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Aniversario

El olor dulce y a café que hila la historia de Bembibre

La Confitería Ferrero cumple 150 años de la mano de cinco generaciones de la misma familia que han mantenido la esencia de un negocio que ha sido centro social y cultural y lugar de inspiración de Amable Arias

Ponferrada

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Los últimos 150 años de la historia de Bembibre están irremediablemente ligados a la Confitería Ferrero, otrora también Café Mero. Entre sus paredes no solo se fabrican las famosas Cestitas, de las que se elaboran en torno al medio millar al día, y la Tarta Charlota. Su cafetería ha sido, así mismo, lugar de inspiración y ejecución del pintor Amable Arias, centro social y cultural, escenario de tertulias políticas y refugio de los personajes más pintorescos de la villa.

También aquí se localiza el germen de lo que hoy es el Festival de Exaltación del Botillo, según reconoce el penúltimo regente de este negocio familiar, José Ferrero, que cuenta que su «verdadero autor» fue el teniente coronel de aviación José García Corral, de Toreno, que «vivía en Madrid y en época de matanza invitaba a sus amigos a probar lo que le enviaban sus hermanas».

José Ferrero se jubiló hace nueve años después de estar casi 50 al frente de la confitería. Desde entonces es su hijo Rolando quien lleva las riendas, apoyado por su prima Patricia González Ferrero.

José Ferrero muestra un servilletero con la imagen de su padre, Baldomero Ferrero. Tras él, su sobrina Patricia González Ferrero. ANA F. BARREDO

Ellos son la quinta generación de una confitería fundada en 1870 por el bañezano José Ferrero Santos. Un lugar en el que se ha escrito, contado y dibujado el día a día de Bembibre y que este 2020 cumple 150 años, aunque el coronavirus ha obligado a aplazar unos meses la celebración prevista, que coincidirá con una reforma del local.

Cambiará un poco el continente pero nunca el contenido. La magia de esta confitería bembibrense, que no tiene más aspiración que la de ofrecer un producto artesano de calidad, es la de haber sabido respetar la tradición en la técnica y los sabores. Y así seguirá siendo.

Es verdad que se ha adaptado a la realidad actual y vende sus productos en toda España a través de su página web. También es cierto que ha introducido mejoras, sobre todo mecánicas, en los procesos de elaboración. Pero en los cajones del obrador siguen estando las recetas escritas y modificadas a mano en pequeños papeles que conservan la esencia real de Confitería Ferrero.

Zona de cafetería de la confitería. ANA F. BARREDO

Ni José, ni su padre, ni sus antepasados —cuenta— tuvieron ambiciones económicas. Su objetivo siempre fue mantener la calidad y poder asumir el trabajo sin desvirtuar el producto.

Bien es cierto que, primero su padre y después él, barajaron abrir negocio en Ponferrada; pero en ambos casos el impulso se frenó. La última vez porque a José Ferrero le pedían una renta de 50.000 pesetas por el local. «Me asustó», reconoce. Eso sí, no se arrepiente.

«Yo sabía fabricar, pero nunca supe vender. Tenía miedo de que la venta me rebasara y no tuviera capacidad para preparar lo que se me pedía. Nunca he tenido grandes aspiraciones pero tampoco problemas económicos», asegura. Su hijo es de la misma filosofía.

Sentado al otro lado de la mesa en la que bien pudo ser que Amable Arias retratara a su hermana Yolanda, José Ferrero se emociona al recordar la historia familiar. Pensó que él sería el último de la estirpe en mantener el negocio abierto, pero su hijo le sorprendió cuando dio un paso al frente y decidió coger los mandos.

José muestra una laminadora de hojaldre. ANA F. BARREDO

Lo hizo —asegura Rolando— convencido de que así podría tener «la mejora calidad de vida». Una vida similar a la de sus antepasados pero en un momento bien diferente. Todavía recuerda José cuando «en los años dorados de la minería de Bembibre la puerta nunca se cerraba» y también cuenta cuando su padre fue llamado a declarar a Ponferrada en julio de 1936 acusado de promover una reunión política en el bar.

«Él no tenía nada que ver, esto era un bar en el que entraba y salía quien quería y hablaban de lo que les parecía. Pero hubo una denuncia y tuvo que declarar», recuerda. Al final, se resolvió con una multa de 10.000 pesetas, «que no las había. Se pagaron cobrando ladrillos a cuenta», asegura José, porque su padre también tenía una tejera.

Las Cestitas y la Tarta Charlota son las especialidades más conocidas de Confitería Ferrero, pero a su dueño ya jubilado le gusta más el hojaldre que él mismo creó y que ayer mostró orgulloso a la cámara de quien lo retrató para este reportaje, mientras contaba a quien escribe estas líneas los momentos más curiosos de su dilatada trayectoria como pastelero.

Recuerda la boda de dos hermanas de Noceda que se casaron el mismo día y tuvo que hacer dos tartas idénticas y la historia de una tarta nupcial con la que tuvo que apañárselas para hacer una mina de la que salían los novios. En su debe queda, eso sí, una espina clavada, la de reproducir El Santo de Bembibre.

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