Diario de León

LEONESAS DE AYER Y HOY. EVA GRANADO PANIZO

«Lo más duro de Minas es que era un mundo de hombres»

La Escuela de Minas de León no estaba pensada para que estudiaran mujeres. Ni siquiera diseñaron baños para ellas. Pero en la primera promoción se matricularon seis. Sólo una terminó. Fue hace 50 años y es la primera española que se titula en esta carrera, entonces perito de Minas, en España .

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ana gaitero | león

«Yo no valía para ser secretaria de nadie, ni quería ir de maestra a un pueblo lejano». Le gustaban las matemáticas y las ciencias, pero no tenía medios para salir a estudiar fuera de León. Así que cuando en 1962 se abrió la Escuela de Minas de León, se juntaron el hambre con las ganas de comer.

Eva Granado Panizo (Fuentes de Ropel. Zamora) no dudó en matricularse en la nueva escuela y le prometió a su madre que si no aprobaba el selectivo desistiría. Pero no sólo lo superó sin problemas, sino que fue la primera mujer perito de Minas en León y en España. «Fue mi madre a recoger las notas y decía: Con la cantidad de suspensos que hay y a mi hija no le toca ninguno», recuerda como anécdota.

En junio de 1966 se graduó en León la primera promoción de la Escuela de Peritos de Minas. Eva Granado Panizo ocupa el centro de la orla y es la única mujer. «Empezamos seis pero las otras compañeras se cambiaron de estudios —agrónomos, enfermería y medicina— o abandonaron», comenta.

«Fue muy duro, yo misma lo habría dejado en algunos momentos: no tenía problemas para las asignaturas, pero sí para desenvolverme en un mundo que no estaba programado para mujeres», explica. La bibliotecaria, Eloína Melón, fue su baluarte psicológico: «No seas tonta, tú sigue», le decía esta mujer que era licenciada en Filosofía y Letras.

«En Minas, las chicas éramos como algo raro, como que nos habíamos metido en su ambiente y los profesores también se sorprendían», admite. Alguna vez tuvo que oír comentarios como: «Os van a comer el pastel»..Tan de nuevas les pilló la llegada de mujeres a la escuela que cuando estrenaron el edificio, que vino a inaugurar Franco con toda pompa y boato, «nos encontramos con que no había baños de alumnas», recuerda.

Eso sí, «en una semana habían solucionado el problema: nos hicieron un baño estupendo con un espejo enorme», añade Eva Granado Panizo no identifica conductas machistas de sus compañeros sino más bien paternalistas, que acababan convirtiéndose en discriminatorias.

«A mí no me tramitaron el título porque me casé. Pensaron que no me haría falta», relata. Se enteró unos años después de contraer matrimonio, cuando vino a buscarlo para trabajar como profesora en un instituto de Oviedo: «Tuve que ir a buscarlo a Madrid». Tampoco la dejaron ir al viaje de fin de carrera, a pesar de haberse buscado como compañera de viaje a una alumna de primero, por las pegas que ponía el director a que una chica viajara sola con los chicos.

El lugar reservado para las mujeres, habitualmente, era el de damas de honor en las cenas de fin de curso. Un puesto que se cotizaba económicamente y que ocupaban habitualmente «las hijas de empresarios porque la profesión de facultativo estaba muy valorada». Sin duda, les veían como buenos partidos.

Tener una mujer en clase también tenía un punto de exotismo. A Eva Granado Panizo le hicieron el honor de que entregara el trofeo al campeón del concurso de entibadores mineros que se organizaba en Papalaguinda para recrear el ambiente minero en la ciudad. ¡Qué tiempos aquellos!

«¿Le da lo mismo que sea una chica?», le preguntaron a un constructor que buscaba un estudiante para realizar cálculos de estructuras en los edificios. «No sé si les hubiera parecido bien que me lo dieran a mí, en vez de a ellos, pero me vino muy bien para ganarme un dinero sin dar clases particulares», apunta.

Estuvo becada en el Instituto del Carbón y le animaron a hacer una carrera superior, pero cuando se dedició por Químicas «tardaron en darme los papeles» y no llegó a tiempo. Se casó y tras pasar por algunos avatares familiares y tener a sus tres hijos se decidió a incorporarse al mundo laboral. «La empresa no me gustaba mucho porque era muy duro y no estábamos consideradas, así que me decidí por la enseñanza», confiesa. Lo consiguió después de mucho insistir: «Un día me presenté en la Escuela de Maestría Industrial y pregunté si podía dar clases con mi título porque llevaba dos años solicitándolo y no me llaman», relata.

Le dijeron que excepto en la rama de Letras, podía dar de todo: física, matemáticas, electricidad: «No me llamaban porque era mujer y tenía tres niños pequeños», alega. Al final, cree que pesó su curriculum y que se dieron cuenta de «era una todoterreno». Al año siguiente, aprobó las oposiciones. Trabajó durante 36 años y se jubiló en el instituto Doctor Fléming de Oviedo. Tiene 70 años y pasa temporadas en la urbanización Valjunco de Valencia de Don Juan y este fin de semana celebró con sus compañeros el 50 aniversario de la primera promoción de Minas en León.

De sus tres hijos, el más pequeño quiso seguir la tradición materna estudiando ingeniería de Minas. Mirando por el espejo retrovisor al pasado, cree que tanto ella como sus amigas «fuimos inquietas, con ganas de cambiar cosas y con la firme idea de estudiar para trabajar. Tuve una madre inteligente que quería que estudiáramos para ganarnos la vida por nosotras mismas. «‘Para la casa ya estoy yo’, nos decía».

DL

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