Diario de León

Alguien al volante

«No dejamos a nadie en tierra»

Conductores que echan de menos a viajeras de 92 años que no suben al bus hace dos meses y taxistas que transportan a sospechosos de tener el virus ejemplifican un sector comprometido

Coronavirus, reportaje sobre el transporte urbano de León, autobuses y taxis en el Hospital de León.

Coronavirus, reportaje sobre el transporte urbano de León, autobuses y taxis en el Hospital de León.

León

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Hace más de dos meses que no sube. Es una viajera habitual de la línea 11: el trayecto que comunica dos de los polos en los que la ciudad creció en las últimas décadas del pasado siglo para tomar las hechuras que hoy tiene: Eras de Renueva y el Polígono 10. Pero ella apenas utiliza una pequeña parte del recorrido. Sólo las nueve paradas que van desde el Rollo de Santa Ana hasta la plaza de Santo Domingo. La «señorina de 92 años» se monta, saluda y, al avistar la fachada del BBVA, se baja. Al menos, se bajaba, porque ahora no sube. «No la veo desde que empezó todo esto.

No sé si le habrá pasado algo», recela Miguel Basante, mientras se afana en desinfectar el autobús urbano. Cada media hora o cuando coincide en las cabeceras de trayecto, saca el pulverizador y repasa con la bayeta: las barras laterales, los asientos, los pulsadores para solicitar parada... Un día más de cuarentena también para el transporte urbano, que ha reducido frecuencias y ahora espacios hasta completar un máximo de 28 pasajeros dentro del vehículo para garantizar la distancia social.

A Basante hoy le toca conducir el bus en el que se aúnan los servicios de las líneas 8 y 5: las que van desde Santo Domingo hasta las pedanías de Trobajo del Cerecedo y Oteruelo, respectivamente. Ahora pasa cada dos horas, en lugar de cada una, como se queja Neli Bernal, quien reseña que «la gente busca sitio donde alejarse normalmente» de los demás dentro para no coincidir. «A esta hora somos pocos, pero sobre todo a primera hora se juntan más de 20 personas y hay que tener cuidado», detalla, a media mañana, sentada en el primero de los asientos de la parte trasera del vehículo. «Claro, ha subido el número de pasajeros porque la gente puede trabajar y porque antes a los mayores no nos dejaban ni ir a comprar», apostilla María Jesús Casado, tres metros más adelante, junto a la cristalera del lado izquierdo.

Miguel Basante, conductor de los buses urbanos. JESÚS F. SALVADORES

Cuando hablan de antes se refieren a las primeras semanas de la cuarentena, en las que «había buses que iban vacíos» a diario. Aún sucede en algunos trayectos porque «la gente tiene miedo a subirse». Aunque, «en general, los ciudadanos están muy concienciados», como señala el conductor, a la vez que pasea la vista por el pasaje, uniformado con mascarilla, como obliga la ley, después de darle un par de guantes que le sobraban a una señora que subía sin ellos. «Hay gente que entra y se quita la mascarilla, pero el conductor no puedo hacer nada», tercia Neli para afear la conducta de los que prescinden del elemento obligatorio en el transporte urbano. No suele haber problemas. «La verdad es que da gusto con la gente», resume el conductor. El apunte no pasa por un cumplido, sino que se ajusta a gestos como el que recoge cuando pasa «con la línea 10» por «el barrio de La Inmaculada». «Hay una señora que vive en una casa haciendo esquina que al pasar sale y nos aplaude», relata, antes de cerrar la puerta y continuar viaje sin necesidad de dejar a nadie fuera porque se rebase el aforo máximo.

No se queda tampoco nadie en tierra en el 7 que espera alrededor de las 12.30 horas a la puerta de los hospitales para bajar hasta la estación de autobuses. Dentro hay media docena de personas. En el turno, que suma ocho trayectos completos, el registro alcanza ya los «120 viajeros», cuando entre el 15 y 30 de marzo no llegan siquiera a «la mitad» y «algunos vacíos a la bajada», como detalla Ana Priscila Rodríguez. No es mucho aún, pese a que «no se cobra el billete» por ahora y se nota que «hay viajeros que antes no se subían». En otras líneas, como la 1 y la 6, que unen el complejo hospitalario con Armunia y Puente Castro, respectivamente, sí que hay ya problemas por la obligación de que el pasaje no supere las 28 plazas marcadas. «En esta semana solo he tenido que decirle a una persona que no podía montar, pero por no llevar mascarilla y se bajo sin problemas. Todos los demás están concienciados», concede la conductora, quien no reconoce que tenga miedo «pero sí precaución». «Arranco, que es la hora», se disculpa desde detrás de la lámina plástica que resguarda su espacio en la cabina.

Al otro lado del pilar que da sombra a la parada de los autobuses esperan los taxistas. Justo delante de la puerta del hospital, por donde no dejan de hormiguear pacientes con más frecuencia ya que en las pasadas semanas, hace tiempo Miguel Matilla. «Aquí estamos, sobreviviendo, que no es poco», saluda. Pocos son ahora ellos. En León, los servicios mínimos dejan «alrededor de 45 taxis diarios como máximo, cuando antes eran hasta 140», al margen de San Andrés y Villaquilambre, con 25 y 4, respectivamente, que se administran aparte. Los días pares «trabajan las licencias pares y los impares, las impares», a la vez que «se respetan los descansos ordinarios». En todo caso, suficientes, si se observa que, «por los cálculos del Radiotaxi, hay un 80% menos de llamadas». «Además, hay que añadir que en la calle ya casi no se recogen servicios porque la gente tiene miedo», detalla el presidente del colectivo.

No augura mejor horizonte, aunque se pase de fase en las próximas semanas. La gente «no coge un taxi para ir a un bar, ni tampoco mucho para ir de compras». «Nuestro problema es que están cerrados los organismos oficiales: los juzgados, la Junta, Hacienda, el Ayuntamiento, las notarías… Hasta que no sea presencial nosotros lo notaremos», detalla. Mientras tanto, los profesionales han optado por «instalar mamparas sanitarias», que cuestan «entre 50 y 150 euros». A quienes quieren montar y no tienen mascarilla les dan una y, cuando salen, desinfectan el espacio. Para complementar las medidas, una vez al día, desde las tres y media hasta las seis y media de la tarde, pueden ir «al parque de bomberos a meter el coche en la máquina de ozono». Por ahora, el resultado es que no tienen «conocimiento de que haya ningún contagio entre los compañeros», traslada Matilla.

La ausencia de positivos se da a pesar de la exposición de los primeros días y el riesgo que han tenido en muchas carreras. «Hemos subido y bajado casos sospechosos. No porque te diga que es sospechoso le dejas en la estacada en la estacada», recalca Matilla. A su lado, Ildefenso Alonso respalda el relato: «Hay gente que cuando monta te dice: tenga cuidado porque posiblemente lo tenga».

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