Diario de León

Entrevista | Lucía Méndez, columnista. Ponente en los cursos de verano de la Uned

«Los políticos van a la tribuna en busca del ‘trending topic’»

Ponferrada

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Nació en Palacios de Sanabria, se fogueó en El Correo de Zamora, y El Norte de Castilla, entre otros medios, antes de formar parte en 1989 del equipo fundador del diario El Mundo, donde hoy es una de las columnistas más influyentes de la prensa nacional y una analista solicitada por las televisiones. Lucía Méndez hablará de la función del columnismo el viernes 3 de julio a las 18.00 horas dentro del curso de verano on line sobre ‘Periodismo Narrativo en tiempo de bulos’ programado por la Uned en Ponferrada. Antes, responde a este cuestionario.

—Pensábamos que vivíamos en una sociedad asentada sobre principios sólidos, democracia, igualdad, derechos humanos, y hemos descubierto que las voces que defienden posturas xenófobas, machistas o insolidarias no tienen empacho en afirmar que son ideas aceptables. ¿Si el periodismo es hijo de su tiempo, qué podemos esperar hoy del periodismo?

—Los periódicos nacieron al mismo tiempo prácticamente que la democracia. La democracia está en crisis y el periodismo tal y como lo conocíamos, también. La crisis financiera de 2008 ha acabado en una crisis de la democracia representativa. Creo que las instituciones políticas en las que los ciudadanos habían confiado defraudaron esa confianza porque no supieron hacer gente a la crisis de forma equitativa ni repartir el dolor social. Los ciudadanos dieron un vuelco al sistema político y los nuevos partidos tampoco supieron estar a la altura. Por ahí se cuelan ahora los populismos raciales y cabreados por ejemplo con la visibilidad del feminismo. Esta es una crisis de mediación, la prensa es una institución entre los ciudadanos y los poderes públicos. Pero los periodistas ya no son los mediadores, ahora los poderes se relacionan directamente con el ciudadano. Por eso la profesión se debate entre su ser o no ser, una transformación como nunca hemos visto desde la invención de la imprenta.

—Ha dicho que en el viejo orden periodístico, la opinión era una suerte de aristocracia que se alcanzaba tras una larga carrera como informador. Y hoy hay quien basa una columna en falsedades. ¿Qué ha pasado?

—Sería posible encontrar seguramente en ejemplos en el pasado de alguna columna de opinión sustentada en hechos falsos o inventados. Y a los grandes nombres del columnismo español es probable que muchas veces se le perdonara cierta creatividad literaria a la hora de manejar los datos. Una columna no es una noticia. Ni una crónica. Lo que pasa ahora es que la rapidez con la que circulan las noticias falsas, los hechos sin contrastar o, como dijo la portavoz de Trump, los «hechos alternativos», hace muy difícil la criba informativa. Y el crecimiento exponencial de las redes sociales completa una forma de trabajar que no favorece la que antes se llamaba verdad periodística. Es sorprendente, por ejemplo en el debate político, la cantidad de datos erróneos, medias verdades o medias mentiras que los líderes utilizan en sus debates. Esta situación, anómala en otro tiempo, se está normalizando por ejemplo en el Congreso.

—Asegura que el columnismo nunca fue complaciente con el poder. ¿Está hoy atrincherado en la línea editorial del medio? ¿Se puede opinar en contra?

-Hace pocas semanas, el jefe de Opinión del New York Times dimitió por haber autorizado la publicación de una tribuna firmada por un general de las Fuerzas Armadas de EEUU que defendía una mayor represión militar contra los manifestantes antirracistas. Algunos periodistas del diario protestaron y muchos abonados se dieron de baja por no estar de acuerdo con la publicación del artículo. Es lo de menos que estemos o no de acuerdo con la posición de fondo, o que el general fuera un racista. El principio que un periodista debe defender es el pluralismo de las opiniones. Es decir, la libertad de expresión. Siempre he considerado que para un diario es un timbre de gloria que sus páginas acojan todo tipo de opiniones. Lo contrario es defender el pensamiento único, sea de derechas, de izquierdas, populista o neoliberal. Si un columnista coincide siempre con la línea editorial del diario en el que escribe debe hacérselo mirar. Se puede opinar de forma distintas de la línea editorial del medio, y los responsables de los medios deberían mimar el pluralismo, que siempre fue una seña de identidad de los mejores diarios. El Mundo siempre ha sido un periódico plural en el que cada uno ha opinado lo que ha querido.

—¿Vuelven las dos Españas? ¿Podemos evitar la polarización?

—La polarización política y mediática es una realidad en la España de hoy. No estoy segura de que los ciudadanos convivan con tanta tensión como su clase política. Aunque por otro lado, los políticos son el reflejo de la sociedad, no han venido de ningún planeta. No creo que pueda hablarse de dos Españas, esa división pertenece a otra época, ahora la sociedad es mucho más compleja que en las primeras décadas del Siglo XX. Lo que sí extraña, y mucho, es que los que alimentan cada bloque o cada centuria creen que ellos son los buenos y los otros son los malos. Los más aguerridos de cada bando no reconocen al otro bando ni una sola virtud ni principio moral. Eso sí es preocupante.

—¿Cómo influyen la revolución digital y las redes sociales?

—Está influyendo en la política, en la cultura, en la intelectualidad, en la universidad y por supuesto está transformando el periodismo de arriba a abajo, tanto en el ámbito de las empresas editoras como en el propio ejercicio de la profesión, o del oficio. Los oradores parlamentarios suben a la tribuna en busca del trending topic, no para convencer a nadie ni para hacer un gran discurso. La Historia para ellos se reduce a los diez minutos siguientes. Los algoritmos son los nuevos redactores jefes de los diarios, el click es nuestro Señor a quien debemos adoración y para el que titulamos con las palabras más buscadas. Los columnistas ya no buscan solo escribir bien. Ahora quieren tener fans que les jaleen desde las redes, y son tertulianos de las teles donde alcanzan fama con admiradores y detractores. El ‘Me gusta’ es una droga y las redes son altamente adictivas, como saben los que mandan en las grandes empresas tecnológicas que viven de esa adición, pero no dejan a sus hijos utilizar el móvil. Por algo será.

—Y nos advierte de que el activismo sustituye muchas veces al periodismo en estos días.

—Recuerdo siempre un lema que vi escrito en una pancarta del 15-M. «Por cada chorizo, dos tertulianos». Me pareció que era un resumen del descrédito de los periodistas, que es idéntico al que sufren otras profesiones, como los políticos, los jueces o los economistas. Los ciudadanos confunden a los periodistas con los políticos porque se sientan en los mismos programas para debatir mano a mano. Las redes son el lugar donde cualquier informador es capaz de enzarzarse en una polémica pública con los políticos de los que después va a escribir. ¿Cómo no nos van a confundir? Lo peor que le puede pasar a un columnista si escribe de política es que viendo la firma ya se sepa lo que va a opinar, a quién va a defender, o a quién va a censurar. El tono de las columnas también se ha extremado. En el mundo de hoy la atención del público es un bien escaso. Hay muchos entretenimientos al alcance de todo el mundo y hay que competir duramente para captar la atención del lector. Que por la parte ahora ya no se llama lector, sino usuario. Las columnas, o las crónicas, ya no son buenas ni malas en función de su calidad. Ahora son buenas si «funcionan» en la web . Si no funcionan, nada.

—¿El temor a ser linchado en las redes influye a la hora de escribir opinión? ¿Tanto han cambiado los poderes que antes presionaban a los periodistas?

—Mi experiencia de los últimos años, en los que los usuarios pueden dar su opinión en tiempo real a los periodistas que están en el ámbito de la Opinión, es que la mayor presión a la que hoy está sometido el periodista no es la de los anunciantes, ni las de las empresas -que las hay, sino la presión de los lectores. El caso del jefe de Opinión del NYT es paradigmático. Los lectores del diario se dieron de baja y por eso la dirección le entregó la cabeza. Pero si los contenidos los van a decidir los usuarios, entonces habría que preguntarse para qué servimos los periodistas, si no es para jerarquizar las noticias según nuestros criterios profesionales. Si todo el mundo es periodista porque tiene un teléfono con el que puede hacer fotos y un perfil desde dónde dirigirse a los medios para que digan lo que él quiera, nosotros ya no hacemos falta. Que los contenidos los decidan los lectores y nosotros a cumplir sus órdenes. Por eso yo nunca leo los comentarios que se dejan al pie de mis textos. Algunas almas caritativas me los hacen llegar a veces. Y mi experiencia no es distinta a la de la mayoría. Para unos soy de derechas, para otros una peligrosa izquierdista, y para los terceros soy tonta del bote. Por utilizar una expresión suave.

—Otra frase suya: «Se puede decir que muchos dirigentes políticos se comportan como columnistas de opinión y algunos columnistas de opinión se comportan como dirigentes políticos». Menudo lío…

—No hay más que seguir cualquier debate parlamentario para confundir las intervenciones con las de cualquier tertulia política. Hay muchos periodistas sentados en los escaños y hasta en las direcciones de algunos partidos. El vicepresidente del Gobierno ha montado un diario digital. Un vicepresidente que salió de una tertulia, lugar donde se forjaron los líderes de casi todos los partidos. Los debates parlamentarios son cada vez más grandes espectáculos televisivos. Los discursos se hacen no para la Cámara parlamentaria, sino para la cámara de la televisión. La telecracia teorizada por tantos sociólogos y politólogos desde los años 70 del siglo pasado.

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