Diario de León

FRAGUA DE FURIL Manuel Cuenya

El verano berciano

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León

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El verano es una estación hecha a medida de los guajes, que se pasan el día, y la tarde-noche si procede, en la piscina del pueblo o en el monte de los orgasmos soñados. Cuánto orgasmo soñado en el vaivén de una noche de blanco satén. Es cuando los chavales aparcan los libros y los cuadernos en el trastero de los olvidos y ensayan aventurillas con los amiguetes de turno. A ver quién saca las mejores tajadas. Y luego a vivir de los recuerdos hasta el próximo verano. Lo más interesante de esta época para los rapaces quizá sea que se acaba la tortura de los exámenes y de paso se libera la adrenalina atesorada durante el curso escolar. Además se dan rienda suelta a los entusiasmos. En el verano todo, o casi todo, está permitido. Y es por esta razón que el personal se vuelve hambriento de nuevas sensaciones, y la vida se resuelve por el cauce sudoroso de las pachangas populares. Entre feria y feria una pelota al aire. ¿Dónde toca y nos tocan hoy? Es una estación en la que tienen cabida las libertades más insospechadas y las pasiones más convulsas. El verano está bien para quienes se largan a la playa a meditar sus trascendencias vitales, o a los montes de Venus, en busca de calma chicha y bronceado carnosito. El tostado como símbolo de salud y bienestar. El bronceado como vestuario erótico tras el que se esconden los instintos más infantiles y pecaminosos. No olvidemos que el niño es un perverso polimorfo. El verano, en definitiva, está pensado para andar en bicicleta, y pasear las ilusiones por el jardín de las delicias. El verano también invita a cobijarse a la sombra de un castaño cuando el calor aprieta y las ovejas sestean su silencio de animales gregarios. Una estampa preciosa. Bajo un salguero, y con un cacho de pan y un chorizo ibérico, el verano se te mete en las entrañas y te ayuda a sentir el color dorado de la estación más lírica del año. El lirismo casi siempre es del color del oro. Hay a quienes no les gusta el verano, quizá por no tener que soportar el calor y el pegajoso tufo de las ropas sudadas, y prefieren pasar por alto esta estación. A decir verdad, el verano en el Bierzo, y sobre todo en el Bierzo Alto, resulta agradable al sereno de las noches estrelladas. El verano era verano cuando uno se lo pasaba de a muertito contemplando la belleza poética del mundo desde el alto del Xafra. O desde los campos de trigo de Las Chanas. Y uno vivía en la orilla mítica de las felicidades. Eso se terminó. Ahora vivimos un verano de despacho y café con leche (a veces toca un pinchito de tortilla). Y el tiempo, y el buen clima, parecen acortados por la existencia laboral. Hasta septiembre.

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