Diario de León

La desmitificación de una tragedia

El fantasma del tren correo

El libro de Vicente Fernández sobre la catástrofe ferroviaria de 1944 en Torre del Bierzo, de la que mañana se cumplen 76 años, desmonta la historia del supuesto revisor que predijo el accidente tres días antes

El accidente, fotografiado por el camionero Aladino Ardura.

El accidente, fotografiado por el camionero Aladino Ardura.

Ponferrada

Creado:

Actualizado:

Todo comenzó con una declaración en el cuartel de la Guardia Civil de Astorga, seis días después del accidente ferroviario que el 3 de enero de 1944 dejó cien muertos en el túnel número 20 de Torre del Bierzo. Continuó, muchos años después, en blogs de dudosa credibilidad y algún programa regional de televisión especializado en temas de misterio, hasta recabar la atención del popular espacio de Iker Jiménez Cuarto Milenio . Y finalmente ha calado en la historiografía más académica, aunque solo sea para desmontar el mito y poner en su sitio la sugerente historia del supuesto revisor que tres días antes de la tragedia del tren correo 421 advirtió de lo que iba a ocurrir en la estación de Torre a los viajeros que se subían a otro convoy en Valladolid.

A las puertas de un nuevo aniversario del suceso —se cumplen mañana 76 años del siniestro más grave en la historia de los ferrocarriles españoles— el historiador Vicente Fernández ha tratado de zanjar en su libro La verdad sobre el accidente ferroviario de Torre del Bierzo (1944) lo que no hubiera pasado de ser un rumor novelesco de no mediar un documento oficial de la undécima Comandancia de la Guardia Civil Rural.

Y el documento, fechado en León el 17 de enero de 1944, desglosa la declaración que a los seis días del accidente había realizado en el cuartel de Astorga el vecino Don Pablo Herrero, «de reconocida solvencia y persona muy respetada en la ciudad», advierte el encabezamiento, quizá porque la historia que iba relatar podría resultar inverosímil.

Lo que contó Pablo Herrero

Con la provincia conmocionada por el dramático suceso —el tren 421, lleno de viajeros a rebosar, había bajado el puerto de Manzanal sin frenos y en la boca del túnel número 20 de la estación de Torre, hoy desaparecido, había arrollado a una máquina de maniobras, alcanzada después por un tren carbonero procedente de Bembibre— que había dejado cuerpos decapitados y calcinados por el incendio que se desató en el paso subterráneo, Pablo Herrero se sintió obligado a visitar el cuartel de su ciudad para contarles a los guardias una inquietante escena de la que había sido testigo tres días antes. Declaraba el solvente vecino de Astorga —y se supone que poco dado a imaginar, por tanto— «que habiendo montado como viajero a las 17 horas aproximadamente del día 31 de Diciembre último en el departamento de segunda del tren expreso 405, en la Estación del Norte de Madrid», al llegar el tren a las once y media de la noche a Valladolid «penetró en aquel departamento un ferroviario, portando una cesta, que supone servía para llevar la merienda, y un capote ferroviario». El hombre, «de 40 a 50 años» dijo literalmente a los viajeros, y así lo transcribe la Guardia Civil, «que en la estación de Torre y en los túneles había ocurrido un accidente muy grave». Como en el departamento viajaban personas que se dirigían a Galicia «quisieron cerciorarse de que el hecho era real, por lo que le preguntaron si en efecto estaba seguro de que había ocurrido tal siniestro», por si tuvieran que bajarse en León o en Astorga. Y el ferroviario, supuesto revisor para quienes se hicieron eco años después del relato de Pablo Herrero, respondió que «no podía asegurarlo».

El declarante incluso orientó a la Guardia Civil y les dijo a los agentes que en Valladolid existían talleres de los ferrocarriles. Para identificar «al ferroviario aludido podría servir el interventor que aquel día hizo el servicio de dicho tren (el 405), que se apeó en León».

El juez especial de Accidentes Ferroviarios que investigaba la catástrofe se tomó en serio la declaración de Pablo Herrero y le pidió a Renfe que diera con el supuesto ferroviario, por si estuviera al tanto de un posible acto de sabotaje. No era una hipótesis descabellada en una zona, la del Bierzo, convertida en refugio de la guerrilla antifranquista, y con un colectivo, el ferroviario, represaliado por el régimen tras la reciente Guerra Civil. La investigación para dar con el supuesto revisor, sin embargo «tuvo poca andadura» y no sirvió para aclarar nada, afirma Fernández.

El 23 de enero, el jefe de la Estación de Venta de Baños informaba al teniente coronel juez que instruía la causa de que en el tren 404 que el 31 de diciembre había salido a las 23.36 horas de Valladolid «iban, pero sin servicio, el conductor Benito González y los mozos de tren Álvaro Treceño y Juan Mejido» —ambos residentes en Palencia, cuenta el historiador berciano— «pero bien podía no tratarse de ninguno de ellos, ya que en dicho tren montan muchos viajeros y empleados que se trasladan de un punto a otro». Y el jefe de la Estación de Palencia respondió de forma similar a la investigación. «Ignoro qué agente será el que dice llegó a esta estación para tomar servicio en el tren expreso 405 en la madrugada del 31 de diciembre al 1 de enero actual, puesto que en dicho tren, en esta estación no se bajó ningún agente del tren, ya que el conductor y el guardafrenos son de la residencia de Madrid y el interventor de Valladolid, que llega y continúa, sin que esta estación tenga datos sobre el particular».

Sueño premonitorio o sabotaje

Lo que para algunos programas como el de Castilla y León TV que se emitió en 2013 pudo ser un caso de «sueño premonitorio» del supuesto revisor o «una alucinación en estado consciente que le transportó tres días en el tiempo» para adelantarse al suceso, para Vicente Fernández no tiene por qué esconder nada sobrenatural. Y «en ningún momento» la declaración de Pablo Herrero en el cuartel de Astorga apuntaba hacia una explicación esotérica.

«El presunto agente ferroviario solamente dijo a los viajeros, el 31 de diciembre de 1943, que había ocurrido un accidente muy grave en la estación de Torre y en los túneles, no que se fuese a producir», razona Fernández. «Su comentario, al margen de que estuviese mal informado, poco o nada nos puede extrañar en una época, en una línea ferroviaria (Palencia-La Coruña) y en un tramo (la rampa de Brañuelas) en la que por desgracia los accidentes ferroviarios eran muy frecuentes». Al historiador le sorprende además que si el revisor «pensase que se iba a producir un sabotaje, como más de uno ha señalado, lo comunicase a unos viajeros y no sus superiores». Y está por ver, concluye Vicente Fernández, que el hombre de la cesta y el capote que aquella noche se subió al tren en Valladolid fuese realmente un ferroviario.

tracking