Diario de León

Los despoblados del carbón (1- Antracitas de la Granja)

«La ejemplar lección de Antracitas de la Granja»

‘Alfredo, el Pobre de La Granja’, era el apodo del fundador del poblado minero de Albares Su nieto revela ahora que alimentaba a la guerrilla Murió el mismo día en que Proa elaboraba un reportaje sobre el pueblo

‘Proa’ del 17 de julio de 1955 con fotos de Alfredo Alonso, las casas de los maestros y la escuela. DL

‘Proa’ del 17 de julio de 1955 con fotos de Alfredo Alonso, las casas de los maestros y la escuela. DL

Ponferrada

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A mediados del mes de julio del año 1955, y con vistas a publicar un reportaje justo antes de la fiesta que cada 18 de julio conmemoraba el golpe de Estado de 1936 —el día del Alzamiento en la terminología del régimen de Franco— el redactor del diario Proa Lorenzo Serrano viajó hasta el poblado de Albares y su mina de carbón, en Torre del Bierzo, para contarle a los lectores de aquel periódico católico y adscrito a la prensa del Movimiento «la ejemplar lección de Antracitas de la Granja».

Así tituló el texto que, con fotografías de Bayón, apareció el domingo 17 de julio. Y junto a las imágenes del grupo escolar, un inmueble de grandes ventanales y tejados de pizarra con dos alas laterales; junto las dos casas de los maestros dotadas de calefacción —edificios que ya no existen porque los devoró un incendio y sus restos se encuentran hoy debajo de una escombrera de carbón—; y junto a la fotografía del interior del bar del poblado, con sus inconfundibles azulejos ajedrezados, el reportaje de Proa incluía un retrato de Alfredo Alonso Tascón vestido de falangista; el hombre de origen humilde, nacido en Matallana de Torío, que después de trabajar como minero en Santa Lucía de Gordón y en Asturias le había comprado la concesión de Antracitas de la Granja al conde de Sagasta en 1919. El emprendedor que junto a su socio minoritario Vicente Alonso —el abuelo del que sería el mayor empresario minero de España, Victorino Alonso— había puesto en marcha una explotación que con el tiempo tendría su propio apeadero ferroviario en la línea Palencia-La Coruña para cargar su carbón sin tener que trasladar el mineral a La Granja de San Vicente en caravanas de mulos por los caminos de montaña del Bierzo Alto.

Una acacia caída sobre uno de los bloques de viviendas del poblado en ruinas. L. DE LA MATA

Ni Alfredo Alonso Tascón ni su familia, que explotó Antracitas de la Granja hasta su venta precisamente a Victorino Alonso en 2004, le hicieron declaraciones al periodista de Proa , que venía con la consigna de escribir uno de aquellos artículos de lenguaje alambicado, llenos de loas al régimen, pero también de sinceros elogios a quienes habían levantado un poblado en medio de la montaña, con agua corriente y electricidad, cuarto de baño con váter y ducha, comedor, despensa y tres habitaciones. «Casas alegres y coquetonas», decía Serrano, donde el trabajador «pudiese estar alojado con decoro».

Pero el redactor de Proa se volvió sin poder hablar con «los bienhechores» del poblado habitado por mineros de Andalucía y Extremadura y sus familias porque en el Bierzo faltaba mano de obra para extraer todo el carbón que afloraba en las vetas de antracita, contaba ayer Alfredo Alonso nieto después de leer el reportaje que el pasado martes describía en Diario de León las ruinas del poblado de Albares a partir de los recuerdos y las fotografías de la hija del segundo factor de la estación de Renfe que amplió en aquellos años el apeadero original, María Ángeles Cebrones.

Caravanas de mulas

«Hemos intentando inútilmente abordar a estos señores, preguntarles a ellos mismos que nos contasen la visicitudes, luchas y satisfacciones sentidas y hemos tropezado con una modestia pocas veces conocida», decía el redactor de Proa de la familia Alonso. Serrano tuvo que recurrir al testimonio de «viejos obreros que trabajaron en los primeros tiempos» y que le contaron que «se pasaban el día en las minas extrayendo el carbón» y «cuando terminaban la jornada tenían que cargar a lomos de caballerías la producción y, en interminables caravanas, llevarlas a la Estación de La Granja de San Vicente a través de las montañas durante kilómetros para allí almacenar la mercancía hasta completar el cargue de vagones». En julio de 1955 eso ya era historia y el periodista de Proa presenció cómo la antracita transportada en «incontables vagonetas» llegaba hasta el apartadero particular de la empresa «con sus carbones clasificados» tras pasar por el lavadero y dispuestos para su traslado en tren.

Cada vivienda familiar tenía comedor, baño, despensa y tres habitaciones. Todas han sido saqueadas. L. DE LA MATA

Alfredo Alonso Tascón había tenido «en 1951 la idea de fundar un pueblo» que se inauguró «un 18 de julio» para hacerlo coincidir con el día de «la Nueva España», contaba el periodista. Pero Alfredo Alonso nieto afirma que las fechas de Proa están equivocadas porque el poblado ya estaba acabado en 1950. «Mi hermana Covadonga nació ese año y con tres meses de edad ya se fue a vivir allí en torno al mes de abril», puntualiza.

Y cuando parecía que el reportaje acabaría en nuevas exclamaciones de fervor patriótico entre descripciones de «los alegres bloques de viviendas», y de «otras muchas cosas» producidas por la «incesante catarata palabrística de estas sencillas gentes», a Serrano le llega la noticia que convierte el texto de Proa sobre ‘la ejemplar lección de Antracitas de la Granja’ en algo más que una página de hemeroteca.

«Al iniciar la marcha de Albares para reintegrarnos a nuestra viajera obligación», escribía Lorenzo Serrano, «una dolorosa noticia llega hasta nuestro conocimiento: la del fallecimiento de don Alfredo Alonso Tascón». Y añade; «nos sobrecoge la noticia. El que fue vicepresidente del Consejo de Administración de esta ejemplar empresa dejó de existir. Pedimos a Dios, con toda el alma, por su eterno descanso».

«Les llenaba la mochila»

Y ahora es el momento de contarles lo que se intuye bajo la retórica triunfante de Proa de la personalidad de Alfredo Alonso Tascón, el jefe de la Falange de la zona que según cuenta su nieto se la jugaba ayudando a los últimos miembros de la guerrilla antifranquista a no morirse de hambre. «Los maquis bajaban de noche al pueblo y mi abuelo les llenaba la mochila de comida del economato», cuenta Alfredo Alonso nieto. «Eso han venido a decirme después dos personas». Y no sabe si su falangismo «era de convicción o porque no le quedaba más remedio».

Alfredo Alonso Tascón, que tuvo cuatro hijos, se había casado con la viuda Isabel Albares, madre ya de otro niño, y vivió en la casa grande del poblado, con toda su familia y al lado de los 16 bloques de viviendas de los mineros, de la escuela y el economato, hasta su muerte en torno al 15 de julio de 1955.

«A mi abuelo le llamaban Alfredo, el Pobre de La Granja porque no se las daba de nada. Era un hombre muy modesto», dice su nieto. «Era un benefactor de todo el mundo. Todavía hay gente que se me acerca y me dice ‘cuánta hambre me quitó tu abuelo’», añade con satisfacción contenida. Y esa parece la lección más ejemplar de Antracitas de la Granja que el diario Proa nunca llegó a contar del todo.

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