
Valdelugueros, del latín Luporios, Valle de Lobos. Este valle, como la mayoría de los de la montaña leonesa, son y han sido refugios históricos del lobo (Canis lupus). Eran valles aislados, remotos y de geografía abrupta, que permitieron convivir a seres humanos y lobos ininterrumpidamente, tejiendo una mitología lobera ya perdida fuera del noroeste ibérico. Los humanos ocupaban los fondos de valle, más fértiles y de clima más benévolo. Los lobos, se refugiaban en las partes altas, donde los humanos sólo subían esporádicamente. En el siglo XIX el lobo se extendía hasta Cádiz, pero la estricnina, la escopeta y la mala leche de los años 50 del siglo pasado, relegaron al lobo a Galicia, Asturias, Cantabria, Palencia, León y Zamora.
En las dos últimas décadas el lobo ha comenzado a recuperar parte de aquel enorme territorio perdido. Pero la realidad es que no le hemos permitido recolonizar más allá del cuadrante noroccidental de la península, aún faltan tres. Algunos gritan que hay hoy más lobos que nunca. Parece que es corta nuestra memoria biológica, ya que en toda la historia de la humanidad sólo durante la segunda mitad del siglo XX hubo menos lobos que ahora. Y también se nos olvida o quizás desconocemos que los lobos nunca pueden ser «plaga, su carácter de predador apical o gran predador siempre le mantiene en bajas densidades, es decir grandes territorios para mantener a pocos lobos.
Los programas serios de conservación de la naturaleza priorizan la recuperación del lobo como pieza fundamental para la restauración funcional de los ecosistemas. El lobo no es una especie más, ni para nosotros, ni para el monte que habita. Si hay lobos, los venaos, corzos, rebecos y jabalíes, viven más alerta. Se desplazan más, vigilan más y se cuidan más. Gracias al lobo, sus presas son más salvajes. Sin lobos, sus presas se hamburguesan, no cambian de zonas, pastan en exceso las zonas más querenciosas y llegan a impedir la regeneración de la vegetación arbórea. También, gracias al lobo, que selecciona generalmente presas muy viejas, muy jóvenes, débiles o enfermas, se reduce la prevalencia de algunas enfermedades de los ungulados salvajes, como la brucelosis, que además, afecta al ganado doméstico con el que comparte monte. El lobo es la salvajina que tensa el monte y coloca a cada uno en su lugar. Andalucía, Extremadura o Cataluña han perdido sus lobos. Allí, los ungulados viven tranquilos, sin sobresalto alguno más allá de los disparos de cazadores e incordios de zorros y águilas reales. Hoy, andaluces, extremeños y catalanes no tienen ecosistemas funcionales, sus montes «están cojos». Nosotros aún no, pero casi nadie lo valora. Aquí, muchos sueñan con ver al lobo muerto. Cuatro salvajes sueñan con verlo vivo. Los lobos son territoriales y viven en manadas familiares que se organizan en estratos sociales. De este modo pueden cazar presas imposibles en solitario. La vida en manada aumenta las posibilidades de supervivencia de sus cachorros. Pero este estilo de vida comunitaria también aumenta el riesgo de que surjan luchas entre los integrantes de la manada, y por supuesto, entre manadas distintas. Se comunican mediante expresiones visuales que pueden significar agresión, sumisión, dominancia o alerta. Mediante estos rituales se minimiza la agresividad para poder convivir. ¿Alguien ve reflejado en el lobo nuestro estilo de vida?
Es el antecesor de nuestros perros. Cuando éramos cazadores recolectores, que fue quizás cuando más ecologistas fuimos, lo domesticamos para que nos ayudara en la caza. Hay quien incluso teoriza: gracias a la domesticación del lobo, el cerebro humano pudo desarrollarse tanto, la evolución humana pudo invertir más en inteligencia sin tener que preocuparse tanto por el olfato cazador. Hoy se lo agradecemos con muy malos modales. Europa, que perdió sus lobos ya hace décadas, nos reprende para que no tropecemos en la piedra con la que ellos tropezaron. Aquí es tradición tropezar dos veces con la misma piedra. Si este cuento le ha gustado, le gustará el documental Valle de Lobos. Quedan invitados el lunes, en el Aula Magna de CC. Biológicas y Ambientales.