Diario de León

Cuarentena con Dios como referente

Oración y fe en clausura para mitigar el sufrimiento

Cerca de 200 monjas y religiosos pasan el confinamiento a causa del Covid-19 «rezando por los enfermos» o haciendo mascarillas y cerrando sus muros a las visitas para evitar el contagio entre una población eminentemente mayor

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El confinamiento entre los muros de los conventos y monasterios no es nada extraño para las cerca de 200 religiosas y religiosos que habitan en la veintena de edificios dispersados a lo largo de las diócesis de León y Astorga. Lo han hecho desde hace mucho tiempo por decisión propia, aunque desde hace un mes su aislamiento adquiere otra dimensión. Su contacto con el mundo exterior es incluso más estricto.

La pandemia del coronavirus también ha amenazado su vida cotidiana e incluso en algunos casos también se ha adentrado en sus muros como en el caso de las Clarisas Franciscanas de León. Buena parte de la comunidad conformada por 14 monjas se ha visto contagiada por el Covid-19 llevando a dos de ellas a ser ingresada y al menos a media docena e ellas a permanecer recluidas en sus habitaciones en cuarentena. Como desgracia mayor otra hermana fallecía aunque en este caso de otra dolencia. «Silencio y fe». Con esa premisa afrontan todas ellas estos días tan dolorosos con el consuelo también de otras religiosas de diferentes conventos que día a día telefonean para conocer el estado de estas hermanas clarisa a las que también dedican sus rezos.

Sin duda alguna ha sido este convento situado en la ciudad de León el más afectado por la nueva pandemia. «Rezamos por nosotras pero también por todo el mundo», remarcan desde otro de los centros monacales de la provincia.

En el de Sancti Spiritus de Astorga, las cinco franciscanas de la Tercera Orden también han cerrado sus puertas a cal y canto. No son muchas pero dos de ellas, de 80 y 82 años, se encuentran en esa edad de riesgo que puede hacer peligrar sus vidas si el coronavirus logra superar todas las precauciones. «Por ahora estamos muy bien atendidas. Hace unas fechas antes del confinamiento decretado por el Gobierno el Banco de Alimentos nos trajo comida y con lo que tenemos nos basta. Sólo pedimos salud y sosiego por todos», precisa. El capellán es la única persona a la que ven. Y siempre desde la distancia, en estos días tan significativos para la religión cristiana.

El convento leonés es el más afectado con dos hermanas hospitalizadas y varias más en cuarentena

En la capital maragata, en este caso en su extrarradio, también se encuentra otra congregación religiosa confinada en este periodo de cuarentena. También perteneciente a una orden de vida contemplativa o clausura, las clarisas. Su superiora sor María Inés Lobato, está al frente de nueve religiosas a las que la pandemia no ha tocado directamente aunque viven con preocupación lo que sucede en una ciudad con varios cientos de personas afectadas. Y también varios muertos. «Pedimos a Dios que no nos entre. No tenemos miedo a la enfermedad ni a la muerte porque es algo que va a llegar a todos los hombres y mujeres antes de la resurrección al lado del Señor. La pena es que alguien se marche y no poder acompañarle en sus últimos momentos», precisa esta religiosa que junto a sus compañeras también está aportado su grano de arena para la lucha contra el Covid-19. Nada menos que fabricando cientos de mascarillas. «Nos han traído tela de la Aiptesa que esta empresa ha donado y como tenemos conocimientos de tejer nos hemos puesto manos a la obra para poder ayudar a los demás», precisa sor María Inés que precisamente y junto al resto de hermanas dejaban la fabricación de estas mascarillas para ellas mismas en último lugar. Una demostración de su faceta humanitaria.

«Si nos piden más mascarillas estamos dispuestas a emplear todas las horas de cada día para hacerlas», remarca. Sobre su contacto con el mundo exterior este se centra en el sacerdote que acude a oficiar la misa diaria, en estos momentos no en todas las jornadas. Y también con la pertinente distancia y medidas de seguridad. «No tenemos más contacto salvo que nos traigan comida o cuando los policías vinieron a recoger las mascarilla pero siempre con las medidas necesarias».

En el Monasterio de la Encarnación las ocho monjas de la congregación de las Agustinas Recoletas también piden porque este dolor social cese cuanto antes y con el menor daño posible. «Por suerte por ahora nos encontramos bien. Nuestro contacto con el exterior es ahora nulo. Rezamos a Dios para que nos ayude a todos», apunta una de las religiosas para que la su tiempo centrado en la fe también tiene espacio para la música y los quehaceres diarios que no han cesado de realizar, «aunque ahora con el dolor que supone esta situación». Y también, claro está, tomando medidas de protección para evitar que el coronavirus traspase sus muros.

Las monjas Jerónimas del Monasterio de Nuestra Señora de Belén en la localidad de Toral de los Guzmanes también viven con preocupación esta situación. A pesar de ser de clausura son conscientes que a cualquiera le puede pasar y que la vida ha adquirido en estos momentos otra dimensión. Sor Beatriz, la priora del monasterio que en sus muros acoge a ocho religiosas, tres de ellas de una edad ya avanzada, precisa que desde hace semanas sólo el párroco que vive al lado es la única persona que traspasa los muros que separan el convento del exterior. «Es el encargado de oficiar la misa y se lo agradecemos en el alma», asevera la priora que añade que su mayor dolor viene por los enfermos y las personas que están muriendo por esta pandemia. «Por lo demás estamos bien. Sanas con los achaques que pueda tener cualquier persona pero sin que la enfermedad del coronavirus no afecte. Nuestra vida no ha cambiado mucho aunque sí estamos rezando y también sufriendo por los que sufren», precisa.

Las Benedictinas del Monasterio de la Santa Cruz en Sahagún también se encuentran a salvo de esta enfermedad. Con diez religiosas de los 23 hasta los 91 años (tres de ellas cuentan con una edad avanzada), su priora María Anunciación Ríos Herrero ha visto como junto al resto de religiosas la actividad diaria se ha visto en cierta medida afectada. «Al sufrimiento que nos invade por nuestros hermanos y hermanas también nos ha tocado a nivel económico. Antes vendíamos dulces que hacíamos y ahora eso todo se ha prado. Era una pequeña ayuda que ahora no tenemos. Pero lo más importante es que pese a todo gozamos de una salud aceptable. Y también comprobamos con alegría que familiares y amigos están sanos. La lástima es de otras personas a las que la enfermedad le ha llegado».

Sor María Anunciación no se quiere olvidar de sus hermanas clarisas de León. «Rezamos cada día por ellas para que su dolor se vea mitigado». La priora de las Benedictinas de Sahagún apunta también que por suerte, su día a día no ha variado mucho. El hecho de ser monjas de clausura también las ha ayudado a superar este confinamiento con una mejor predisposición.

Uno de los conventos dentro de las diócesis de León y Astorga con mayor número de religiosas es el de las cistercienses de Santa María de Carrizo. En la actualidad cuenta con 17 monjas a las que tampoco ha podido amedrentar el Covid-19. Sor Stella, responsable de esta comunidad, da gracias a Dios por poder seguir orando y compartiendo los días todas juntas sin una enfermedad que no sabe de fronteras y muros. «El hecho de ser monjas de clausura hace ya que el contacto con el exterior no sea excesivo. Pero ahora estamos tomando medidas para que no enfermemos. Por suerte tenemos gente muy buena que nos ayuda rayéndonos de la farmacia las medicinas. El resto lo hacemos por teléfono», precisa. «Tenemos un Lignum Crucis al que pedimos por los demás. Y también por nosotras. Aquí contamos con una familia de 17 religiosas, algunas que pasan de 80 años y una de cien. Hay que velar por todas». Y por aquellas que gozan de una salud m´s frágil como apunta Sor Stella. «Tenemos dos hermanas dependientes a las que venía a atender una chica. Con esta situación le hemos ducho que hasta que pase que nosotras nos haremos cargo de lo que haga falta», precisa esta religiosa convencida de que el dolor actual pasará.

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