Diario de León

Patrimonio de lo cotidiano

Aceite a granel, jabón de sebo y una guillotina para el bacalao

Cada uno de los objetos del Economato de Marrón de Lillo del Bierzo cuenta una historia, reconvertido en patrimonio de lo cotidiano y enciclopedia de lo que fue la vida en la cuenca

Ponferrada

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¿Qué valor tiene un objeto? El que la sociedad quiera darle. Es ese mérito subjetivo lo que puede convertir en patrimonio una simple botella de gaseosa de cierre con canica, una balanza romana de cobre, un antiguo surtidor de aceite para el consumo doméstico y hasta una pastilla de jabón. Eso es, precisamente, lo que Fabero está haciendo en el que fuera economato de la empresa Antracitas de Marrón de Lillo del Bierzo, cerrado a finales de los años 60 del siglo pasado y reabierto a principios de este mismo año con fines turísticos. Está creando patrimonio. El economato es ahora un museo costumbrista que se ha ido llenando de historias. Las que cuentan los objetos. La última tiene forma de guillotina para el bacalao.

Propiedad de la familia García Martínez, este antiguo establecimiento comercial había quedado hueco hasta que se firmó su cesión al Ayuntamiento faberense. Sin el latido de los años dorados de la minería, las viejas estanterías de madera acumulaban telarañas. Ahora, tras meses de trabajo y abierto ya a las visitas, donde hubo polvo hay históricas cajas de galletas y latas de Cola Cao, cajetillas de ‘Supremos’ y cigarrillos Sombra, detergente Elena, rollos de 400 hojas de papel higiénico El Elefante, linternas de petaca, botas de goma y madreñas, lavaderos de madera, fuelles para avivar el fuego y hasta un tambor para asar castañas, licores, conservas y un extenso número de productos que convierten el Economato de Marrón en una puerta del tiempo que invita a volver al pasado.

Cuando el bacalao se compraba en salazón, se cortaba a guillotina. Era plato típico en las mesas de la cuenca. Y ahí está la guillotina sobre el mostrador del antiguo comercio gracias a que Valentín Alfonso Canedo, que fue vigilante en Antracitas de Fabero, la recuperó no hace mucho del punto limpio a donde alguien la había relegado por considerarla carente de valor. He ahí la subjetividad del patrimonio de los objetos.

Hay también un surtidor de aceite que, a golpe de manivela, recogía el producto de un depósito ubicado en la trastienda y, girándola en dirección contraria, lo servía en una jarra de litro que después se llevaba a casa. Sí, el aceite se compraba a granel, como los kilos de patatas que se pesaban en viejas básculas de madera de las que también se conservan ejemplos. Una antigua radio, una máquina de escribir ahora muda, una rústica carretilla que hacía menos pesado el camino para llevar el garrafón con el aceite hasta el depósito, las cartillas de racionamiento impuestas en la posguerra, libros de registro contable. En definitiva, un sinfín de objetos que los vecinos han ido donando para seguir haciendo de Fabero un referente en la recuperación del patrimonio industrial, histórico y etnográfico que dejaron tantos años de carbón.

 

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