Diario de León

Centenario de la central de la MSP

La Fábrica de la Luz cumple cien años... convertida en la memoria del carbón

La primera térmica de la MSP en Ponferrada comenzó a producir electricidad en el invierno de 1920

Antigua térmica de la MSP con sus chimeneas humeantes. LUCIANO GALBÁN

Antigua térmica de la MSP con sus chimeneas humeantes. LUCIANO GALBÁN

Ponferrada

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Chocolate caliente el día de Navidad y langostinos cocidos en Nochevieja. La turbina más próxima a los grandes ventanales de la sala de máquinas, con vistas al tramo del río Sil donde muchos años después se alzaría el puente del Centenario, desprendía tanto calor que los operarios de la central térmica de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) que estaban de guardia durante las fiestas la usaban como si fuera una cocina de carbón. El día de Navidad enviaban a un auxiliar a por churros y calentaban el chocolate para entrar en calor. Y en Nochevieja, mientras la ciudad bullía en celebraciones familiares —los cotillones no estaban tan extendidos— se traían los langostinos de casa para saborearlos bien cocidos durante el descanso.

Lo cuenta Adonis Arregui Valcarce, que en 1961 empezó a trabajar como ayudante de maquinista en la sala de turbinas, y la del chocolate y los langostinos es una de las anécdotas más sabrosas que hoy pueden conocer los visitantes que se adentran en el Museo de la Energía y se detienen a escuchar los paneles audiovisuales que acompañan el recorrido. Arregui, que era hijo de un carpintero también empleado en la central, estudió en la antigua Escuela de Aprendices de la MSP, en lo que hoy es el colegio Valentín García Yebra, y terminó su trayectoria laboral como oficial de primera en el cuadro de mandos. Durante una década trabajó en la térmica nueva que estuvo operativa entre 1930 y 1971, pero la historia de la ‘caldera del Bierzo’, la primera central que generó electricidad en la comarca antes incluso de que Endesa levantara Compostilla I a menos de un kilómetro, comenzó unos años antes, en los albores de la era del carbón que ahora termina.

Eran las primeras semanas del invierno de 1920 —y están a punto de cumplirse cien años— cuando la MSP inició la quema regular de mineral en aquella primera central con forma de T y una enorme chimenea de ladrillo rojo de 33 metros de altura. Lo que hoy es la cafetería, las oficinas y la sala de usos múltiples del Museo de la Energía, había nacido para abastecer a la industria siderúrgica que por entonces impulsaba la MSP, cuenta la directora del Museo de la Energía —la Fábrica de la Luz— Yasodhara López. Pero, descartado el negocio siderúrgico para potenciar el minero, «su objetivo principal era abastecer de electricidad a la fábrica de briquetas, al lavadero de carbón y a las oficinas de la empresa en Ponferrada». El inmueble con tejado a dos aguas albergaba en su interior una caldera y un turbo alternador AEG de mil kilowatios hora. «La gran chimenea de ladrillo rojo —explica la directora del museo, que ultima un calendario de actividades para celebrar el centenario— evacuaba los humos de la combustión y al mismo tiempo producía el efecto de succión proporcionando el ‘tiro’ de aire que requería la caldera».

En apenas una década, el ‘tirón’ del carbón y la llegada de nuevas industrias fue tal que llevó a la MSP a ampliar la central, o más bien construir una nueva adyacente. La gran boca de ladrillo dejó de escupir humo, el edificio en forma de T enmudeció, convertido en un simple taller de mantenimiento, y en su lugar la empresa levantó a lo largo de 1929 una nave aún más alta, de estilo Art-Decó —el nombre del arquitecto todavía se desconoce en el museo— y con la parte superior del edificio abierta a los vientos y chimeneas más pequeñas, de apenas diez metros de altura. «Lo que comenzó como un servicio necesario para el funcionamiento de los pozos mineros y de los lavaderos de carbón, pasó a ser una parte importantísima del negocio de la empresa MSP gracias a la comercialización de la energía eléctrica», añade López.

Y al otro lado de la carretera que conduce a Compostilla, mientras en lo que hoy es el Museo del Ferrocarril se habilitaba un nuevo lavadero, iba tomando formaba la montaña de carbón, el enorme almacenamiento de mineral al aire libre que hasta el siglo XXI marcó la fisonomía de Ponferrada.

El mineral entraba en aquella primera térmica en vagonetas tiradas por mulas y en cinta transportadora. Y en la última etapa, el tren llegaba directamente hasta el muelle de carbones de la nueva central tirado por la pequeña locomotora número seis y más tarde por la 13. «La descarga se hacía en ocasiones con el ferrocarril avanzando lentamente, ya que solo había sitio para dos vagones», explica la directora del museo. Cuando el ferrocarril fue a menos, la MSP comenzó a usar camiones vasculantes.

En los años cincuenta, la térmica llegó a emplear a unas ochenta personas, que se redujeron a 56 cuando comenzaron a usar vagones de apertura lateral y una pala mecánica —los operarios la llamaban ‘sapo’— que arrastraba el carbón hasta los muelles. «Diariamente se descargaban cuatro o cinco vagones en bateas de diez toneladas y la maniobra duraba una hora. Los más duro, nos relatan los trabajadores, era cuando llovía y el carbón mojado se pegaba. Era difícil descargarlo y más tarde introducirlo en la caldera», explica López.

En la térmica, los fogoneros alimentaban la caldera a paladas. Con la construcción de la nueva central, a partir de 1930 el transporte desde la salida de las tolvas hasta las calderas se realizaba mediante cintas transportadoras, aunque todavía se conservaban los raíles desde el muelle de carbones para que la central no se detuviese nunca en caso de avería. «Cada cangilón —cuenta Yasodhara López— estaba hecho de una serie de engranajes y las roturas eran habituales». Hasta que en los años cincuenta se sustituyó por una cinta más moderna. Esas averías de la cinta de cangilones eran un dolor de cabeza para los trabajadores, que tenían que empujar entonces las vagonetas hasta las calderas.

Antes de la llegada de Adonis Arregui a la central, los operarios tenían que sacar además la escoria de las calderas «con unas vagonetas que iban al rojo vivo» y vascularlas en el río. Al final prohibieron tirar los restos de la combustión al Sil, afortunadamente, y también dejaron de arrastrarlos con el agua de refrigeración de las turbinas. Montaron un elevador con cangilones y empezaron a cargar la escoria en camiones. Y de allí a la escombrera, hasta levantar, a solo unos pasos del casco urbano de Ponferrada, la montaña artificial más grande de España.

La térmica abandonada en abril de 202.  L. DE LA MATA

La nueva térmica ampliada, en cualquier caso, comenzó a producir energía en abril de 1930, con una potencia de 2.800 kw que pronto se amplió a 6.000 y en 1950 a 13.000. Tres calderas Walther alimentaban cada uno a un turbina, y dos de la marca Babcok Wilcox suministraban a una cuarta. Y es en aquella sala de turbinas, bajo la luz de los ventanales, donde recuerda el octogenario Arriegui que cocían los langostinos y calentaban el chocolate cuando llegaba la Navidad. La térmica no dejaba nunca de producir electricidad.

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