Diario de León

A ritmo del pueblo

Plantando tomates en Balboa con 95 años en fase 0

Manuel Santín dice en su huerto del Bierzo que vivió las desgracias de la guerra, pero ahora en pandemia dice que no se ve al enemigo 

Ponferrada

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La pandemia del coronavirus se vive en los pueblos a otro ritmo, con otra filosofía. Huele a limpio, a flor de azahar. El viento se ha detenido y las nubes amenazan lluvia en el Bierzo. En Balboa, Manuel Santín —a sus 95 años— pisa por primera vez la calle. Ha pasado meses confinado en casa sin quejarse. Sale para visitar su huerto, situado en un cercado junto a la iglesia, y plantar en esa tierra fértil de color negruzco los tomates que luego comerá en verano.

Nadie diría que Manuel Santín, en febrero —unas semanas antes del tsunami del Covid-19— cumpliera los 95 años. Su hijo, que le ayuda con las plantas de tomate, lo corrobora. Este nonagenario presenta un estado físico muy bueno. Habla con esa mezcla de serenidad, poso de sabiduría y clarividencia que da la vida y sus miles de vivencias.

«Yo no tengo miedo al coronavirus este, ni a nada. Tengo muchos años. Todos sabemos que nos tenemos que ir y, si viene, hay que aceptarlo. No hay más remedio», espeta Manuel al periodista desde el otro lado de la pared del huerto, cultivado en pleno corazón del turístico pueblo de Balboa.

Manuel Santín recuerda que ya vivió tiempos peores. Tenía 11 años cuando estalló la Guerra Civil en España y su juventud y madurez atravesó los también duros años de postguerra. Como muchos, trabajó para levantar el país. «En la Guerra era peor que esto, porque había muertos de una manera muy violenta. Pero sabía lo que pasaba y había algo para defenderse o buscarse la vida. Hoy, con esto del coronavirus, no ves al enemigo. No lo conoces. No sabes de dónde viene», rememora y explica. Santín ofrece igualmente su visión de lo que sucede. «De aquella, en los pueblos se pasaba mal con la guerra. Hoy, con el coronavirus, también. Pero es de otra manera, ya que en los pueblos hay otro paisaje diferente al que se ve encerrado en un piso de ciudad», zanja.

Los días más duros de la pandemia los pasó Santín encerrado en casa, sin salir. «Lo pasé en el sofá y este es el primer día que salgo», dice satisfecho y con una sonrisa de amabilidad en la cara.

Cuenta que come bien, que en los pueblos se vive bien, que tienen comida suficiente y que, como previsor de los que residen en estas zona en donde puede nevar en invierno, los arcones o congeladores están llenos de alimentos.

Manuel Santín no deja de explicarle cosas al periodista, pero tampoco le quita el ojo de encima a su hijo, que sigue con la tarea de acabar de plantar los tomates, porque están a punto de caer chuzos de punta.

Comenta Manuel con cierta socarronería al preguntarle por su hijo —ahora agricultor retornado de la ciudad antes de la pandemia—, que su hijo «es un agricultor de Madrid». «¡Yo soy mejor agricultor que él!», exclama con ironía y ojos vivarachos, mirando a su descendiente para que no se tuerza con los surcos del huerto.

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