
El pulgón Paracletus cimiformis está ampliamente distribuido en la región paleártica y hasta la fecha es el único pulgón conocido en el que un mimetismo agresivo coexiste con el típico comportamiento mutualista que se da entre pulgones y hormigas. Ha costado unos cuantos años descubrirlo (y demostrarlo) tras infinitas horas de meticulosa observación y numerosos estudios morfológicos y moleculares.
La historia comienza en invierno, cuando las hormigas obreras Tetramorium caespitum trabajan sin descanso en la oscuridad del hormiguero atareadas en el cuidado de la colonia. Ajenas a cualquier contratiempo, no se dan cuenta de que un cuerpo extraño se mueve en la cámara larvaria como ‘Pedro por su casa’, chupando la hemolinfa de algunas de sus larvas y causando su muerte. Esta es la estrategia que exhibe una de las especies de pulgones más raras de nuestro bestiario afidológico leonés, para sobrevivir cuando las bajas temperaturas del invierno y los calores del verano hacen inviable vivir bajo las piedras chupando de las raíces de las plantas. Nuestro protagonista es uno de los dos morfas radicícolas y de las nueve formas morfológicas diferentes que presenta Paracletus cimiciformis, una especie que fue descrita por el entomólogo alemán Carl von Heyden (1793- 1866) en tierras alemanas. Von Heyden puso al pulgón su nombre específico (cimiciformis) porque su forma aplanada le recordaba a una chinche de las camas (Cimex lectularius). Paracletus cimiformis tiene el ciclo biológico más complejo de los que presentan las alrededor de 4.200 especies de pulgones conocidas en todo el mundo y lo hace gracias a haber podido desarrollar un mimetismo agresivo hacia las confiadas hormigas de varias especies del género Tetramorium, que lo atienden.
Su vida comienza en la primavera con la eclosión de un huevo sobre cualquier cornicabra (Pistacia terebinthus). Allí la ninfa que sale del mismo (llamada fundadora, porque funda la colonia) buscará rauda y veloz una hoja tierna en la que fabricarse su propia casa, haciendo que la hoja desarrolle un pliegue lateral para cubrirla y así quedar protegida ella y sus descendientes de los depredadores. A los quince días habrá llegado a adulta y la casa (con forma de pseudoagalla) estará lista para albergar a toda su progenie: varias hembras vivíparas ápteras que parirán a su vez otra generación de hembras vivíparas, pero que ya serán aladas y serán las encargadas de salir de las pseudoagallas cuando llegue septiembre.
Las aladas han de localizar una gramínea que les guste para dar a luz a otras hembras vivíparas, que morfológicamente nada tendrán que ver con las que vivían cómodamente en las pseudoagallas de la cornicabra. Éstas tienen que sobrevivir en la hierba desarrollando una buena colonia en sus raíces y esperar a que las localice alguna obrera de Tetramorium y las pastoree en el clásico mutualismo hormiga-pulgón, como a cualquier otro pulgón. Nuestra hermosa pulgona verde (y casi esférica) lleva en su interior numerosos embriones también verdes, que irá pariendo progresivamente y todos vivirán en las raíces bien atendidos, a cambio de que de vez en cuando les defequen un poquito de azúcar (melaza) cuando sean ordeñadas por las hormigas obreras Tetramorium.
Pero cuando el invierno leonés se impone, y las plantas bajan su actividad, poco pueden chupar nuestras pulgonas de una simple hierba. Así que han de pensar en bajar la tasa de actividad y llegar a un punto de hibernación esperando la llegada de la primavera o desarrollar otra forma radicícola completamente diferente a la verde rechoncha. Por eso algunas formas verdes tienen la capacidad de parir otra forma de color amarillento (similar al de las larvas de las hormigas), aplanada (para moverse con facilidad bajo tierra) y que huele como las hormigas (para mimetizarse con las hormigas y no ser aniquilada) que la cuidan. Y es así como ya puede entrar dentro del hormiguero nuestro Paracletus y para pasar de una dieta fitófaga a una dieta carnívora. Sustituyendo la savia de las plantas por la sangre de las hormigas y consiguiendo así sobrevivir a los rigores ambientales gracias a un comportamiento similar al del Dr. Jekyll y Mr. Hyde