Diario de León

Pagos pendientes

Sin domiciliar

Sin obras de construcción ni apenas oficinas abiertas en León, los repartidores agilizan sus entregas, que se han incrementado en el caso de los particulares gracias al comercio ‘online’ que favorece sobre todo a las grandes cadenas

José Delgado e Iván Sabio, ayer, en el reparto de butano en Gran Vía de San Marcos.

José Delgado e Iván Sabio, ayer, en el reparto de butano en Gran Vía de San Marcos.

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Aunque haga una pausa, no para. «Perdona, pero es que estoy pilladísimo», se excusa. Luis Díez abre la puerta trasera de la furgoneta y ya contesta desde el otro lado de la calzada, donde toca a la cristalera de una óptica que está medio cerrada. El dispositivo automático descorre la lámina de cristal y, sin dar un paso dentro, desliza el paquete hacia el interior. Otro más que anota. Quedan muchos. «Estamos casi al nivel de antes, los hay de todos los tipos», concede antes de continuar con el reparto de Correos Express por la avenida Ordoño II, frente al Banco de España, donde el termómetro marca sólo cuatro grados cuando aún no son las diez de la mañana.

No hay más actividad en la avenida, abandonada por los comerciantes y la mayoría de despachos, pero pespunteada por los transeúntes que cruzan desde la estación de bus y los jardines de Papalaguinda hacia el centro de la ciudad. Al fondo, en el emboque con Santo Domingo, la vista se da con la cola que describe la entrada a la Caja. Se ha pasado la fiebre de las actualizaciones de la libreta de los primeros días, incluso el agobio para cobrar la pensión de la segunda semana. Ahora, la espera atiende a la necesidad de cumplir con «el alquiler del piso». «Yo tengo que pagar y el dueño tiene que cobrar. Todo el mundo tiene su derecho», se resigna José Herrero. Por delante de él, «con distancia de seguridad», Lourdes Sánchez añade que viene a «pagar el recibo de la casa y el de la luz». «Si no se pagan te vas a la calle. Les da igual que haya coronavirus o no», recalca, antes de que se sume a la tertulia Elena Rubio, que viene a abonar «el recibo de la comunidad» de su padre y algún otro que «no están domiciliados». «Para las personas mayores esto está muy mal porque no pueden salir», se queja.

Apenas se anotan coches particulares. La falta de competencia por el espacio en las vías da agilidad a los vehículos de reparto. José Delgado e Iván Sabio vienen hacia el camión con una bombona cada uno cargada en el costado. Sus ventas «han bajado más o menos a la mitad, sobre todo por el cierre de los bares», a los que les venden «mucho para las setas que se ponen en la terraza y que consumen bastante». Aunque les quedan los domicilios, donde notan que la gente «tiene miedo». «Ahora, nos dejan el dinero metido en una bolsa encima de la bombona vacía. Ya no nos dicen que se la metamos para dentro», bromean con el tintineo metálico de los envases como coro de acompañamiento para anunciar que reanudan su labor.

Ya ha acabado Julio Martínez. Desde que empezó la cuarentena tiene que «madrugar más». Se levanta «a las cuatro de la madrugada». «Así, evitamos aglomeraciones y agilizamos el reparto para que no se concentre con otros», explica para justificar su cambio en el modo de servicio como mayorista de «Pescados Herju», en Mercaleón. La cuarentena hace que venda «muchísimo menos porque el cliente no sale y no consume». A menor demanda, resuelve, «también ha bajado el precio en torno a un 20%». «Una merluza que en esta época podría estar en seis euros la estamos vendiendo en dos euros», pone como ejemplo el vendedor, quien abunda en que «lo lógico es que las pescaderías apliquen el mismo margen, pero hay libertad y cada uno hace lo que cree que debe hacer».

La merma también la nota José Mateos. Es repartidor de Fadis, que abastece «a carnicerías y fruterías de toda la provincia, principalmente», y desde la cuarentena han pasado a «trabajar sólo por la mañana». «En dos semanas no se acaba esto ni de coña, espera como mínimo un mes más», augura el distribuidor, quien reseña que hay sitios en los que se ha impuesto mediante bando de Alcaldía que las compras sean «de cerca de 30 euros para reducir las salidas».

Cuadra más o menos con el ticket de la compra que lleva Lucio Suárez. Se abastece «para cuatro días» y subraya que «la última vez» que salió, «el viernes, había cola y ahora ya no». «Hasta el sábado no vuelvo», compromete, con «seis barras de pan» en la bolsa para «poder congelar», tras haberse «cruzado con apenas dos personas» en su camino desde la zona de El Corte Inglés hasta los edificios del entorno del parque del Chantre.

No antes de mayo, vaticina Roberto, se habrá levantado la cuarentena. Sale del dentista, en una mutua de San Claudio, y luego entrará de turno como policía nacional. En las patrullas de estas semanas reconoce que «la gente responde bien, aunque siempre hay un roto para un descosido», y lamenta que, «en contra de lo que pueda parecer», sean «las personas mayores los que a veces responden peor». «Nos queda al menos un mes. Está bajando la temperatura, pero se palpa la calentura», rima, a la vez que se sube la cremallera de la cazadora.

El frío lo envuelve la corriente que se cuela por el Burgo. Dentro del quiosco Domi, que se ha quedado solo en la zona, Silvia Navia espera mejor caja para el miércoles, cuando «salen las revistas del corazón». «Al principio», apunta, «la gente estaba más tranquila, pero ahora ya echan el dinero en vez de darlo a la mano». Pero la crisis también ha trazado círculos sociales de ayuda. Ella, que vive en Pinilla, da un rodeo al salir para llevar el periódico a «cinco personas mayores que no pueden salir». A cambio, sin que hubiera contrapartida impuesta, «un chico joven» con el que contactó «por Facebook» y al que «no conocía de nada» le acaba de traer «unas máscaras» hechas con impresora 3D porque se les habían «terminado las desechables y no había dónde comprarlas». «He querido pagárselas pero me ha dicho que no. Todo tiene que ser así, una cadena», plantea, parapetada detrás de la cristalera.

Aún queda mañana, antes de que la tarde llueva sobre la ciudad, cuando Toño Pérez apura un café para llevar en vaso de cartón. Tiene «muchísima prisa», avisa, con la furgoneta de MRW aparcada enfrente. Los repartos a las empresas «han bajado», pero se salvan gracias a «las farmacias y los supermercados». En cambio, la cuenta de los particulares crece. «Hay muchísimos pedidos», recalca el repartidor, que acumula en el listado «paquetes de todo tipo, lo mismo pequeños que un muerto con frigoríficos y lavadoras de El Corte Inglés o Mediamarkt, por ejemplo». «La gente paga con la tarjeta on line y se lo llevamos», aclara para mostrar la domiciliación que triunfa en este confinamiento.

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