Diario de León
Publicado por
Manuel Cuenya
León

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Hay identidades que matan. Véase el País Vasco, y aun otros países balcánicos y del Oriente Próximo. Por citar sólo algunos ejemplos. El personal sigue matándose en nombre de una etnia, una religión o un trozo de tierra santa. Incluso en el Bierzo la gente se mataba, en otros tiempos, por un cacho de tierra o por quitarle el agua al vecino para regar las fincas en verano. Se cuentan historias aterradoras. Incluso hoy sigue habiendo pueblos que se llevan a matar con sus vecinos. Desde que leyera Identidades Asesinas de Amin Maalouf siento que la palabra «identidad», tal como nos la han vendido, no es trigo limpio, antes al contrario, está llena de mucha cizaña. Por definición uno debería desconfiar de ciertas palabras. A veces las que parecen más claras suelen ser las más traicioneras y confusas. Una de esas es «identidad». En nuestros días sigue imperando esa concepción exclusivista, beata y simplista que reduce toda identidad a una sola pertenencia. Luego habría que redefinir este concepto de «identidad». ¿Por qué se cometen tantos crímenes en nombre de la identidad religiosa, étnica, nacional o de otra naturaleza?, se pregunta Amin Maalouf. «¡Así es como se «fabrica» a los autores de las matanzas!», escribe este mestizo. La llamada identidad a menudo nos sitúa en un universo sectario, intolerante, dominador y nos transforma en monstruos asesinos. Los seres humanos poseemos una identidad compuesta. La identidad no se da de una vez para siempre, sino que se va construyendo y transformando a lo largo de nuestra existencia. No estaría de más hacerse un examen de identidad de vez en cuando. La identidad de una persona está constituida por infinidad de elementos que no se limitan a los que figuran en los registros oficiales. Puede que el hecho de vivir en otro país, o incluso un encuentro fortuito, pesen más en nuestro sentimiento de identidad que el hecho de tener detrás un legado milenario. Luego de haber vivido en países y lugares varios uno no sólo se siente berciano sino también hispanoamericano y hasta francés meteco... En su intento por mostrarnos que son diferentes al resto, hay quienes no se cansan de gritar con todas sus fuerzas, lo cual nos hace creer que si hacen esto es porque quizá son cada día menos diferentes de lo que creen. La globalización nos arrastra hacia dos realidades opuestas, una positiva y la otra negativa: la universalidad y la uniformidad embrutecedora. Qué peligro.

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