Diario de León

...y la gente que no quiere olvidarlo

Santa Marina de Torre celebra la primera fiesta de Santa Bárbara sin minas presentado la reconstrucción del tercer arco traído del templo en ruinas de Santibáñez Patrimonio y el Obispado dieron su visto bueno.

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CARLOS FIDALGO | PONFERRADA

El último hombre en dejar Santibáñez del Montes se apodaba Perrín, pero nadie se acuerda hoy de su nombre. Perrín y su mujer, y de ella no queda en la memoria popular ni siquiera un apodo, se marcharon del pueblo en la década de los sesenta, después de que lo hicieran los padres de Julio Viloria. Se habían quedado solos. Y nadie resiste solo en el monte cuando se hace de noche sin perder la razón.

Fue en aquella época, vacío el pueblo por primera vez en diez siglos, pero con la mina subterránea todavía activa, cuando el ganadero Domingo Teijón arrendó las casas y los terrenos a sus antiguos vecinos y metió en el pueblo un rebaño de vacas. Los últimos habitantes de Santibáñez fueron terneros como los que todavía pacen junto a la pista asfaltada que desde San Cruz de Montes y la mina Antracitas de Salgueiro, recién cerrada, conduce al camino del pueblo fantasma . «Son vacas limusinas », cuenta Maximino Silván, el conductor del todoterreno que traslada al fotógrafo y al redactor de este periódico hasta la aldea perdida en la montaña. Vacas de lujo porque tienen «mucha carne y poca pata, «mucho culo y poca piel». Pero las vacas de Domingo Teijón tuvieron menos suerte. Chocaron con el empresario minero Victorino Alonso.

En 1992, el Ayuntamiento de Torre concedió licencia a Antracitas de Brañuelas para explotar el carbón de Santibáñez a cielo abierto. Y eso acabó con sus ruinas. Las voladuras afectaban al ganado y Teijón, que llevaba treinta años con el ganado en el pueblo, se embarcó en una lucha desigual en los juzgados contra el empresario. Antracitas de Brañueñas compró entonces las casas vacías y ruinosas y comenzó a derribar aquellas que le estorban para evitar que el agua del arroyo que inundaba la zona provocara hundimientos del terreno sobre las galerías cuando llegara el invierno. O al menos esas fueron las explicaciones que dio la empresa a este mismo redactor en agosto de 1996. Lo que quedaba en pie del pueblo parecía entonces el escenario de un bombardeo.

La iglesia de San Juan Evangelista tampoco se ha salvado de la desaparición, aunque los ecologistas la convirtieran en 1994 en arma arrojadiza contra el empresario. Contaba en un artículo de aquella época el profesor Armando Viloria, también nativo del municipio, que el templo románico edificado a finales del sigo XI formaba parte de un triángulo de iglesias asociado al misterio de la Santísima Trinidad. Las otras dos eran la iglesia de San Martín en Montealegre y la de Santa Marina. San Martín estaba dedicada al Padre, Santa Marina al Hijo y Santibáñez al Espirítu Santo.

Y es en Santa Marina donde han terminado los elementos arquitectónicos más relevantes del templo, después de obtener permiso de la Comisión Territorial de Patrimonio y del Obispado en el año 2000, cuenta el pedáneo y ex alcalde de Torre, Melchor Moreno. «Nuestra idea era salvar el artesonado de madera, pero cuando llegamos la techumbre ya se había desmoronado y fue imposible», explica. Así que se centraron en los arcos.

Primero trasplantaron el pórtico de entrada, con los dos rosetones macizos de seis folios que a Armando Viloria le recordaban a los crismones del prerrománico asturiano o los del visigótico tardío de Quintanilla de las Viñas. Recuperaron también el pequeño arco de la sacristía. Y es ahora, después de 18 años con las piedras que Maximino Silván se trajo en su todoterreno almacenadas en dependencias de la pedanía, cuando han colocado en un lateral de la iglesia de Santa Marina el antiguo arco triunfal que separaba la nave del presbiterio en el templo de Santibáñez. Y el acero corten que lo rodea parece que quiera envolver a las piedras milenarias en un abrazo protector.

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