Diario de León

Juan Diego Botto y seis víctimas de los nazis en un triángulo de tiza

Ponferrada coloca seis nuevos ‘stolpersteine’ de bercianos presos del Tercer Reich en un acto que contó con el intérprete y director argentino

Familiares de los seis bercianos homenajeados. ANA F. BARREDO

Familiares de los seis bercianos homenajeados. ANA F. BARREDO

Ponferrada

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Una parte de las cenizas de Víctor Alonso, que murió en Francia en 2007 y sobrevivió al campo de concentración de los nazis en Mauthausen, reposan al pie de un olivo en Odollo, el pueblo de Castrillo de Cabrera donde había nacido en 1919 y del que salió para el exilio acabada la Guerra Civil. Una parte de sus restos regresaron a España hace quince años para ocupar un hueco junto a las raíces de un árbol recién plantado porque sus hijos cumplieron su deseo de volver.

Y desde este viernes, su nombre grabado en un adoquín de cemento y de latón brillante también se puede leer en el suelo de la plaza del Ayuntamiento de Ponferrada junto a los otros stolpersteine (piedras para tropezar con ellas, en alemán) de cinco nuevas víctimas del nazismo. Su hija Marie France Alonso no pudo estar a los pies de la Casa Consistorial para verlo, pero envió unas palabras a través de un familiar para recordar lo «terribles y degradantes» que fueron los tres años que su padre pasó en la siniestra cantera de Mauthausen, hasta que en 1943 «tuvo un poco de suerte» y lo trasladaron al subcampo instalado en la abadía benedictina de Sankt Lambrecht. Allí lo forzaron a trabajar en tareas agrícolas, menos duras que la cantera, y allí conoció a quien sería su esposa, una presa austriaca. Donde otros perdía la vida, nacía una vida nueva para los dos.

Las palabras de Mari France, una de los cuatro hijos que tuvo la pareja asentada en Francia tras la liberación de Sankt Lambrecht por tropas británicas, sonaron en la voz de una de las descendientes de los hermanos que Víctor Alonso dejó en el Bierzo y en la Cabrera. Sonaron a los pies de la Casa Consistorial, cerca de los nueve adoquines que el Ayuntamiento, el movimiento Stolperstein y la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ya instalaron en enero. Y todos los que asistieron a la colocación de las seis nuevas ‘piedras del tropiezo’ -desde el actor y director Juan Diego Botto al alcalde, Olegario Ramón y el presidente de la ARMH, Emilio Silva- oyeron como la hija de Víctor Alonso contaba cómo su padre solo volvió a España cuando Franco murió. Y no dejó de viajar a Odollo y Ponferrada para conocer a los hijos de sus hermanos,.

El de Víctor Alonso fue uno de los seis nuevos nombres de víctimas del nazismo que, ‘encerrados’ en un triángulo de tiza que recordaba al de los apátridas que los nazis les colocaron en el pecho, tienen un hueco en la memoria, un tropiezo, entre los adoquines de piedra de la plaza del Ayuntamiento: Miguel Carrete Santín, nacido en Busmayor y fallecido en Bergen-Belsen en 1944, y otros cuatro prisioneros que, esta vez sí, sobrevivieron al horror, Antonio García, de Barjas y deportado a Neuengamme, Eulogio González Blanco, de Páramo del Sil y deportado en Buchenwald, Rogelio Canedo Yebra, de Carracedo y preso en Mauthausen, y José Alonso Alonso, de San Andrés de las Puentes e internado en el campo de Ebensee.

El compromiso de Botto

Botto, que la noche anterior representó en el Teatro Bergidum su exitosa obra sobre Lorca Una noche sin luna , fue otra de las voces que se oyó a la sombra de la plaza Consistorial. «Estoy convencido de que lo que no se nombra no existe, y si no se nombra, termina por desaparecer. Ponerle nombre a las cosas es el primer paso para tener conciencia de que han existido», afirmó el actor de origen argentino, que además de su gira con la obra que ha escrito e interpreta sobre Lorca acaba de estrenar en los cines la película sobre los desahucios En los márgenes.

El alcalde, Olegario Ramón había abierto el acto recordando los proyectos de Ponferrada vinculados con la memoria histórica, desde el mapa interactivo de la memoria a las dos ‘estelas de los condenados’ del escultor Amancio González o el homenaje a la embarazada Jerónima Blanco y su hijo de tres años Fernando, asesinados por falangistas en 1936 y los nueve stolpersteine instalados en enero a pocos centímetros de los actuales.

Los representantes del proyecto recordaron después que fue el alemán Gunther Demnig el que inició la instalación de los adoquines en Colonia, como respuesta los negacionistas y ya hay 800 en toda España y 100.000 en el mundo. Y el presidente de la ARMH Emilio Silva, nieto de uno de los 13 represaliados por los franquistas exhumados hace dos décadas en Priaranza, no dejó de alertar sobre la amenaza de la extrema derecha que recorre toda Europa y que «quieren convertir la democracia en algo despreciable».

A Emilio Silva le gustó especialmente que alumnos del vecino Instituto Gil y Carrasco también participaran en el acto leyendo las reseñas biográficas de los seis homenajeados, seis víctimas del nazismo que existen porque tienen nombre. Sobre sus seis adoquines dorados colocaron al final del acto una catarata de claveles, veinticuatro flores rojas. La última la dejó atravesada la nieta de un vecino de Santa Cruz del Sil que seguramente salvara la vida al saltar en Cubillos del camión donde lo llevaban detenido los franquistas al comienzo de la Guerra Civil y que vivió escondido una temporada bajo la tarima de la cocina de su casa antes de atreverse a salir a la calle. «No pongas mi nombre», le dice con los ojos húmedos al periodista.

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