisanaje. El compromiso escrito con esta tierra y la defensa de sus intereses. Intactos desde aquel 3 de febrero de 1906. Desde hace 51.067 números. Palabra.

Pruebas del primer día del Diario tirado con offset. ARCHIVO HISTÓRICO

Pruebas del primer día del Diario tirado con offset. ARCHIVO HISTÓRICO

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Era sábado. 3 de febrero de 1906, festividad de San Blas. Ahí empezó todo. Aunque no. Comenzó un día antes. En vísperas. Como si de un oficio religioso se tratara. Casi una señal para un «periódico de noticias», el lema que llevaba por subtítulo, que nacía bajo el auspicio del Obispado y que se declaraba abiertamente monárquico y católico. Así que, tal vez, no podía ser de otra manera. El caso es que la víspera, de mañana, peregrinaron un cura y tres caballeros, todos fundadores, hasta el santuario de La Virgen del Camino, rezaron, comulgaron y rogaron protección a la patrona del Reino de León. Y debió dársela, porque el Diario de León ha sobrevivido a todos los tiempos. No hay avatar que no haya superado. 115 años ya. Hasta este 3 de febrero de 2021. San Blas también. Eso no ha cambiado. En plena pandemia por un coronavirus que azota a la humanidad, sin distinción de credos. Ver para creer.

Pero volvamos al otro siglo. La venerada Virgen del Camino extendió su manto protector sobre el Diario pero no obró el milagro de que se conservara aquel primer ejemplar del periódico. No se lo pedirían, a lo mejor. Porque quién iba a pensar que sería necesario la repetición del milagro del agua y el vino en esta santa tierra. Estarían a peces. En la imprenta del señor Tejedor debieron pensar que con un poco de ayuda divina, el agua se convertiría en tinta pero, o bien no calcularon correctamente la fórmula, o bien el ahorro se les fue de las manos —como a aquellos lecheros que iban por la casas con sus cántaras con esa mezcla de leche y agua—, o confiaron demasiado en la providencia divina, la cuestión es que la tinta se diluyó sobre el papel y no quedó nada.

Ni rastro de aquel primer boletín en el que los pioneros anunciaban su intención de cumplir cada día por escrito la palabra dada al obispo Sanz y Sarabia, que había pedido, quizá sería más apropiado decir mandado u ordenado, un periódico «que combata, que pelee, que refute». Y eso es de lo que informaron al público en general, y a la competencia en particular, en su primer número. Eso, y su defensa inquebrantable de León, la palabra que ha sido el hilo conductor de 115 años de periodismo e historia. Con León en la cabeza y en la cabecera. Un compromiso grabado a tinta. Indeleble.

El 3 de febrero de 1906, los pioneros del Diario de León posaron para todos los tiempos en una fotografía histórica. En aquella primera Redacción, en la calle Pozo número 5, 2º, en la que sólo había hombres y curas. Ni una sola mujer. Como mandaban los tiempos. No estaba tampoco el obispo Juan Manuel Sanz y Sarabia de cuerpo presente, pero sí en espíritu. A él le bastó con reunir, días antes, como buen pastor, a un pequeño rebaño de fieles leoneses, todos ellos significados en la ciudad, para lanzarles un sermón en el que les pedía su apoyo y algo más, cual si fuera un moderno presidente de un consejo de administración, para «un periódico que no sea un incensiario ni un explosivo, que ruede por toda la diócesis y la provincia, llevando a todas partes las ideas salvadoras de nuestra religión, un periódico que no sea ñoño ni provocador pero que combata, que pelee, que refute...».

Y mientras los prohombres se hacían la foto, con el primer director a la cabeza, Eloy Blanco del Valle, «hombre de vasta cultura, de piedad acrisolada y de convicciones hondas», se escribió de él, los redactores y tipógrafos cerraban la primera edición a toda prisa. Eso tampoco ha cambiado en 115 años.

Poco antes de las tres de la tarde del 3 de febrero, los vendedores de prensa vocearon por la calle Ancha el nombre del nuevo periódico. Ajenos —o no— al milagro inverso que se había fraguado en el 17 de la calle de La Paloma, con el señor Tejedor jugando a hacer alquimia con la tinta, la Redacción en pleno se fue tranquilamente a su casa. Cada uno a la suya. Al día siguiente era domingo, así que descansaron. Como Dios manda.

Hubo que esperar a que llegara el lunes para tener el segundo número, el primero que se conserva. Era el 5 de febrero de 1906. En la última de las cuatro páginas que tenía por aquel entonces el Diario se anuncia con gran tipografía el señor Tejedor y su nuevo establecimiento tipográfico, en el que, publicita, se recogían encargos «que se servirán con prontitud y economía». Nada dice de pervivencia. Y no consta que se le descontara el anuncio de la pifia de su imprenta.

El Diario salía por la tarde, costaba 5 céntimos, la suscripción de un mes una peseta, el precio de los anuncios a convenir, las esquelas entre 5 y 10 pesetas y además se admitían en la portada, no se devolvían los originales y quedaba advertido todo el mundo de que «el periódico se publica con la censura eclesiástica».

Es fácil imaginar la tensión de aquellos días en el periódico. Eso también se mantiene. Porque no hay mayor temor que se despierten los duendes del taller, un ‘cajón desastre’ a donde van a parar todos los despropósitos de un periódico. Y en manos de Tejedor y su imprenta... Eso también lo dejaron escrito aquel puñado de pioneros de la información, que básicamente consiste en contar las cosas que suceden. Y lo que sucedía era que «los primeros días del nacimiento fueron un desastre tipográfico. Se tiraba en un taller que tenía el señor Tejedor en la calle La Paloma y aquella imprenta, vieja y destartalada, nos estropeaba los artículos más afinados». Palabra de periodista de 1906.

La cuestión es que, con dificultades y todo, el Diario de León se plantó en la calle y plantó cara a su competencia, una amalgama de prensa republicana con La Democracia, El Porvenir de León y La Verdad al frente, que se volcaron en chascarrillos, burlones decretos, ataques satíricos y vaticinios de brevedad contra el recién llegado que, finalmente, les sobrevivió a todos.

Ese número dos del Diario de León, divididas las páginas en cinco columnas, inmenso su tamaño, deja constancia de los grandes avances científicos de la época, como ahora, sólo que entonces con los rayos x abriendo el periódico, la sección ‘Crónicas leonesas’ firmadas por un tal Zorrilla de León, una amalgama de noticias de todo tipo en donde lo que sucedía en Madrid, al borde de una crisis de gobierno, se trataba con la misma distancia, y extensión, que lo que pasaba en Francia, se informaba de que el señor Romero había pasado una noche más tranquila que las anteriores, se daba noticia de que al fin quedaba esclarecido el caso de los disparos en la estación de Matallana por los que se decomisó a dos vecinos de Robles, Nicanor Álvarez y Pablo Guitérrez, una escopeta que fue entregada al señor juez municipal, aparecía ya por escrito uno de los temporales de invierno de la provincia, una nevadona que, como las que siguieron hasta hoy fue noticia, y que dejó tirados los trenes en la estación de Villamanín por un descarrilamiento de siete vagones, se daba cuenta de detenciones por disparos en Robledo, se iniciaba la publicación del folletín ‘La gaviota’ y se anunciaban médicos, corbatas, camisas, cafés, vinos, frutas verdes y secas de todas las regiones, la fundición de campanas de Segundo Diez Ramos en Villarente, el colegio de los Agustinos para alumnos mediopensionistas, vigilados y externos en el que se impartía las asignaturas de comercio y lenguas, y los viajes de la Compañía Trasatlántica porque aunque León no tuviera mar, y siga sin tenerlo, eran tiempos de migraciones, como los de ahora, y los vapores ‘Reina María Cristina’, el ‘Manuel Calvo’, el ‘Buenos Aires’ o el ‘San Francisco’ zarpaban desde Bilbao, La Coruña, Santander, Barcelona, Málaga, Cádiz, Valencia y Alicante a las Américas en busca de mejor fortuna. El éxodo de León, que se mantiene.

Tan lejos y, sin embargo, tan actual todo.

No hay ni una sola fotografía en ese periódico, pues se esperó hasta el mes de abril para que el Diario dejara claro su compromiso secular con la Semana Santa y publicara la primera imagen, una instantánea de los ‘papones de Jesús’, la Ronda que abre la Procesión de los Pasos de la cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. La firma Germán Gracia, un fotógrafo mítico de una saga que continuó su hijo, Pepe Gracia, y sus descendientes. Ahí empezó una larga carrera de fotógrafos que han hecho historia en la prensa leonesa.

No habían pasado ni dos meses cuando el Diario se trasladó de las inmediaciones de la iglesia de Palat del Rey a la plazuela de Puerta Obispo número 12, frente al kiosco de Pelayo Presa, en lo que fuera el palacio de la familia Cavero. Eso, la Redacción. Porque la administración pasó a la calle Puerta Sol número 1, piso principal, en pleno Barrio Húmedo. Segunda sede.

Un mes más tarde, el jueves 31 de mayo de 1906, el Diario daba en primera plana la triple noticia de la boda del rey Alfonso XIII con la bellísima princesa inglesa Victoria Eugenia, el atentado anarquista de Mateo Morral que lanzó una bomba envuelta en un ramo de flores contra la carroza real y la muerte del joven leonés Eusebio López Torbado en la explosión. Así convirtió una noticia nacional en máximo interés para la provincia, abriendo un discurso periodístico que se mantiene, León por encima de todo. El periódico reprodujo el retrato de Morral antes y después del atentado, en primicia, en una especie de ‘En directo’ pero no pudo dar la noticia de su muerte, oficialmente al pegarse él mismo un tiro en el pecho, porque el número estaba ya en la imprenta de Tejedor.

En 1907 se publica la primera viñeta y la primera carta al director, escrita por el relojero municipal para justificar por qué el reloj de la plaza Mayor seguía persistentemente estropeado. Era, en realidad, una réplica un tanto airada a la noticia publicada por uno de los redactores. La explicación, en la última línea: no había dinero en las arcas municipales para arreglarlo. Algo que suena también a ahora.

Ese año, el periódico se trasladó a la plaza de San Isidoro, en la casa de don Manuel Iglesias, y se tiraba en los talleres de Miñón. Tercera sede, segunda imprenta. Un joven abogado, brillante intelectual y miembro de una de las familias ilustradas de la ciudad, Isaac Martín Granizo, tomó el relevo de otro intelectual, el profesor e intelectual Mariano Domínguez Berrueta, con calle en León, que había logrado llevar al Diario hasta una tirada de 1.700 ejemplares. Martín Granizo cambió el periódico. Impuso su sello y un código deontológico e imprimió un espíritu de modernidad, dando incluso espacio al movimiento feminista y convirtiendo la reivindicación de los derechos de la mujer en noticia. El Diario fichó como columnista al abogado y político Francisco Roa de la Vega, de enorme talento, que se unió en las columnas de opinión al escritor Antonio Valbuena, una gloria literaria, y a Mariano D. Berrueta. Los tres inauguraron con brillantez las firmas del Diario de León. Una larga nómina en la que entraron, en los siguientes 115 años, Carmelo Hernández Moros ‘Lamparilla’, el ‘divino sordo’, la saga de los Pinto Maestro, Filemón de la Cuesta, Pérez Herrero, Suárez Ema, Antonio González de Lama, el cronista Máximo Cayón Waldaliso, César Trapiello con sus tiras de ‘Aventuras de Tiburcio y Cogollo’ y, por supuesto, Francisco Umbral, que revolucionó a la ciudad con su bufanda y su corazón rojos, y el genial Victoriano Crémer. En ese largo listado de prohombres de las letras y la opinión había entrado en 1911 con fuerza, y también como excepción, Calimería Montiel Marcos, una joven maestra de 23 años nacida en Fresno de la Vega que fue pionera en el Diario. Habría que esperar varias décadas para que publicara otra mujer, Concha Espina, y varias más para que a la Redacción se incorporaran, de hecho y derecho, las mujeres en igualdad, más o menos, de condición aunque en los 115 años de historia del periódico sólo dos mujeres se convirtieron en redactoras jefa, Camino Gallego y Susana Vergara Pedreira.

Pero volvamos atrás. En 1909, la noticia en primera, a toda página, fue una esquela. La del director del periódico, el joven intelectual Isaac Martín Granizo, muerto de un fallo cardiaco, que conmocionó a la sociedad leonesa y sumió en el estupor a la Redacción, pues había conseguido dar un nuevo impulso al periódico, administrado el rotativo por el presbítero Federico Lobo y, tras una breve interinidad de Víctor Campo al frente de la dirección y traslado a la cuarta sede, en el 12 de la calle Cervantes, el Diario de León se convirtió en líder de la prensa provincial. Entonces, Camilo de Blas convertía en dulce manjar sus afamadas yemas —se cuenta que vendía al por mayor las claras— y la Farmacia Merino abría toda la noche.

Bajo la dirección de Martín Granizo el periódico saca su primer especial, dedicado al Bierzo. Un esfuerzo editorial y prueba del compromiso territorial ya desde los comienzos. El número conmemoraba la coronación de la Virgen de la Encina, de larga devoción en la comarca a la que, ya entonces, el periódico daba identidad propia. Tanto, que llegó a tener una edición propia. En 1922, el deporte entra en portada y, con él, una reivindicación histórica del periódico por contar con grandes equipos, impulsar el deporte leonés, incluida la Lucha leonesa, y el apoyo incondicional a la Cultural, equipo para el que el sábado 29 de abril de 1922 el periódico insta a los leoneses a colaborar económicamente. Y no sería la única vez.

No hay periodo histórico que no esté grabado en tinta en el Diario de León. Desde la construcción de las grandes infraestructuras, con la transformación de los caminos en carreteras y estas en autovía, la conversión de los caminos de hierro en la nueva vía férrea de alta velocidad, el cambio del suelo rústico para la expansión urbanística de la ciudad, la extensión de los polígonos para las llegadas de nuevas empresas, a veces sólo una promesa, las catástrofes de la reconversión minera y el cierre de todas las explotaciones, el azote del paro, los ertes... Siempre los desafíos de los nuevos tiempos. Cada vez, un nuevo tiempo.

Una tierra enfrentada a mil retos y adversidades, a tiempos de gloria y lucha, contado en las páginas del Diario desde hace 115 años. No hay guerra, crisis, huelgas y pandemias que no haya superado. En la Redacción de este 115, pervive el mensaje de aquellos pioneros. Como ellos, esta nueva generación de sucesores mantiene la cabecera y a León en su cabeza. Y cada día sale a la calle. Con pandemia o sin ella. Un milagro. Y un compromiso grabado a tinta.

En aquel periódico de 1906, Condobrín dejo escrito: «El periodismo es hoy una necesidad social». Nada más actual que esa reflexión que hoy cumple 115 años.

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