
Al atardecer cantó el urogallo en los hayedos cercanos». Así comienza una de las novelas más famosas de uno de los escritores de la tierrina. Es Luna de Lobos y es Julio Llamazares. De la misma manera y no por casualidad, empieza con el mismo animal esta sección de fauna. No hablamos de un bicho cualquiera, en los últimos años su aparición en prensa nos resulta común y cotidiana, todo el mundo lo conoce. Hace unas décadas, también era un ser mítico en cada uno de los montes en los que se podía encontrar por su belleza, su misticidad, su símbolo. Ahora, lo es por su extinción y por las medidas, en general poco acertadas que se destinan a su conservación. Pero empecemos por el principio ¿De quién hablamos? El urogallo cantábrico (Tetrao urogallus cantabricus) es un ave herbívora que elije los bosques de nuestras montañas muy cerca de dónde el crecimiento de los árboles es ya difícil. En general, bosques remotos dónde se encuentran los últimos reductos cantábricos de lo salvaje. Herbívoro, decíamos, se alimenta de las hojas de los árboles y plantas de estos bosques, también de algunos de sus frutos; los arándanos como a nosotros, les encantan. Esto no es banal, ya que recordemos, que los bosques autóctonos en estas latitudes son de hayas y robles albares, de melojos y abedules, y todos ellos, pierden las hojas con la llegada del invierno. Es entonces cuando el urogallo cantábrico se adapta al reto de sobrevivir y lo hace en base a aquellas pocas plantas que mantienen las hojas y aquéllas que sobresalen de la nieve en taludes y l.leras: acebos, helechos, la planta del arándano, de nuevo. Todos conocemos a los machos en celo, grandes, negros, azules y verdes iridiscentes, con algunas coberteras blancas, la ceja roja, pico en alto, cola abierta mostrando toda su extensión, saltando y cantando tac-tac-tac…. La hembra, la pita nos es un poco más ajena, mucho más pequeña, gris y marrón barreada, con ceja roja apenas perceptible, diseñada para pasar desapercibida en el mundo de luces y sombras que conforman los bosques y el matorral que cubre los pies de los árboles. Ambos, se hacen visibles y comparten espacio los apenas 3 meses del celo, en los cantaderos, allí dónde los machos se pavonean en un intento de mostrar su calidad genética. Las hembras deciden, eligen y tras una breve cópula cada uno vuelve a la soledad y a buscar el cobijo de los bosques donde las hembras sacarán adelante sus nidos. No lo tienen fácil los urogallos cantábricos, los que un día ocuparon desde los Ancares de Lugo hasta Liébana y la montaña palentina sin solución de continuidad, han quedado acantonados en L.laciana, Altu Sil, Oumaña y sus equivalentes transastures en el norte, Cangas del Narcea y Degaña. Las causas: endogamia consecuencia de la caza que sufrió en el siglo pasado, molestias humanas, pistas forestales, aerogeneradores, competencia con ungulados domésticos y salvajes, el cambio global, y un etcétera aún sin descifrar. En resumen: un caso complicado si no es la ciencia la base de cualquier actuación. Resultado: la actual incapacidad de la administración para recuperar el gran gallo de los bosques cantábricos. Mientras, nos quedaremos con este fragmento de la poesía de Eva González, tan bien musicalizada por Brandal que canta al gal.lo, feisán, urogal.lo:
«Sos el ave más guapina
que vive nas nuesas sierras
¡cómu cantas a la pita
Con celu na primavera!»