Diario de León

El caso del Bierzo

Los bares de las cuencas enfrentan la crisis sin haber superado la del fin de la minería

Los que sobrevivieron con mucha menos clientela miran con pánico al futuro tras haber languidecido durante años

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Cuando Rebeca Alonso empezó a trabajar en el Pub TBO de Páramo del Sil en el año 2004, solo las fiestas patronales dejaban, en cuatro días, el doble de caja que ahora. Hace algo más de dos años, dejó de ser empleada para llevar ella misma el bar pero las cosas son bien diferentes. Ni las fiestas, ni Navidad, ni Semana Santa dan para vivir como podía ocurrir antaño. «Son una ayuda, sí; pero el bar vive del día a día», asegura. Un día a día en el que sirve hasta 60 cafés, ayudado de fines de semana en los que da salida a unas seis cajas de cerveza, que vienen a ser cien botellines. Eso y algo más le da para vivir, pero para poder hacerlo tiene que abrir. A puerta cerrada no entran ingresos y continúa pagando el alquiler del local y haciendo frente a los gastos. Los del último mes han sido unos 1.400 euros. Esto en un pueblo minero que no ha levantado cabeza desde que se aniquiló la minería, que también tenía una central térmica y que ha visto como se desangraba su padrón. Igual que el TBO de Páramo están el bar Norte de Fabero, el Central y La Pista de Matarrosa del Sil, El Azul de Toreno, la cafetería La Oficina de Bembibre y otros muchos que aguantaron el envite de la crisis que sucedió al fin del carbón pero que nunca han vuelto a ser los mismos. Ahora, cerrados, miran atrás y, sobre todo, hacia adelante con temor a no poder resistir una segunda crisis, la del coronavirus.

Prejubilados y jubilados

Son los que han permitido mantener la actividad de muchos bares, pero ahora son personas de riesgo

Bares y restaurantes son dos de los grandes perjudicados del obligado confinamiento y la solución en su caso se aventura si no lejana, sí insuficiente para poder subsistir. Que se limite el aforo para evitar aglomeraciones y el propio miedo de los clientes al virus —en su mayoría mayores y, por lo tanto, personas de riesgo— está detrás de la incertidumbre generalizada entre quienes viven de un negocio de hostelería. No es un secreto que la cultura de bar que siempre ha existido en las cuencas mineras, casi como un ritual, se ha podido sostener, aunque sea duras penas, gracias a las prejubilaciones y jubilaciones de quienes fueron mineros. Los que hacen la ronda a diario y quienes juegan la partida son pensionistas que ahora tienen miedo a salir de casa. Por eso, Vanessa Alonso baraja la opción de que pese a que se abra la veda, la gente decida no ir al bar mientras no tenga garantías de cierta seguridad. «La clientela con la que trabajo por semana, la que nos salva, tiene entre 60 y 80 años. Son personas de riesgo y quizás no quieran volver con la asiduidad que lo hacían hasta ahora», dice.

De 120 cafés a cero

En el Norte de Fabero, Vanessa servía una media de 120 cafés al día y tenía entre seis y ocho partidas

En el bar Norte de Fabero, Vanessa sirve hasta 120 cafés diarios y, por las tardes, tiene entre seis y ocho partidas. Los fines de semana han dejado de contar porque apenas hay actividad nocturna. «Los jóvenes se tuvieron que ir cuando empezó a dejar de haber trabajo. Cualquier sábado te tomas una copa y hay cuatro personas», dice. Eso en un pueblo que llegó a ser punto de encuentro de prácticamente toda la comarca un sábado por la noche. Las recaídas del carbón hasta su muerte definitiva fueron acabando con todo hasta reducir a la mitad el número de bares. Ahora mismo, hay en torno a una veintena. Fabero es el paradigma de la cicatriz que ha dejado el cierre de las minas.

Gloria Gancedo es optimista y confía en que los bares de los pueblos, como el suyo, recuperarán la normalidad.  DL

Como en Páramo, los últimos cinco años han sido horribles y los bares que han subsistido lo han hecho adaptándose a una realidad bien diferente a la que vivían en los tiempos de bonanza económica. Ahora, Vasessa y su familia, que viven exclusivamente del bar, temen que el confinamiento por el virus que ha puesto en jaque a toda la humanidad dé la estocada definitiva a los bares de las cuencas. «Vivimos con pánico. Ya no es que estemos encerrados ni las consecuencias económicas de ello, es la incertidumbre de no saber lo que nos espera. La crisis anterior la fuimos andando paso a paso, sabíamos donde nos movíamos porque el cierre de las minas y la pérdida de empleo fue progresivo, se iba viendo. En la situación actual, que ha llegado de repente, cada día es diferente, todo cambia de un día para otro, no sabes qué va a pasar. Nos mata la incertidumbre», explica Vanessa, que no quiere ni plantearse la idea de no volver a abrir el bar.

Opción de empleo

En los pueblos mineros, el bar es para muchos la única alternativa laboral para subsistir y no irse

En el Norte trabajan Vanessa y su marido pero también dos empleadas a media jornada que ahora se han visto afectadas por un erte del que todavía «no sabemos nada», explica. En su caso, la propietaria del local sí le ha perdonado el pago del alquiler mientras dure el confinamiento. «Cuando me llamó y me lo dijo me emocionó», asegura. Lo mismo le ha pasado a Yadira Álvarez, tampoco tendrá que pagar el alquiler mientras la situación sea la actual. Hace seis meses que cogió el traspaso del bar El Azul de Toreno, como un salvavidas para poder seguir en su pueblo. «Con la crisis no había ninguna otra opción de trabajo viable. Estoy en una guardería, pero el sueldo es pequeño y tengo un niño», explica esta treintañera que asegura estar viviendo «con angustia» lo que está pasando.

Cultura de bar

En las cuencas, el bar es parte de la rutina, por eso en el Central confían en volver al mismo punto

Ella sostiene los números del bar gracias a los eventos que realiza (cumpleaños, conciertos, cenas con monólogos, etcétera) y si el plan a medio plazo es limitar el aforo no sabe cómo lo va a hacer, ya que la actividad es rentable cuanto mayor sea el número de participantes. «Antes la gente salía de casa para ir al bar, ahora tienes que sacarla, tienes que ofrecerle algo. La gente tiene poco dinero y cuesta gastarlo. Por eso, nosotros hacemos eventos. Solo del bar no viviríamos», explica Yadira. Ella tiene dos empleadas, también de Toreno, que ahora mismo están en erte y su pretensión era contratar a una tercera persona. Plan que ha quedado desestimado de facto. Habrá que ver cómo funciona todo cuanto pueda volver a abrir las puertas del bar. Ni siquiera sabe si podrá mantener los contratos actuales. Los padres de Gloria Gancedo abrieron el bar Central de Matarrosa del Sil hace 28 años y ahora es ella la que trabaja detrás de la barra. Por suerte, el local es suyo y no tiene que pagar alquiler. Eso ya es un problema menos. Ella sí mantiene el optimismo. «Creo que los bares de pueblo tirarán para arriba, porque la gente está deseando salir y volver al bar», asegura.

Vanessa Alonso, su marido y su hija viven del bar Norte desde hace siete años y no se quieren ni plantear tener que cerrar. DL

En su caso, también reconoce que son los prejubilados y jubilados mineros los que sostienen la actividad de la hostelería de su pueblo y «seguirán estando ahí», dice. Gloria lo ve como «un paréntesis» y se muestra confiada de que «volverá la normalidad» y la crisis no va ser como la que se vivió tras la caída del sector minero. Eso sí, de momento ya no habrá fiestas patronales. San Miguel cae a primeros de mayo y ha habido que suspenderlas. Con ello, el Central pierde un buen pico de ingresos. Las facturas no engañan y, según las de los últimos años, durante los días de fiesta se consumieron hasta 1.200 cervezas. Solo cervezas, porque se bebe mucho más, hasta hacer una caja de 1.500 euros en un día. Pero como dice Gloria, «habrá más fiestas». «La otra vez estuvimos a punto de cerrar, llegamos a poner el bar en traspaso pero al final aguantamos. Ahora vivíamos una situación de cierta estabilidad, sin echar cohetes, pero nos daba para vivir. Además, nos han dado lo de Loterías y es un pasito más», explica. «Soy optimista», insiste, fiando el futuro a sus vecinos que encuentra en su bar su segunda casa.

 

Johana Silva regenta la cafetería La Pista de Matarrosa desde hace 12 años y tiene dos trabajadoras, ahora en Erte . DL

Menos confiada asume el confinamiento Johana Silva. Desde hace doce años lleva la cafetería La Pista de Matarrosa del Sil, lugar de parada para muchas personas que están de paso y también para vecinos de Matarrosa y de pueblos limítrofes que han convertido los desayunos, el café o la copa en La Pista en una rutina. «Lo estamos pasando muy mal», asegura. Ella y sus dos empleadas, también en un expediente de regulación de empleo mientras no pueda abrir el bar. Con la crisis anterior, la de la minería, tuvo que despedir a una persona y perdió mucha clientela. Nunca más volvió a tener partidas de tarde en la cafetería. Poco a poco se fue recuperando, aunque no al nivel de los primeros años y, ahora, mira al futuro expectante, sin saber cómo será pero convencida de que «nos va a costar mucho levantarlo». A ella tampoco le van a cobrar el alquiler durante el tiempo de confinamiento, pero ha perdido mucha mercancía con fecha de caducidad, sobre todo bollería y producto fresco. Algo se lo ha podido llevar a casa, pero otra parte «se ha echado a perder». También se pregunta qué pasará con toda esa bebida que caducará este mes o en mayo. Tiene dudas de si el proveedor la recogerá o si podrá cambiarla por otra. Eso se suma a los gastos.

Yadira Álvarez vive de los eventos que hace en el bar, como conciertos, cumpleaños y cenas con monólogos. Teme que si se limita el aforo, esos eventos puedan dejar de ser rentables. DL

Como en Páramo del Sil, en Toreno, en Fabero y en Matarrosa; en Bembibre la cosa no está mejor. Sara Ramos llevaba un año buscando trabajo y nada, hasta que hace cuatro cogió las riendas de la cafetería La Oficina. Hasta ahora tenía cuatro trabajadores y una quinta para labores de limpieza. A partir de ahora ya ha asumido que «habrá que empezar de cero». A ella no le han aplazado el pago del alquiler del local y asegura que, desde que se decretó el cierre obligado de los bares, entre la renta, el trimestre, los gastos corrientes, la cuota de autónomos, el pago a proveedores y demás obligaciones ya ha superado los 6.000 euros. En todo caso, ella no está dispuesta a tirar la toalla. Hará los ajustes que haya que hacer, pero volverá a empezar si así hay que hacerlo. De momento, tira de ahorros y ya se ha interesado por la solicitud de un crédito ICO. «Tienen muy buenas condiciones. Es verdad que, al final, es endeudarte, pero yo ya he empezado de cero en más de una ocasión y ahora volverá a hacerlo», dice.

Sara Ramos está convencida de que habrá que empezar de cero y ya se ha interesado por la línea de crédito para emprendedores. DL

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