Diario de León

Los poblados mineros

Vídeo | Los niños del wolfram y los tres cofres que esconde la Peña del Seo

El primer nacido en el poblado minero de Cadafresnas vuelve pisar las ruinas tras conocer que la Diputación y Corullón invertirán 300.000 euros en recuperar un lugar donde aún suena el eco de las leyendas

Ponferrada

Creado:

Actualizado:

La leyenda dice que en la Peña del Seo hay escondidos tres cofres; uno rebosante de oro, que hará rico al que lo encuentre; otro de azufre, que condenará al infierno al que lo abra; y un tercero cargado de nada, vacío, como el purgatorio por el que tendrá que vagar para siempre el alma errante de quien se atreva a mirar en su interior.

Testimonios orales, que tanto se parecen a las leyendas y a las novelas, cuentan, sin embargo, que en la montaña de Cadafresnas, en lo más alto el municipio de Corullón, no fue oro, ni azufre, ni una maldición en cofre vacío, sino un verdadero filón de wolfram, con lo que dio a comienzos de la Segunda Guerra Mundial un antiguo minero de Casayo (Orense), donde ya se extraía el tungsteno —así le llamaban los aliados— que tanto interés había despertado en la industria militar alemana. Un hombre, en Cadafresnas solo se recuerda su nombre, Victoriano, que vivía huido en el monte después de la Guerra Civil y reconoció el valor del ‘oro negro’ que afloraba de la Peña del Seo. A partir de ahí, estamos hablando del año 1942, se desató una verdadera fiebre por extraer el mineral que los nazis empleaban para endurecer sus blindados de acero y mercadear con él.

La Historia, con mayúsculas, nos relata que en los siguientes años, el furtivismo y el contrabando, y el ‘rebusco’ del mineral al que se habían acostumbrado los vecinos de los pueblos de la zona, dio paso a una verdadera concesión y a una empresa, la Compañía Minera Montaña Sur, que abrió una explotación en toda regla, levantó un lavadero, ensanchó el sendero para convertirlo en carretera y edificó un poblado de cuarenta viviendas en la ladera de La Piela que apenas estuvo unos años habitado.

Y allí nació en 1953, Luis García, primer niño del wolfram, hijo de Milagros y de Jovino, el vigilante del poblado minero que más ha estimulado la imaginación de los bercianos desde que Raúl Guerra Garrido escarbara en las leyendas y en los relatos de la Peña del Seo para escribir su novela El año del wolfram, donde recoge en boca de la vieja doña Oda la historia de los tres cofres.

Luis García, el primer niño del wolfram, en una imagen de finales de los años cincuenta. CORTESÍA DE LUIS GARCÍA.

Diez años después en el poblado con su perro Ford. CORTESÍA DE LUIS GARCÍA

A sus 68 años, casi una década después de que su padre, ya fallecido, sirviera de guía a este periódico por la mina y el poblado cuando se cumplían setenta años de la fiebre del ‘oro negro’ en la Peña del Seo, Luis García acompaña de nuevo al periodista por las ruinas de lo que fue su casa, la única que todavía tiene el tejado de pizarra en su sitio, ahora que la Diputación de León y el Ayuntamiento de Corullón proyectan invertir 300.000 euros en recuperar uno de los bloques de viviendas para abrir un centro de interpretación y rehacer uno de los pisos.

La primera imagen que se lleva según baja del coche, sin embargo, es desoladora. «Cada vez que venimos hay un tejado caído más», dice. Con la Ruta del Wolfram señalizada y la pista de tierra que lleva al poblado desde Cadafresnas ensanchada por el Ayuntamiento, las antiguas viviendas de la Piela y la mina del wolfram reciben más de una visita un domingo de verano y enseguida aparece otro todoterreno del que se baja una familia. Joaquín Caurel, que resulta ser primo de Luis García, ha viajado desde Barcelona con su hija Melisa, con su nieto Alex y con su suegra Elvira; una mujer de 90 años, antigua vecina de Cadafresnas, que se apoya en un bastón y que, con los ojos humedecidos, ha querido subir desde la aldea para visitar la mina que se llevó la salud de su marido a los 34 años. «Venir aquí me causa dolor», le cuenta al periodista con un hilo de voz.

Luis García, ayer domingo por la calle central del poblado en ruinas de La Piela. ANA F. BARREDO

Elvira fue otra niña del wolfram, aunque nunca vivió en el poblado de La Piela. De pequeña subía a la montaña con otros vecinos de Cadafresnas para «rebuscar» piedras de wolfram, tan codiciadas por los alemanes y por los aliados que trataban de evitar que acabaran en manos de la industria nazi. «Por un kilo te podían dar 30 duros (150 pesetas de la época)», dice cuando recupera la voz y se pasa un pañuelo por los ojos que se confunde con su mascarilla. Su yerno Joaquín —que todavía se acuerda de cómo ayudó a trasladar de jovencito y en una hilera de carros de vacas hasta Cabeza de Campo los muebles, los sanitarios y todo lo que había de valor en las dependencias que ocupaba la Guardia Civil cuando los agentes se mudaron del poblado— asegura que los 30 duros se quedan cortos. «Podían pagarte hasta 500 pesetas por un kilo de wolfram», afirma. Y eso, en la España del hambre y la posguerra era una fortuna. «Muchos vecinos de Cadafresnas construyeron así sus casas», añade.

Elvira, más tranquila, le cuenta entonces al periodista cómo la Guardia Civil, conocido el valor de las vetas del wolfram en la Peña del Seo, trataba de atajar el ‘rebusco’ de los vecinos de la zona. Con 12 años, los agentes que habían comenzado a patrullar por la montaña le quitaron un buen pedrusco del mineral. «Empecé a llorar, hasta que uno de los guardias le dijo al otro ‘déjaselo, que es una criatura’. ‘Pero lárgate de aquí’, le pidió después a la niña. Eso fue en torno a 1943. Y no era una época fácil. «El wolfram afloraba en vetas superficiales, en calicatas poco profundas, y la gente se lanzaba a por él con pico pala y pistola», contaba en 2012 Raúl Guerra Garrido a este periodico.

En los años cincuenta, con la mina en marcha, la Guardia Civil todavía vigilaba la montaña y se no se andaba con miramientos cuando se topaba con furtivos. En febrero de 1951, una treintena de vecinos de Oencia —contaba a este periódico el que fue jefe de servicio en la compañía minera, Eugenio de Paz, en su casa de Ponferrada— aprovechó la nevada para rapiñar wolfram de forma discreta. Pero la Guardia Civil dio con ellos, los detuvo y los llevó a pie entre la nieve, como si fueran una cuerda de presos, hasta el calabozo en Villafranca del Bierzo, donde pasaron una noche entre rejas.

Peor suerte corrieron muchos de los mineros que comenzaban a trabajar en la explotación y, sin más protección que una esponja húmeda que enseguida retiraban de la boca porque les costaba respirar, inhalaban el polvo y el arsénico que se desprendía de las perforaciones en la montaña.

Elvira Melissa y Alex. Abajo, Luis García. AFB

«Morían jóvenes. Con los pulmones llenos de piedra. Es raro que alguno llegara después a cumplir los sesenta años», cuenta Luis García mientras le enseña al periodista su antigua casa, un apartamento con comedor, tres pequeñas habitaciones, una cocina diminuta con vistas al valle, y un baño con agua corriente. Todo un lujo en la época en comparación con las casas de piedra de Cadafresnas.

El marido de Elvira apenas cumplió 34 años. «Trabajaban a golpe de barreño. Metían un tiro en la roca y salía una tiniebla de piedra de la explosión», cuenta. Y sin una ventilación adecuada en las galerías, tocaba retirar la piedra y llevarla al lavadero para separar el wolfram. Elvira, que también trabajó allí mientras su marido perforaba la montaña. bateaba el mineral igual que hacían los antiguos buscadores de pepitas de oro. La mina contaba entonces con su propio teleférico hasta el lavadero de la Cabarca del Infierno, el primero de los dos con los que funcionó.

Llega el momento de despedirse de Luis García, el primer niño del wolfram. En el poblado, con espacios diferenciados para las familias y los mineros solteros, solo nació después su hermana Rosa María. Entremedias, tuvo un hermano que nació muerto en un centro médico de Ponferrada. O eso le dijeron a su madre. «Sospecho que se lo robaron, porque le enseñaron un niño que estaba negro, pero luego no le dieron ningún cadáver, ni ningún certificado», afirma. Los mineros, cuenta, se fueron en torno a 1958. La mina dejó de producir. El Gobierno norteamericano, cliente de la compañía minera, dejó de comprar el wolfram. El Banco Central, principal acreedor, vendió la maquinaria y se quedó con la propiedad de las viviendas. Y en la Peña del Seo solo permaneció la familia de Jovino García, (Luis se emancipó pronto), aunque durante un tiempo tendrían la compañía de otro vigilante de Villagroy que ocupó con su mujer y sus hijos una de las viviendas libres. En torno a 1970, Jovino, Milagros y Rosa María también se mudaron a Cadafresnas.

Por la Piela, donde pastan las vacas de un ganadero de Melezna, han pasado dos senderistas camino de la mina, otro todoterreno con cuatro visitantes más, y el agente medioambiental de la zona. Y cuando el periodista sube hasta las bocas de la mina del wolfram se topa con un alemán. Se llama Arne Weissmann, tiene un todoterreno con matrícula de Berlín aparcado en el sendero que conduce a la explotación y ha venido a la Peña del Seo sugestionado por las historias del wolfram. Armado con una piqueta ha arrancado algunos trozos de roca que quiere llevarse de vuelta a Alemania.

«¡Pero eso no es wolfram, es pizarra!», le espeta Alex, el biznieto de la nonagenaria Elvira, que también ha subido desde el poblado hasta la mina con su familia. Arne tiene que enseñarle la piedra de verdad al tercer niño del wolfram, que todavía tiene tiempo de crecer. Y antes de que se marche, al periodista —que no sabe si El año del wolfram se ha traducido al alemán y observa fascinado el paisaje— se le olvida preguntarle si conoce la leyenda de los tres cofres que esconde la Peña del Seo.

El alemán Arne We issmann, en las ruinas de la mina de la Peña del Seo. Derecha, interior de la mina. ANA F. BARREDO

tracking